"Con Clara Rojas nunca más volvimos a ser amigas"
<P>El martes, la ex candidata presidencial colombiana lanza el libro donde relata sus casi seis años y medio en poder de las Farc. </P>
El mundo ha sido tierno y duro con Ingrid Betancourt. Varias veces la vida la ha encaramado al cielo como tomando impulso para arrojarla con más fuerza al infierno. La opinión pública, con una actitud ciclotímica, pasa con ella del amor al odio y de la veneración al desprecio. En este momento la fase es depresiva y casi todos la detestan. Su última salida en falso -hace un par de meses, demandó al Estado colombiano por seis millones de euros- fue recibida en su país y en el mundo como una muestra de avidez e ingratitud.
Tras el éxito de la Operación Jaque, en la que el Ejército de Colombia engañó a la guerrilla de las Farc y la liberó junto con otros 14 secuestrados, Betancourt pasó a ser una heroína mediática internacional. Tras pisar demasiadas alfombras rojas y de pernoctar en las residencias de huéspedes ilustres de los gobiernos de medio mundo, resolvió retirarse de la escena y encerrarse. "Después de seis años en la selva", dice, "no quería volver a ver nada verde. Me fui a un sitio completamente aislado. Sola, en las montañas, me puse a escribir. Montañas con nieve... estaba nevado, blanco. Nada verde".
Y en las montañas nevadas, día tras día durante varios meses, Ingrid Betancourt escribió 700 páginas de un libro en el que narra con todos los detalles el horror de su experiencia. Fueron casi seis años y medio de secuestro: del 23 de febrero de 2002, al 2 de julio de 2008. Lo escribió originalmente en francés, pero ella misma supervisó y corrigió la traducción al español. Su título, No hay silencio que no termine, es un verso de Pablo Neruda.
¿Cómo se gestó el libro y por qué está escrito en francés y no en español?
Quizás lo escribí en francés, inconscientemente, para poder tomar una mayor distancia de mi experiencia. Era tan doloroso revivir los años del secuestro, que en otro idioma tenía un pequeño filtro, cierta lejanía. Yo viví en Francia toda la infancia y mi primera adolescencia, por lo que el francés me sale natural. La primera frase me salió en francés y lo primero que quise recordar fue uno de mis intentos de fuga. A partir de ahí ya no pude parar. Estuve largos meses completamente sola. Cambié el teléfono y el correo. Estaba conectada con el mundo a través del computador.
Antes de escribir el libro, ¿les había contado a sus hijos y a su madre su experiencia?
No, durante mucho tiempo no fui capaz de contarles nada a mis hijos ni a mi madre. No podía, no me salía; no sabía siquiera por dónde empezar. Era un bloqueo. Quizás tuve que escribir ese libro para poder llevar a mis niños y a mamá a esos años y esas circunstancias que me tocó vivir.
En el texto plantea que durante el secuestro no se puede mostrar ni alegría ni tristeza para no darles ventajas a los captores. Esto puede crear un hábito. ¿Ha podido romper con ese hábito?
Esa pregunta hace parte de mis reflexiones diarias. Los secuestrados, consciente o inconscientemente, salimos de nuestra experiencia minusválidos, y entonces hay mucha dificultad en vivir normalmente. Hay una relación con la verdad que es un poco esquizofrénica en el sentido de que vivimos en un mundo donde siempre nos decían mentiras. Muchas veces en mi mundo de la libertad sigue existiendo ese filtro. Hay dificultades para decir lo que se piensa. Entonces, recobrar la espontaneidad ha sido muy difícil.
Una de las revelaciones de No hay silencio que no termine es que Clara Rojas (con quien Betancourt fue secuestrada) pidió permiso para ser madre...
Todo eso fue muy humano. Yo pensé mucho si iba a contar esto o no. Pienso que lo ocurrido fue algo de lo cual ella debe sentirse muy tranquila. La relación con los hijos es tan esencial que yo comprendo que ella hubiera sentido que el secuestro la estaba expoliando de lo más importante para ella, que era el derecho a ser madre. Ahora, no tengo ni idea de cuál haya sido la secuencia de pensamientos de Clara, porque en ese momento estábamos separadas y muy distanciadas, y nunca más volvimos a ser amigas realmente.
El caso de Emmanuel -el hijo de Clara Rojas- le dio a Colombia la convicción clarísima de que no podía haber un niño "prisionero político".
Sí, Emmanuel fue una bendición, porque humanizó lo inhumanizable. Yo creo que la única decisión humana que tuvo Manuel Marulanda en su vida fue la de liberar a Emmanuel. No creo que hubiera sido espontánea, creo que Chávez tuvo mucho que ver con eso.
Pero él no lo liberó, porque ya no lo tenían, liberó solamente a Clara Rojas.
Creo que él no sabía que Emmanuel ya no estaba en manos de sus milicianos. El había tomado la decisión de liberarlo. Y pienso que esa decisión de liberar al niño no fue nada simple para las Farc. Lo que las Farc decían y creían con todo convencimiento era esto: "Ese niño es nuestro; cuando crezca ese niño será un guerrillero". Mira cómo es su lógica, porque esto es fundamental: cuando una guerrillera queda esperando un niño de otro guerrillero, tiene que pedir permiso para tenerlo. Si no le dan permiso tiene que abortar; si le dan permiso, ella lo tiene, le dan tres o cuatro meses para sacarlo adelante y después se lo entregan a un miliciano. Y ese niño va a crecer en manos de esa familia de milicianos y cuando cumple 10 ó 12 años, se vuelve guerrillero.
Al principio se aprecia que el sentimiento que prima es el miedo, pero cuando pasa el tiempo va perdiendo el miedo. ¿Eso es así?
Hay muchos miedos. Y se los va descubriendo poco a poco. En el primer intento de fuga, con Clara, que en el libro no está contado, fracasamos por miedo a morir. Fue apenas a los 10 días del secuestro. Caminamos toda la noche, abriéndonos paso en la espesura, nos caímos por barrancos, llovía. Nos asustamos de vernos la una a la otra; nos dio miedo y pensamos: no vamos a ser capaces. Entonces nos entregamos. Al final ya no había miedo. Había sufrido tanto que ya había aceptado la muerte como algo normal y casi deseable.
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