Convivir con distintas etnias y cultos

Por Marta Salgado, presidenta de la organización Oro Negro, la ONG más antigua en la reivindicación de las comunidades afrodescendientes en Arica.





"Arica es pura mezcla, es un arcoíris. La gente no lo sabe, pero es una ciudad diversa: están los inmigrantes yugoslavos e italianos, los aimaras y los quechuas, y nosotros, los afrodescendientes. Nuestros antepasados llegaron en barco en plena Colonia. Como esclavos, ellos se dedicaron sobre todo a cultivar la caña de azúcar y el algodón, en los valles de Azapa y Yuta, y una parte  importante fueron destinados a las minas de Potosí. Otros, trabajaban como empleados domésticos en la ciudad. A la costa de Arica le llamaron "la puerta sin retorno", sabiendo que, como esclavos que eran, nunca volverían a África, su hogar. Hoy somos varias las agrupaciones que trabajamos para preservar su cultura y costumbres. Incluso, uno de estos grupos, el Club Adulto Mayor Afrodescendiente Julia Corvacho, fue elegido Tesoro Humano Vivo por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes el año 2011.

El sincretismo religioso se vive día a día. La fiesta de las Cruces de mayo, por ejemplo, es una celebración aimara, quechua y afro. Hay una gran misa en el Valle de Azapa donde se juntan todas las cruces decoradas con sedas, flores y adornos, traídas por las familias desde sus hogares. Se hacen rogativas y luego las cruces vuelven a sus hogares, en los cerros, en grandes procesiones con música y baile. Es nuestra forma de agradecerle a la tierra por la buena cosecha.

Hemos aprendido a vivir en comunidad pero también a defender nuestros derechos y mantener vigentes las tradiciones que le dan vida a esta región. Pienso que de alguna manera hemos sensibilizado a la gente y creo que, en cierta forma, se sienten orgullosos de nuestra diferencia. Pero no siempre es sencillo.

En 2013 el INE realizó una encuesta de caracterización que reveló que 8.415 afrodescendientes viven en Arica. Somos un 4,7 por ciento de los habitantes de la región. Queremos ser reconocidos como un grupo étnico más de este país y eso es lo que planteamos cuando el Consejo de la Cultura nos invitó el año pasado a Santiago a la Consulta de los Pueblos Indígenas. Frente a nuestra solicitud, un representante aimara respondió que no teníamos ningún derecho, porque no tenemos una tierra y un lenguaje. Fue sorpresivo y discriminatorio. Nosotros no somos inmigrantes, somos afrodescendientes chilenos, y nos dolió que comunidades de nuestra propia región nos dieran la espalda. En cambio, los dirigentes mapuches nos apoyaron. Es un tira y afloja, es una tarea inconclusa.

Al volver al norte, por supuesto que las relaciones estaban tirantes. Ahora, siempre nos vemos en espacios sociales y políticos, y nos damos las manos y nos saludamos igual. Sabemos que hay que conversar y trabajar en nuestras diferencias. En el fondo, tenemos que conocernos más, porque mucho de esto sucede por desconocimiento. Y ser todos más generosos, porque en nuestras diferencias, no somos tan distintos como creemos".

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