Craig Calhoun: El poder de los con y sin poder

Reputado estudioso en ciencias sociales y actual director de una de las universidades más prestigiosas del mundo en ese ámbito, la London School of Economics, Calhoun estuvo de visita en Chile participando en el Congreso del Futuro, pero conversó sobre el presente.




Bajo el sol calcinante del verano santiaguino le están tomando fotografías a Craig Calhoun. Es un hombre alto y macizo; probablemente fue rubio, pero ahora han triunfado las canas. Si fuera un superhéroe -su identidad apenas disimulada con elegantes traje y corbata-, podría ser Thor con pelo corto, o el Señor Increíble con barba. Pero claramente no es invulnerable: los rayos solares rápidamente enrojecen su rostro rubicundo.

Si fuera un superhéroe, Calhoun estaría en una etapa de declinación, en el límite superior de la adultez “intermedia”. Como intelectual, en cambio, está en su apogeo. Nacido en 1952, en un pueblo de Illinois, Estados Unidos, ha tenido una distinguida carrera en que ha mezclado sus estudios en historia, sociología y antropología y ha vinculado las ciencias sociales con temas de interés público. Desde septiembre de 2012 es director y presidente de la London School of Economics (LSE).

Energías sociales

Alguna vez señaló el filósofo Bertrand Russell que el concepto fundamental en las ciencias sociales es el poder, en el mismo sentido en que la energía lo es en la física.

Los trabajos de Calhoun ciertamente se ocupan, de manera bastante enérgica, del poder, incluso del de los sin poder. Conectando la sociología histórica, la política y la economía, ha estudiado diversos movimientos sociales, la participación política, el nacionalismo y el cosmopolitismo (la idea de ser ciudadano del mundo antes que de un pueblo o nación), las crisis y el ascenso de la importancia del capital financiero dentro del funcionamiento económico, el secularismo (la separación de la vida pública de la religión) y manifestaciones de protesta, desde la Plaza de Tiananmen hasta los de antiglobalización y Ocupa Wall Street. Es autor de libros como Neither Gods Nor Emperors (1994), Nations Matter (2007) y The Roots of Radicalism (2012). La variedad de sus intereses permite con él un paseo por diversos temas.

En París hubo manifestaciones masivas de protesta contra los recientes ataques terroristas. ¿Son los movimientos de protesta una forma de expresión más utilizada en las últimas décadas que antes?

Mi impresión es que en este caso primero hubo muchas protestas, algunas de las cuales confundían la defensa de la libertad de expresión con la defensa de ciertas cosas específicas dichas y confundían la oposición a los ataques con la hostilidad hacia los musulmanes. Pero luego hubo una protesta mucho más unificadora, multicultural, un acto de solidaridad cívica. Eso es bueno.

Las protestas y movimientos sociales enfrentan nuevos desafíos. Uno de ellos es la gran escala, internacional, de muchas cuestiones. Pero como Chile mismo muestra claramente, la protesta concertada todavía puede tener un gran impacto en la política nacional.

Usted ha estudiado muchos movimientos de protesta, ¿qué tienen en común? 

La mayoría comparten la cualidad de dar voz a aquellos cuyas opiniones son generalmente ignoradas por personas con poder. Creo que la protesta usualmente es más efectiva en la expresión de disgustos que para lograr que se hagan cosas. Para esto último, los movimientos tienen que extenderse por más tiempo, a menudo a través de muchas olas de protesta.

En Chile las protestas estudiantiles pusieron el tema de la “educación” en la discusión pública. Pero se han generado políticas y proyectos muy debatidos. ¿Se requiere un tiempo largo para cambios sociales efectivos, como los logros feministas?

Los cambios mayores usualmente vienen en muchos pasos a lo largo de generaciones, como ha sido el caso del feminismo o, sin duda, ha sido el caso del movimiento obrero. Pero los grandes cambios vienen usualmente en la interacción entre los manifestantes y los movimientos activistas, por una parte, y los políticos, otros líderes y los procesos más institucionales, por otra.

En otro aspecto de la educación, usted fue nombrado director de la LSE, después de que su antecesor renunciara por aceptar una donación del hijo de Muammar Gaddafi. ¿Pueden las universidades prescindir del dinero de donantes ricos?

Las universidades no funcionan sin dinero. Y cuando los estados se niegan a pagar los costos -especialmente para que se den conjuntamente la excelencia y el acceso abierto, justo- entonces las universidades y sus dirigentes miran en otros lugares. Y aun cuando los estados paguen, no siempre es saludable tener una sola fuente de financiación. Es importante preguntarse si esto puede ser un obstáculo para la creatividad y la diversidad. Asimismo pienso que la filantropía es también importante. Sin embargo, las universidades suelen cobrar aranceles. En la LSE vemos esto como necesario porque el gobierno del Reino Unido nos da menos del 10 por ciento de los costos. Pero también lo vemos como una obligación de entregar una muy alta calidad y beneficio a los estudiantes.

¿Es “donaciones privadas” una especie de “mala palabra” en educación? En Chile, “lucro” ya se usa como insulto y todos tratan de huir de ella...

