De cazador a Garfield: la nueva vida de los gatos
<P>El libro <I>Cat Sense</I> cuenta que los felinos todavía mantienen su instinto cazador, aunque poco a poco se han vuelto remolones. </P>
UNA DE LAS características menos exploradas por Garfield, el gato protagonista de la serie creada por Jim Davis y que tenía a John Bonachon como amo, es su habilidad para cazar. Puede ser porque consideraba asqueroso atrapar ratones. Lo suyo era la lasaña, dormir y ver la televisión.
Su realidad tan humanizada es muy distinta a la de los felinos que se ven en casas y departamentos. Porque, a pesar de su actual apariencia de mascota sofisticada y casera, los gatos aún son animales esencialmente salvajes y cazadores. "Tienen tres de sus cuatro patas en ese origen", asegura John Bradshaw, biólogo de la Universidad de Bristol, en Inglaterra. Esa es una de las principales tesis de Cat Sense, el último libro de Bradshaw, quien se ha dedicado al estudio del comportamiento de los animales domésticos durante 30 años y que vive con cuatro gatos en su casa.
El investigador explica que los gatos fueron de los últimos animales en ser domesticados, porque su utilidad no era tan explícita como la de otros animales. Los perros pueden ayudar a cazar o hacer compañía. Los chanchos proveen de carne. Los pollos, de huevos. ¿Y los gatos? Ni siquera su capacidad de controlar plagas de roedores era muy convincente. Entonces, el autor propone que los gatos están lidiando con su nueva popularidad. Porque la mayoría de sus dueños los prefiere ver ronroneando a sus pies que matando ratones.
La investigación de Bradshaw sugiere que todo lo que hace un gato cuando juega puede ser una parte de su conducta normal de caza. Es cosa de comparar: cuando una persona cuelga una cuerda de su mano, un perro puede saltar y jugar a atraparla. Hay algo más social en esa acción, porque al perro le importa con quien juega. Al gato no, porque lo más probable es que piense en la cola de un ratón. Eso explica que los gatos prefieran juguetes que se parecen a sus presas. Además, juegan con más intensidad cuando tienen hambre.
Bradshaw encontró un ejemplo en su propio departamento, cuando le llevó a su hija a Splodge, un gato blanco y negro, peludo y esponjoso. En poco tiempo, esa cosa que parecía un peluche se convirtió en un malhumorado cazador de ratones.
Pero eso no significa que su comportamiento habitual sea negativo. De hecho, ven a los humanos como gatos más grandes, pero no hostiles. Además, a medida que fueron domesticados modificaron su habilidad para interactuar con las personas y hacer la transición de cazadores a acompañantes de los humanos. "Nuestra necesidad de los gatos como controladores de plagas ha desaparecido, pero, a pesar de eso, tenemos cada vez más de ellos como mascotas", dice el autor en el libro.
De hecho, los gatos tienen un actuar más social hacia los humanos que entre sí. Por ejemplo, los machos domésticos no forman alianzas entre ellos, ni siquiera para cuidar a las crías -como sí lo hacen las hembras- y mantienen su rivalidad toda la vida. Las gatas, por su parte, evitan el contacto con los machos, particularmente con los que no conocen bien, por miedo a ser atacadas.
La cola erguida es una señal de saludo entre ellos. También es la forma más clara en que muestran su afecto por nosotros, escribe Bradshaw. Pero no les gusta que se las toquen: a menos de uno de cada 10 gatos le agrada ser acariciado en su vientre o cerca de la cola. Prefieren ser acariciados en la cabeza más que en cualquier otra parte. Al aceptar los cariños, en su mente se asienta la certeza de que participan de un ritual social que refuerza el lazo con sus amos.
Según Bradshaw, una de las razones por las que a la gente le gustan tanto los gatos está en las cualidades humanas de sus rostros. Sus cabezas son redondas y sus frentes son grandes, lo que recuerda la cara de una guagua. Además, sus ojos apuntan hacia adelante, como los nuestros. Si los abren como el Gato con Botas de Shrek, sólo queda rendirse.
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