Cuando las realidades cambian: 15 años de ensayos de Tony Judt
<P><I>When the facts change</I> compila artículos del autor británico, editados entre 1995 y 2010.</P>
Los historiadores, afirmó Tony Judt (1948-2010), "no somos sino filósofos que predicamos con el ejemplo". La aseveración corresponde al período final de su vida, cuando la enfermedad de Lou Gehrig no le había quitado lucidez para analizar pasado y presente, pero le dificultaba dolorosamente expresarse al respecto (escribir, primero, después moverse, y luego bombear suficiente aire a través de las cuerdas vocales). No costó concebirla, pero fue duro convertirla en palabra perdurable. Algo de ejemplar hay en todo eso.
En los meses y años inmediatamente anteriores al 6 de agosto de 2010, fecha de su muerte en Manhattan, este historiador y ensayista nacido en Londres se apuró por alcanzar a decir, contar e interpretar. Había mucho en su impulso de intelectual público como para no hacerlo. En todo ese tiempo, se dio a la tarea de organizar sus recuerdos, reflexiones y evocaciones, y soñar con ponerlos en un chalet de los Alpes suizos donde iba en su infancia.
El libro se llamó El refugio de la memoria y es un vívido recorrido por las ideas, emociones y mentalidades de una época, filtradas por este profesor de estudios europeos en la U. de Nueva York. Pero no fue lo único que hizo Judt, con la ayuda de personal especializado y de Jennifer Homans, su esposa desde 1993. Siguió instalado en el presente, colaborando con publicaciones como The New York Times y -sobre todo- The New York Review of Books: lo venía haciendo por décadas y sólo la muerte, debió pensar el autor de Posguerra, iba a inhibirlo de participar en el debate público. El mismo en el que muchas veces se movió a contracorriente.
Textos de su período más aciago, pero también de tiempos más felices fueron reunidos por su viuda y publicados en forma de un libro de reciente aparición: When the facts change: Essays, 1995-2010. En sus páginas puede el lector encontrar un ensayo que es casi un libro acerca del complejísimo destino de Europa, y saltar de ahí a un ferviente llamado al regreso con gloria de los ferrocarriles. Y pasar, de ahí, a los hallazgos que autoriza una nueva edición de La peste (no por nada tenía Judt una foto de Albert Camus en su escritorio). Pero también al nuevo mundo segurizado e inestable post 11-s.
El título del libro cita una frase atribuida al economista John Maynard Keynes, otro de sus ídolos: "Cuando las realidades cambian, cambio de opinión". Homans la estimó adecuada para ese honor, acaso porque decía mucho acerca del rigor intelectual de Judt: cuando hay mejores y más convincentes razones que las de uno, cabe hacer algo al respecto.
Para muestra, Israel
"Para Tony, ser judío era una cuestión intrínseca", anota Homans en la introducción al compilado. "Era la única identidad que poseía inequívocamente". Destaca este aspecto, no sólo por cómo define a este ex sionista, que en su juventud se fue repetidamente de voluntario a los kibutz israelíes, donde vivió un paraíso monoétnico y autogestionado que ya a los 20 años se le había hecho provinciano y conservador. También por lo que dice sobre su controvertida postura en los debate sobre el conflicto israelí y sobre el propio Estado de Israel.
La polémica más encendida la desató "Israel: The alternative", publicado en octubre de 2003. Ahí parte desahuciando el proceso de paz y la hoja de ruta surgidas de las negociaciones entre Israel y la Autoridad Nacional Palestina. Plantea que la solución de "dos estados" debía sortear barreras infranqueables, como, por ejemplo, la necesidad de retirar a los colonos instalados en los territorios conquitados por Israel después de la guerra de 1967. "Como en la definición de la democracia según Churchill, una solución de dos estados es la peor respuesta, con la excepción de todas las demás", anotaría más tarde. No es que Judt considerara posible una solución eficaz y medianamente pronta. Sin embargo, se animó a proponer una salida.
Israel respondía, en su visión a un modelo de estado como los que se gestaron en Europa central y oriental tras la caída de los grandes imperios: un pueblo, una nación, normalmente una etnia y una lengua. Pero, ya en el siglo XXI, Israel asomaba como un anacronismo: una democracia, es cierto, pero también un país homogéneo con "ciudadanos de segunda clase" que sólo podía subsistir en su homogeneidad a costa del miedo y el sufrimiento de sus habitantes.
Cosmopolita y políglota, la solución de dos estados suponía, a la corta o a la larga, un costo tan brutal como la limpieza étnica. Por ello plantea la salida de un estado binacional. Un estado del siglo XXI, multiétinico y multicultural, que en los hechos significa el fin de un "Estado judío": "La idea misma de un 'Estado Judío', un estado donde los judíos y la religión judía tienen privilegios exclusivos de los cuales los ciudadanos no judíos están excluidos para siempre, se asienta en otro tiempo y otro lugar. Israel, en pocas palabras, es un anacronismo".
Seis años más tarde, en otro ensayo, dejó ver que su opción binacional era aún más inconcretable que antes. Pero no por eso la iba a abandonar.
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