con Gordon Matta-Clark Mi vida

<P>Jane Crawford conoció al hijo de Roberto Matta a mediados de los 70, cuando impactaba la escena neoyorquina con sus cortes en edificios abandonados. Ahora, ella viene a Chile para inaugurar una muestra que recorre la influyente obra de su primer marido. De paso, recuerda la importancia que tuvo Chile para él, además de los conflictos y similitudes con su famoso progenitor. </P>




El día en que se conocieron, Jane Crawford debía reunirse con el artista de 32 años Gordon Matta-Clark para plantearle la posibilidad de realizar alguna obra para la galería neoyorquina en la que ella trabajaba. Era 1975 y el hijo del pintor surrealista Roberto Matta llevaba seis años de trayectoria artística independiente. Para ese entonces, ya había marcado profundas diferencias con su progenitor: no le interesaba la pintura, ni el surrealismo. Gordon intervenía espacios urbanos, perforaba paredes y dividía edificios.

A Jane le propuso abrir un agujero en el sótano de la galería, cavar un túnel hasta la construcción vecina y abrirse paso a través del lobby del Banco de Manhattan. "Eso no funcionó. Pero Gordon y yo sí", recuerda Crawford, entre risas. Fue el comienzo de un romance que duró tres años, derivó en matrimonio y terminó con la muerte de Matta Clark de cáncer de páncreas, en 1978.

Crawford es hoy la mayor especialista en la carrera y vida de Matta Clark. Ella es la principal invitada de la muestra Deshacer el espacio, que recorrerá la vanguardista obra del primer hijo de Roberto Matta, a partir del 10 de noviembre en el Museo de Bellas Artes. Una historia que mucho tiene que ver con los conflictos que tuvo con su famoso padre y, también, con el trascendental período que pasó en Chile.

El padre artista

Anne Alpert Clark dio a luz a Gordon y su hermano gemelo Sebastián, al que llamaban Batán, en 1943, en Nueva York. Al poco tiempo, Matta los abandonó. "Ella se las arregló durante unos años y luego aceptó la oferta de los padres de Matta para cuidarlos en Chile. Porque Matta, aunque era conocido, no ganaba mucho dinero", explica Crawford. Fue el comienzo de una relación distante, de visitas intermitentes, entre Matta y sus hijos: "Como padre, Matta no fue un gran éxito. No quería pasar tiempo con sus hijos, porque tenía otras cosas que pensaba que eran más importantes, como su arte".

Madre e hijos volvieron a Nueva York. Gordon y su hermano crecieron rodeados de surrealistas, dadaístas y artistas del expresionismo abstracto. "Adultos que se comportaban mal", describe Crawford. Matta pidió a Marcel Duchamp que fuera el padrino de Gordon. Aceptó. "Gordon creció viéndolos haciendo travesuras y pensó: si eso es ser un artista, yo también quiero ser uno de esos", recuerda.

En eso estaba en 1971, año en que decidió volver a Chile, esta vez solo. Estaba enojado con su padre: él había abandonado a sus mediohermanos, Federica y Ramuntcho, hijos de su matrimonio con Malitte Pope. No le dirigió la palabra durante años. "Fue un momento muy difícil. De todas formas, quiso viajar a Chile para entender de dónde venía su padre", explica su viuda.

No encontró a Matta en Chile, pero el viaje no fue perdido. El Museo de Bellas Artes le permitió realizar una intervención en sus instalaciones. "Fue una demostración extraordinaria de su parte: dejar que un artista desconocido, aunque su padre fuera famoso, cortara su museo. El perforó un agujero en el techo y, con espejos y otros cortes, dejó entrar la luz del sótano al baño. Cuando mirabas el agua del retrete, escuchabas el vuelo de los pájaros", dice Crawford. Los registros de esa obra se exhibirán en la muestra en Santiago: "Para ese entonces, ya jugaba con la idea de la superficie y la profundidad, la transparencia y la reflexión. Fue realmente profético de lo que hizo después".

El desecho americano

Pese a sus desavenencias, las similitudes entre Matta y su hijo eran innegables. Ambos eran de personalidad fuerte, encantadores, muy seguros de sus ideas. Los dos, en su juventud, decidieron estudiar arquitectura. Ninguno la ejerció.

