De "bazofia" a clásico de los 90: la historia privada de Mala Onda
<P>Hoy se lanza en la Feria del Libro una edición que conmemora los 20 años de la novela. </P>
"Acabo de leer tu novela y me parece impresionante", escuchó al teléfono Alberto Fuguet. Un argentino desconocido hablaba al otro lado. Se presentó como Ricardo Sabanes, editor del sello Planeta. Tenía que ser un error: a mediados de 1989, Fuguet no tenía ningún libro terminado. Y lo más parecido a una novela que había escrito, era un primer capítulo que sus compañeros del taller de Antonio Skármeta habían odiado. No era un error. Sabanes había tenido acceso a las primeras páginas de lo que se convertiría en Mala onda y se obsesionó con la historia de Matías Vicuña. Pocos días después, citó a Fuguet en el Tavelli y, a falta de algo mejor, extendió una servilleta y le pidió una firma: "Esa novela no puede ser de nadie más, la contrato".
Tres años después Mala onda llegaría a librerías para remecer los acartonados códigos de la narrativa chilena de la época. Urgente, callejera y adolescente, el retrato del Santiago de clase alta a través del confuso Matías Vicuña enfureció a la crítica literaria oficial y estalló como un best seller. Amenazó con marcar para siempre a Fuguet como un autor juvenil y le valió un desprecio de años de parte del establishment literario. Veinte años después, cuando Alfaguara lanza una edición conmemorativa, es un clásico de la literatura chilena. Antes casi "acabó" con su autor.
Matías soy yo
"Una novela de aprendizaje sobre una familia en crisis en los 80. Una novela de época", dijo Fuguet presentando su proyecto al taller de José Donoso. Encantado, el autor de Coronación creyó que era sobre 1880. Era 1980: Matías, ese escolar hastiado de su vida, Chile y todo, explota en los días previos al plebiscito por la Constitución. El contexto político se pierde entre carretes en El Bosque, carreras de auto en la Kennedy, escapadas a Reñaca, sexo, alcohol, marihuana y cocaína.
Quizás fue esa mezcla la que molestó a sus compañeros en el taller de Skármeta, en el que Fuguet participaba paralelamente al de Donoso en 1989. Les dio el primer capítulo de lo que por entonces se llamaba El coyote se comió al correcaminos y recibió una bofetada de vuelta. "La odiaron. Les pareció repelente, asquerosa y fascista", recuerda. Entre los líderes del ataque estaba Rafael Gumucio: "Después cambié de opinión, pero en ese momento creo que nos choqueó ver un Chile que no queríamos ver", dice.
Antes que la masacre siguiera, Skarmeta respaldó a Fuguet. Lo apoyó literaria y personalmente. Días después, Skarmeta le recomendó a Sabanes el texto de Fuguet. El editor, un hombre elegante y cosmopolita, estaba dando forma a la Nueva Narrativa Chilena y quería sangre nueva. No dejó escapar a Fuguet.
Cuatro meses después, Sabanes dejó Chile y se hizo cargo de Planeta en Argentina. Fuguet se quedó solo. Sin avances con Vicuña, ganó tiempo publicando sus cuentos: en 1990 debutó con Sobredosis. La crítica no aprobó el libro, tampoco sus colegas, pero vendió bien. A inicios de 1991, Planeta lo llamó de nuevo: había dos mil dólares para él si estaba dispuesto a pisar el acelerador con Mala onda.
Fuguet renunció a todo y se puso a escribir. Agarró computador Apple y se fue a Pichidangui, a Farellones, se encerró en su casa en Providencia. Pero la historia no avanzaba. Entonces se puso en la piel de Vicuña. No sólo se hospedó en el Hotel City, como el personaje, también recurrió a la cocaína: "Los últimos capítulos era línea de coca, café, Coca-Cola. Me rapé como lo hace Matías. Porque no me salía. Por un año no avancé nada. Podía perfectamente no escribir nunca más", dice.
A inicios de septiembre de 1991, Fuguet entregó el manuscrito de Mala onda y se fue con su familia a Bariloche a pasar el 18. El libro lo persiguió todo el viaje: de vuelta a Santiago, corrió a Planeta a poner con un lápiz la última frase: "Por ahora". A esas alturas estaba harto: "Yo sólo quería que el libro se acabara antes de que me acabara a mí. Ya me daba lo mismo, pero intuía que era verdadero".
Una bazofia
"¿Qué público querés tener? ¿La gente que va al Tavelli?", le preguntó Juan Forn, en su rol de editor de Planeta, a Fuguet. Estaban en Buenos Aires y las cosas iban mal: Forn había llenado de tachaduras rojas el manuscrito y tenía una propuesta que enfureció a Fuguet: Vicuña iba a hablar usando el "boludo", "che", "vos", y toda la jerga argentina. Fue una batalla dura, pero Matías conservó su acento. En Chile el autor debió enfrentar a otro editor:
Tras una década en España, Jaime Collyer regresaba a Chile y asumía la edición de Planeta. Mala onda fue el primer libro del que se hizo cargo: "Le metí mano a destajo, me parecía impublicable. La segunda mitad era mejor", recuerda el autor de El infiltrado, que hoy sigue con la misma opinión: "La encuentro desechable".
Pese a las tensas reuniones de Fuguet y Collyer, el libro se fue a imprenta sin cambios radicales y en diciembre de 1991 estaba en librerías. En verano del 1992 Mala onda se metió entre los libros más vendidos y llegó a las manos de Ignacio Valente, por entonces la voz principal de la crítica literaria chilena. "Grandes serán las tragaderas que necesita un crítico literario, pero no llegan a tanto como para terminar esta bazofia", anotó Valente en su ya legendaria crítica a la novela.
A los pocos meses, en la tercera o cuarta edición, la novela llegó a librerías con una franja que reproducía una de las peores frases de Valente. El efecto fue inmediato: el libro volvió a agotarse. En 1992, Mala onda vendió cerca de 30 mil copias. Fuguet acapararía las sospechas y odios de la intelectualidad local, pero su estilo pop y juvenil creó escuela. 20 años después, el insoportable Matías Vicuña se acomoda entre los personajes más inolvidables de la literatura chilena reciente.
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