Constanza Gaggero,diseñadora: London Calling
<P>Partió a Londres siguiendo a su marido, llegó a trabajar al British Museum por un aviso en el diario. Ahora tiene su propia oficina en un barrio cool de la capital inglesa y es una de las diseñadoras chilenas con mayor proyección internacional. </P>
Es joven, es sencilla, tiene dos niños muy chicos, vive y trabaja en Londres desde hace siete años y corre todo el día para cumplir con las obligaciones de mamá-profesional-trabajadora en una capital del primer mundo. Siempre quiso ser diseñadora: cuando era niña, Constanza Gaggero dibujaba en un MAC Classic, encuadernaba libretitas para sus amigas y coleccionaba frascos de tinta. Entró a la universidad cuando lo digital empezaba a explotar y admite que tiene suerte porque alcanzó a aprender a hacer las cosas con las manos y ahora se hace todo en el computador.
"En esa época nos llegaban señales de algo nuevo desde Estados Unidos con Emigre, David Carson y Tibor Kalman, y desde Inglaterra con Neville Brody y Designers Republic. Íbamos los domingos a un quiosco del Paseo Ahumada a comprar revistas Colors y encargábamos por correo muestrarios tipográficos que llegaban desarmados por la Aduana. La gente que admirábamos experimentaba con computadores, con la página, la tipografía, entendiendo los límites de los bits. Fue ser parte de un renacimiento del diseño, de ver cómo se abrían las puertas", dice.
Constanza estudió Diseño en la UDP, se casó con el también diseñador Juan Pablo Rioseco y montaron juntos una oficina que hacía libros, revistas, proyectos de señalética y desarrollaba la identidad de distintas marcas. Les funcionaba. "Siempre trabajamos muy bien juntos, somos una buena dupla creativa, aunque me cargue ese término. Nos conocimos en esto y compartimos una gran pasión por el diseño. Cada uno tiene su fuerte y trabajamos siempre de igual a igual. Nos quedábamos hasta las dos de la mañana discutiendo proyectos, imprimiendo páginas, dando vistos buenos. Nos conocimos en esa intensidad", explica.
Pero había algo más que compartían: ambos crecieron escuchando a The Smiths y tenían una fijación con la cultura inglesa, sobre todo con Londres, la capital mundial del diseño, más que Nueva York incluso. Por eso, cuando a él le ofrecieron trabajar en diseño de información para una consultora en temas de transporte en esa ciudad, no lo pensaron y partieron, ella embarazada de su primer hijo. Se fueron pensando en pasar allá un par de años y ganar experiencia. Siete años después, sus cosas siguen embaladas en un container en el campo de un amigo.
Llegaron a vivir a un espacio minúsculo pero bien ubicado en Marble Arch, en el centro de la ciudad. Ahí "empolló" a su primera guagua. Al poco tiempo se cambiaron a un departamento que miraba al jardín perfecto de la vecina y se compraron un Mini rojo, en el que disfrutaban manejando al revés por caminos rurales, sacando fotos y caminando a campo abierto.
También fue el tiempo de hacer redes. "Hice grandes amigas en el parque hablando de pañales, pero después de un año empecé a echar de menos trabajar y me empecé a estresar pensando que estaba en Londres farreándome la posibilidad de hacer algo grande", recuerda.
Revisó ofertas de trabajo en el diario y se enteró de que el British Museum, uno de los más importantes del mundo, buscaba diseñadora. "Fue la segunda pega a la que me presenté. Tuve dos entrevistas y quedé". Ahí le tocó encargarse, entre otras cosas, de la gráfica de las muestras grandes del museo.
¿Cuáles fueron los aprendizajes en esa etapa?
El gran desafío fue insertarme en este ambiente. No había estudiado en Londres ni tenía mucha experiencia con las formalidades, en las que los británicos son unos astros. Pero conocí gente alucinante, en el British hay gente muy interesante, una muestra de lo que es Inglaterra, lo que me sirvió para entender toda la gama de personas, desde el obrero hasta la upper class, desde el travesti al curador docto. Aunque la pega no era tan distinta a lo que había hecho en Chile, tuve que trabajar con la imprenta y el maestro local, aprender de papeles y formatos europeos y, sobre todo, del humor y la forma en que acá se hacen las cosas. Lo otro que me llamó la atención es que haya expertos para todo: nada se improvisa y uno, en vez de dedicarse a apagar incendios, hace la pega.
¿Cuál crees que fue tu aporte viniendo de un país culturalmente en pañales en un medio artísticamente tan potente?