Gordon aún estudiaba arquitectura en la Universidad de Cornell cuando el campus organizó una muestra de artistas de "earth art", movimiento en que el arte estaba prácticamente inserto en el paisaje natural. Su arte funcionaba fuera de museos y galerías, algo que llamó mucho la atención del hijo de Matta. Eran los finales de los 60 y los jóvenes se sentían alienados de todo: del gobierno, de las instituciones, las academias y, sobre todo, de cualquier adulto. "Sólo confiábamos en gente de nuestra edad", recuerda Crawford. La combinación de arte físico e independiente lo inspiró. Y no dudó en llevarlo a Nueva York.

La Gran Manzana, por ese entonces, tenía poco de esplendorosa. Las industrias se habían trasladado a los suburbios y a Nueva Jersey y la ciudad se quedaba sin dinero de impuestos. "La basura se transformó en un problema y cerraron hospitales mentales. Entonces, caminabas por la calle, veías cerros de basura y a esta gente que no podía encontrar trabajo, porque estaba loca", explica Crawford. Las ciudades se llenaron de edificios abandonados. Parecía un gran desperdicio. "A Gordon, en cambio, la ciudad le pareció como una paleta muy rica para el arte", dice Crawford.

Fue así como comenzó con sus intervenciones, o "cuttings", en casas y edificios abandonados de barrios marginales de Nueva York. A veces hacía agujeros desde adentro hacia afuera de las estructuras. Otras veces, partía casas por la mitad. El Bellas Artes exhibirá registros fotográficos, pero la obra original consistía en caminar por esas construcciones mutiladas. "Gordon creaba un espacio sicológico al cortar a través de un edificio. Simplemente pasaba a través de capas de experiencias de las personas que ocuparon ese lugar. Cortaba a través de la piel y los huesos de la construcción y llegaba hasta su alma", recuerda Crawford. "Si con Matta padre tenías una experiencia bidimensional, con Gordon tenías la experiencia física de esta morfología sicológica. Debías caminar a través del edificio y experimentar los cambios de luz, el paso del tiempo y la evolución de los espacios. A veces había sorpresas: la luz que se cuela desde un agujero, el viento que roza tu mejilla o el sonido de una conversación que se filtra desde el exterior".

A veces su actividad fue vista como vandalismo. Hasta sus amigos creían que estaba algo loco. "Como Gordon había crecido con artistas, nada le intimidaba. Entendía lo que era importante en el arte y lo que no", dice Crawford. Alguna vez se dejó crecer el pelo durante un año y dio instrucciones para convertirlo en peluca para exhibir en museos. En 1971 instaló Food, un restaurante cuyo menú era creado por artistas. En otra ocasión, compró 15 terrenos minúsculos, perdidos entre edificios e inaccesibles, para exhibirlos en la serie Fake Estates. Esos se podrán ver ahora en Santiago.

Los últimos años de Gordon no pueden separarse del período final de su gemelo, Batán. "Fue una de las grandes tragedias de su vida. Su hermano nació muy sensible y también muy artístico. Pero era como una bella flor que no tenía los recursos para pelear las batallas de cada día. Gordon era fuerte y sociable, pero Batán no. Gordon siempre se sintió culpable de haber recibido todo lo que le faltaba a su hermano", explica.

En 1976, Gordon recibió a su hermano en su loft de Nueva York. Batán había estado internado en institutos mentales; oía voces y sufría alucinaciones. Ese día, Jane los iba a visitar y Gordon salió a comprar mercadería. Al regresar se encontró con el cuerpo sin vida de Batán, que se había precipitado seis pisos bajo su ventana. "O se cayó o saltó. Nunca lo sabremos", recuerda Crawford. "Siempre buscó la protección de su hermano. Imagino que Batán hubiera querido morir así, en brazos de su hermano".

Gordon quedó devastado. "Lo sentía no sólo como su hermano, sino como su hijo. Como si él fuera responsable. Y su muerte, creo, fue el comienzo de su cáncer".

La enfermedad avanzó rápidamente en el cuerpo de Gordon Matta Clark. Falleció dos años después. Su padre no asistió al funeral, ni al de su gemelo. Pero en su casa de Tarquinia, Italia, instaló una escultura a la que llevó una ofrenda todos los días. Hasta su muerte.

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