El dinero puede ser la raíz de muchos males, pero muy poco en la sociedad moderna es gratuito. Es importante preguntarse cómo el dinero se relaciona con el control y cómo la libertad académica. Pero las donaciones privadas pueden ser extremadamente positivas y valorables.

Hablando de malas palabras, ¿todavía cree que las naciones importan?, ¿prefiere usar esa palabra devaluada en vez de la mejor considerada “comunidad”?

No prefiero “nación” a “comunidad”. Creo que necesitamos ambos conceptos, para las solidaridades de grandes estructuras de desconocidos que comparten un Estado y para las relaciones cara a cara a un nivel más local. Una de las ilusiones del nacionalismo es la idea de que no hay diferencia entre las relaciones realmente interpersonales y las similitudes a gran escala en la cultura y las identidades categóricas. En parte porque las naciones no son comunidades orgánicas su solidaridad depende de las instituciones -incluyendo los estados- y de los mercados y otras formas de conexión. También depende de lograr un “contrato social” razonable.

¿Qué quiere decir con contrato social razonable? 

Quiero decir mantener la desigualdad dentro de ciertos límites y asegurar que las oportunidades están ampliamente distribuidas, incluso si la riqueza efectiva y los ingresos son desiguales. Aquí está la razón de por qué las políticas públicas como la educación y la salud son tan importantes. Las identidades nacionales también vinculan a la gente a determinados territorios. Compartir un territorio puede ser una base de esfuerzos comunes para frenar la destrucción del medioambiente. Compartir una solidaridad tanto cultural como institucional puede ser una base para acordar garantizar que las oportunidades sean compartidas y quizás redistribuir la riqueza. La democracia depende de un sentido de compromiso compartido. Las naciones no son la única manera de generar esto, pero son una manera. Así que ellas importan. Pero eso no significa que todo nacionalismo sea bueno y, ciertamente, no lo es la xenofobia que a veces vemos de parte de autodeclarados patriotas.

¿Está la desigualdad en la raíz de ciertos brotes de violencia en el mundo?

Sí, la desigualdad es una fuente importante de conflicto. Más allá de la pobreza, la experiencia de la desigualdad constante, a menudo acompañada con insultos y degradaciones cotidianas, pueden significar las semillas de un profundo resentimiento y, a veces eso puede convertirse en violencia.

¿Cree que hay un descontento en nuestra civilización?

Pienso que muchos en Occidente y en los países formados por la colonización occidental están angustiados ante la posibilidad de que estén en riesgo sus modos de vida. De un lado, otras partes del mundo se han vuelto cada vez más ricas y poderosas. Pero igual de importante, la fe en un progreso constante hacia la democracia y la prosperidad se ha debilitado. Las personas se preocupan de que estas dos cosas puedan no ir bien juntas. Pero algo de esto está mal etiquetado si pensamos que todo tiene que ver con la cultura y la civilización occidentales. También se trata de las condiciones materiales.

¿Cómo ve la tensión entre el individualismo neoliberal y la solidaridad social del Estado de bienestar? En los últimos 40 años, el primero parece haberle dado una paliza al segundo.

En repetidas ocasiones a través de los últimos doscientos años, el capitalismo ha traído la ruptura de las instituciones que apoyaban a la gente y les brindaban solidaridad. La industrialización quebrantó la artesanía local y a las comunidades agrícolas. Al mismo tiempo, el crecimiento capitalista ha traído nuevas riquezas, pero distribuidas de manera muy desigual. Así, también se han repetido las luchas en las que la gente común busca una mayor participación en la riqueza y el desarrollo de nuevas instituciones sociales. A veces, gobernantes iluminados (incluyendo conservadores) han ayudado a construir instituciones de apoyo para evitar desafíos o trastornos sociales. Pero como lo señaló Karl Polanyi, nuestra historia no es un simple progreso sino más bien un “doble movimiento”. El individualismo neoliberal junto con la financiarización global le han hecho un gran daño a la solidaridad social en general y también a las instituciones sobre las que dependen las personas y que distribuyen oportunidades y protecciones. La pregunta ahora es si esto va a continuar -yo creo que está cerca de un punto de ruptura en muchos países- o si los esfuerzos para reconstruir la solidaridad y construir nuevas instituciones tendrán éxito.

Chile cuenta con el ambigüo privilegio de los primeros experimentos neoliberales.

Chile, en efecto, fue pionero en el neoliberalismo. Y pagó un alto precio por esos experimentos. A los estadounidenses se les debería recordar que el 11 de septiembre fue una fecha trágica aquí mucho antes de que se repitiera en los Estados Unidos.

El auge de los tratos bilaterales entre países en vez de pertenecer a organizaciones mayores, ¿es una especie de versión internacional del individualismo?

En algunos sentidos, sí. Sobre todo me parece que es una manera bastante cínica de los poderosos para preservar su poder.

Si tuviera un superpoder, ¿cuál le gustaría y para qué lo usaría?

No he imaginado tener superpoderes desde que era un niño. Me gustaría ser mejor con los idiomas. Pero ya que preguntaba sobre el individualismo, hay una ilusión individualista en las fantasías de los libros de cómics sobre los superpoderes porque son todos poderes de individuos. Y lo que realmente necesitamos es algún tipo de súper poder para producir la cooperación global.

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