Cuando la nostalgia era una enfermedad
<P>Entre los siglos XVII y XIX, era considerada por los médicos como un trastorno sicopatológico y no un término para describir el cariño por todo aquello que dejó de existir hace más de 30 minutos.</P>
Las personas a las que les gusta llevar viejas caricaturas de Nickelodeon a las fiestas deberían estar agradecidas de que no vivimos unos siglos atrás; si así fuera, tendríamos licencia para colocarles sanguijuelas, intimidarlas e incluso enterrarlas vivas. Estos eran algunos de los tratamientos para la nostalgia que existieron desde el siglo XVII al XIX, cuando se consideraba que ésta era un trastorno sicopatológico y no un término general para describir el cariño por todo aquello que dejó de existir hace más de 30 minutos.
El médico suizo Johannes Hofer acuñó el término en 1688, en su tesis de medicina, a partir de las palabras griegas nostos (volver a casa) y algos (dolor). La enfermedad la veía como similar a la paranoia, aunque el paciente era un maníaco con ansiedad sin delirio de persecución, y se asemejaba a la melancolía, a excepción de que era específica respecto de un objeto o un lugar.
Aunque Hofer tiene el mérito de haberle puesto nombre, la nostalgia ya había sido descrita. Durante la Guerra de los Treinta Años, al menos seis soldados fueron dados de baja del ejército español de Flandes por sufrir el mal del corazón. La enfermedad llegó a estar asociada particularmente con los soldados suizos, tan susceptibles a la nostalgia cuando escuchaban una canción para ordeñar vacas (Khue-Reyen), que cantarla era penado con la muerte.
También estaban predispuestos a experimentarla los niños enviados a criarse al campo (quienes naturalmente extrañaban a sus madres), los jóvenes de entre 20 y 30 años y las mujeres que dejaban sus hogares para ser empleadas domésticas. El otoño se veía como una temporada particularmente peligrosa; quizás las hojas caídas les recordaban a los soldados su transitoriedad y les hacían preguntarse por qué gastaban su limitado tiempo en la Tierra en ensangrentar sus espadas en países distantes, en vez de disfrutar de las comodidades del hogar.
Aparte de la epidemia de nostalgia en sí misma, también se reconoció un brote de nostalgia falsa entre los soldados, quienes pretendían extrañar a sus amigos y familias para poder abandonar la batalla. Pero eran blanco de bromas, puesto que los nostálgicos "de verdad" se recogían en sí mismos, sin revelar por qué estaban sufriendo, según cuenta Michael S. Roth en Dying of the Past: Medical Studies of Nostalgia in Nineteenth-Century France.
Al parecer, prácticamente cualquier cosa bajo el sol podía causar nostalgia. Una educación demasiado indulgente, provenir de las montañas, una ambición insatisfecha, comer alimentos poco comunes y el amor ("el amor especialmente feliz", señala el estudio de Roth), todo ello podía provocar la enfermedad. En los siglos XVIII y XIX, algunos médicos estaban convencidos de que la nostalgia provenía de un "hueso patológico" e intentaron en vano su búsqueda.
Algunos de los síntomas eran bastante lógicos: melancolía, por cierto; pérdida de apetito, desde luego; suicidio, algo sin duda molesto pero comprensible. Pero muchos otros que se identificaban bajo este paraguas, tenían en su mayoría causas muy distintas: malnutrición, inflamación cerebral, fiebre y paros cardíacos, entre otros. Algunos de los primeros síntomas, según el doctor Albert van Holler, fueron escuchar voces y ver fantasmas de las personas y lugares que extrañaban, aunque no está claro si se trataba de alucinaciones o sueños recurrentes.
Cómo tratar esta mezcla primordial de síntomas depende de la situación y, supongo, de la perspectiva de uno. Frente a un niño que extrañaba a su nodriza, los médicos la traían de vuelta y luego, poco a poco, lo condicionaban a pasar cada vez más tiempo alejado de ella. En ocasiones, los soldados eran tratados con menos paciencia. El médico francés Jourdan Le Cointe pensaba que la nostalgia debía ser tratada mediante la "incitación al dolor y el terror", según describe Svetlana Boym en su libro The Future of Nostalgia.
Le Cointe citaba el ejemplo de un brote de nostalgia ocurrido en el ejército ruso en 1733, en su camino hacia Alemania. Un general les dijo a los soldados que el primero que cayera bajo el virus nostálgico sería enterrado vivo y cumplió su amenaza un par de veces, lo cual lo cortó de raíz.
Cuando la nostalgia finalmente llegó a Estados Unidos, después de la Guerra Civil, la táctica de "eliminarla con el miedo" fue reemplazada por la de "eliminarla con la vergüenza". El médico estadounidense Theodore Calhoun pensaba que la nostalgia era algo de lo que avergonzarse, que aquellos que la sufrían eran poco viriles, ociosos y de voluntad débil. Proponía curarla con una buena dosis de escarnio público y la intimidación.
Otras curas dudosas incluían las sanguijuelas, purgar el estómago y aplicar "cálidas emulsiones hipnóticas". En ocasiones, los médicos usaban la solución obvia, que era dejar que los pacientes se fueran a casa. Pero incluso eso no tenía garantía de éxito, si el hogar que anhelaban había cambiado significativamente o simplemente ya no existía.
Obviamente, la opinión predominante sobre la nostalgia ha cambiado con los años, al punto que ahora la cultivamos con listas cargadas de GIF y especiales de VH1. Y raramente, si es que alguna vez, morimos a causa de ella. Pero el consejo del doctor francés Hippolyte Petit para tratarla es tan relevante para alguien que hoy en día se aferra al pasado como lo era para un soldado enloquecido por una canción para ordeñar vacas hace varios cientos de años: "Hay que crear nuevos amores para la persona que sufre de mal de amores; encontrar nuevas alegrías para borrar el dominio de las viejas". O, simplemente, dejarlo ir.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.