Culturalmente Chile está a años luz y, frente a eso, hay que resignarse. Esta gente lleva más tiempo haciendo historia, aquí han pasado cosas que han cambiado al planeta y con eso no hay cómo competir. Uno se culturiza caminando, en el supermercado, por osmosis. Mi aporte es el mismo que en cualquier parte del mundo: el diseño es un servicio y lo que uno hace es comunicar con precisión un mensaje, sin importar de dónde viene uno. Y Londres, en ese sentido, atrae lo mejor de todas partes. Acá no sirve de nada que las cosas se vean bien, porque todo se ve bien. Hasta lo más mundano. La gente vive el buen diseño día a día, desde cuando compra galletas hasta cuando viaja en metro. Todo está tan bien hecho que es imposible no consumir. Mis clientes son personas relacionadas con la cultura y, por lo mismo, no exigen que las cosas sean lindas, sino que comuniquen seguridad. Hay que esforzarse y sobre todo saber jugar con sus códigos. Me demoré en descifrarlos y creo que desde hace unos tres años ya me manejo en el chiste y la referencia pop.
¿Cuáles son las claves para hacerse un nombre en uno de los epicentros del diseño?
Después de años de buscar infructuosamente perfección estética, me di cuenta de que la única manera de sobresalir era dándole valor al diseño desde las ideas. Quedarse pegado en que las cosas se vean bien no tiene sentido, menos en este ambiente donde todo brilla. Y el lenguaje ayuda, es más fácil ser avispado en inglés, inventar nombres y marcas de una forma corta y astuta. La estética viene después.
A poco andar, Constanza empezó a toparse en proyectos con la gente que ella veía en las revistas. Por ejemplo, cuando le tocó liderar el rediseño de la imagen del British Museum lo hizo con John McConnell, personaje al que admiraba hace años, socio de Pentagram, uno de los estudios de diseño más famosos del mundo. Ya con más experiencia decidió dejar el museo y armar su oficina. En parte porque estaba a punto de tener a su segundo hijo y quería un horario más flexible. Criar y trabajar para una inmigrante latina en el primer mundo exige hacer malabarismo.
¿Cómo lo haces?
Me las arreglo entre colegio, sala cuna y una nanny a la que le tengo que pagar mucho por cada hora, pero que ha sido mi salvación. Todo es caro y muchas veces siento que trabajo casi para pagarlo, pero vale la pena y sé que es una etapa. Como aquí no tenemos ni mamá, ni hermanas ni ningún tipo de familia que apoye en ese sentido, con mi marido nos organizamos mucho y tenemos dos tardes libres a la semana para estar con los niños. Es aperrado, sobre todo lo fue en una primera etapa, pero a cambio uno cría los hijos muy de cerca y como quiere, lo que los hace mucho más seguros de sí mismos. Ha sido muy bonito hacer familia aquí; que Londres sea tan multicultural abre los ojos, se aprende a vivir desde otro punto de vista y uno se da cuenta de que ser padres es algo muy instintivo, casi animal. Criar hijos así es un lujo, porque acá hay de todo y mucho y ellos pueden ser veganos, ortodoxos, violinistas o gimnastas. Lo que ellos decidan.
Hoy dice que su principal desafío es mantener ese equilibrio entre trabajo y familia. Para eso arrendó una oficina en Stoke Newington, un barrio emergente de Londres y trabaja por proyectos, allá y acá. El último año ha sido el más productivo. En Chile, por ejemplo, participó en el rediseño del Museo Precolombino y junto a su marido hacen el diseño de la revista Dossier de la Facultad de Comunicaciones de la UDP. En Londres ha trabajado intensamente con la Royal Academy of Arts, institución que cumple un rol muy importante en Inglaterra porque no sólo exhibe obras de arte sino que genera discusiones y forma futuros artistas. Ahí le encargaron la campaña de la exposición de verano, que siempre estuvo en manos de grandes talentos locales. A la vez sigue trabajando para algunos proyectos del British Museum y suma varios otros trabajos en el área del arte y la cultura.
¿Cuál es el elemento diferenciador de tu trabajo?
El manejo con la gente. Me encanta conocer a qué se dedican, sus negocios, la tradición que hay detrás. Por alguna razón empatizo con los británicos, los convenzo. Hay cierta elegancia en mi uso de los textos pero también audacia en el uso del color. Es lo que más fácil me sale.
¿Ser latina es un aporte?
Aquí hay poca inmigración latina y la gente se acuerda de mí por ser chilena. Es exótico. Otra cosa que llevo en la sangre es que soy expresiva o por lo menos más que el promedio de los europeos, lo que les gusta. Digo lo que pienso, con algo de ironía, y eso les cae regio. Además, uno sabe diferenciar lo que se ve bien, porque crecimos rodeados de pendones de PVC y veredas rotas. Saber lo que no hay que hacer es una ventaja.
¿Ya te quedaste a hacer tu vida en Londres?
Sólo sé que amamos esta ciudad y que estamos felices. Después de varios años tratando de encajar todo logramos que el sistema funcione armónicamente. Tengo un buen balance entre mi desarrollo profesional y familiar, comparto un estudio amigable y vivo en un barrio lindo. En términos laborales tengo proyectos fascinantes y sólo puedo aspirar a que esto se mantenga y dure un rato más. Pero no le hago asco, porque Chile me gusta y no creo que volver sea un paso atrás: hay tanto por hacer y tantos haciendo las cosas bien que uno puede armarse de nuevo.
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