Curso (anti) pedantería enológica
<P>¿Usted también tiene un amigo que habla como experto en vino sin la formación previa? Aquí unas claves para reconocerlo.</P>
TODO EMPEZO en el mágico instante en el que se cruzaron el boom inmobiliario y el auge de la cultura gourmet. Gracias al dinero y a nuestros cocineros, se generalizó el interés por comer y beber bien, los restaurantes subieron de nivel, la clientela se sofisticó... Y nació un nuevo monstruo: el del pedante enológico.
Podría ser cualquiera, incluso usted o yo. Alguien que, en otro momento no menos mágico, pasó de ser un bebedor social normal a transformarse en un temible aficionado al vino. Ese que, en lugar de aprobarlo con una sonrisa y seguir con la conversación, prefiere discutir con el sommelier, se empeña en oler el corcho, fantasea con las notas olfativas y repite la palabra maridar. En definitiva, el responsable de que algo feliz y espontáneo -"¡dame una copa de vino!"- sea hoy una experiencia irritante.
Porque en realidad, según sostienen otros expertos, recibir un vino en la mesa es algo bastante sencillo: basta con olerlo con la copa parada (para ver si está avinagrado o sabe a corcho) y luego, si se quiere obtener más matices, moverlo ligeramente. Y punto. Pero nuestro esnob enológico no hace caso a lo que suena razonable. Prefiere despacharse con una serie de frases lapidarias que descoloquen a su adversario. Del primer curso al nivel doctorado, por sus frases lo conocerán (aprendérselas o no, es cosa suya).
Esta frase es la fórmula magistral de la arrogancia encubierta y también un destello de genialidad, porque implica dos cosas contradictorias: modestia y defensa de la propia ignorancia. No hay nada como hacer alarde de lo que se desconoce para no tener que escuchar a nadie; el pedante principiante ni sabe ni le interesa, pero tiene carácter, que es mucho mejor.
Hoy en día es difícil acertar dónde servir el agua, sobre todo porque en muchos restaurantes se ha producido un curioso efecto de escala monumental: donde antes había platos redondos y copas de tamaño mediano, los primeros se han convertido en grandes superficies con ángulos dudosos y las segundas, en generosos barreños subidos a un pie de cristal. Pero el pedante se desmarca de esa vulgaridad que es hablar de tipos de copa. El sabe de marcas y no probará el vino si no es en Riedel, el Ferrari de la cristalería. "Ni siquiera son tan caras", añadirá. Si es que el mundo es muy ignorante.
Como experto, la capacidad del tipo informado para apreciar matices con sólo oler el corcho supera lo poético y llega hasta lo supraterrenal. Si alguien levanta la ceja ante el comentario, mantendrá su excelencia. ¿Acaso no están de moda las variedades de uva locales y las oscuras denominaciones de origen, que él por supuesto identifica al momento? Entonces, ¿cómo no va a apreciar el roce del traje regional del terruño donde se fraguó un buen vino? A partir de aquí no hay límites: con oler el vino una segunda vez sabrá informar sobre el tostado de la barrica; a la tercera, sabrá si pasó la fermentación maloláctica en depósito, y cuando lo pruebe medirá su permanencia en caudalies*.
* No hace falta que entienda algo, sólo basta decirlo con convencimiento.
Hace tiempo que nuestro experto superó al populacho. Ya es capaz de replicar a enólogos, bodegueros y sommeliers. El esnob profesional sabe que sólo queda volver al punto de partida: recuperar el placer de asombrar a sus congéneres. Y lo hará en tres cómodos pasos que usted puede seguir también:
Convocar una cena informal con cinco o seis amigos (es importante que haya público).
Pedir el único vino que hombres, mujeres y niños ningunean por igual: el rosé.
Regocijarse por dentro con la reacción y disfrutar su copa de Mateus Rosé bien fresquito.
Ya está. ¡Ahora puede convertirse en la perfecta persona enológicamente insoportable!
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.