De Claudia a Martina: los nombres preferidos de los chilenos en cuatro décadas
<P>Por más de 20 años, nombres clásicos como Patricia o Carlos estuvieron en los primeros lugares. Pero en los 90 se produce el quiebre y ahora son para marcar diferencia. Así lo revela un análisis de los 100 nombres más populares de los últimos 40 años.</P>
Parecía una manda: durante los años 70 y 80 se repetían por doquier los Manuel, Jorge o Claudia. Fueron los líderes sin competencia por más de dos décadas y, junto a otros nombres tradicionales, representaban el 21% de los inscritos. Pero a inicios de la década del 90 ese escenario se revoluciona. Entran en escena Diego, Felipe, Camila y Javiera, y los antiguos pasan a ser sólo el 8,7%.
Un análisis realizado por La Tercera de los cien primeros nombres más populares de las últimas cuatro décadas refleja cómo en Chile no sólo las opciones clásicas pasan a un segundo plano, sino que, además, se impone el deseo de originalidad de los padres al bautizar a sus hijos. Claro ejemplo de esa diversificación son los inscritos en las oficinas del Servicio Nacional del Registro Civil en 2008. Barac, Frank-chescoly, Hummer, Ilüvatar, Xoaquin y Yhampool fueron inscritos junto a nombres de mujeres como Apple, Balentina, Catrina, Nikkita y Yasury.
Un estudio realizado en Estados Unidos analizó los nombres de 325 millones de estadounidenses nacidos entre 1880 y 2007. Los sicólogos Jean Twenge, de la Universidad Estatal de San Diego, y W. Keith Campbell, de la Universidad de Georgia, Atenas, comprobaron que la tendencia de dar nombres menos comunes a los niños comenzó luego de la Segunda Guerra Mundial. Pero, al igual que en Chile, la disminución más drástica se produjo desde los 90.
Búsqueda de prestigio
En el siglo XIX la costumbre nacional era poner el nombre del santo del día que un bebé nacía, indica José Urzúa, del Instituto Chileno de Investigaciones Genealógicas. Así, los que nacían el 29 de junio eran bautizados como Pedro o Pablo. Hasta ese momento, los nombres se escogían también según un significado concreto, por ejemplo, religioso. Pero desde principios del siglo XX ese sentido se diluye y simplemente pasan a ser una denominación: "Ya no se eligen en función de lo que se espera del hijo o hija. Si un padre le pone, por ejemplo, María a su hija, no espera que sea una cualidad y que sea como la Virgen", aclara Rafael del Villar, sociólogo y semiólogo del Instituto de Comunicación e Imagen de la U. de Chile.
Con el tiempo, sin embargo, comenzaron a ser una estrategia de prestigio. "El nombre entrega un referente que podría ser orientador respecto del origen social", dice Alberto Mayo, coordinador del Centro de Estructura Social de la U. de Chile.
La relevancia e información que aporta un nombre "hace que las capas más altas, que han preferido los nombres antiguos por el tono oligárquico y de posicionamiento, sean imitadas por las clases más bajas con el propósito de dar prestigio a sus hijos", dice Mayo. Eso sucedió, por ejemplo, con Isidora, que en 1996 estaba en el lugar 47 de la lista de cien más comunes, y hoy se ubica en el puesto número siete. "Puede que en algún momento las clases altas escojan Candelaria, como si intuitivamente ese nombre ayudara socialmente, y luego, por la misma razón, lo copien las clases bajas", dice Héctor Velis-Meza, periodista y autor de La historia desconocida del nombre y del apellido.
Hay más. Cada segmento social posee sus propios códigos de prestigio, explica Mayo. "Hay clases que aún mantienen arraigada la costumbre de que los primogénitos tengan el mismo nombre por generaciones, por el poder social que representan los apellidos".
A fines de los 70 se aprecia otra tendencia: la introducción de nombres anglos, "que son vistos como de mayor categoría. Pero muchas veces se escriben inadecuadamente, porque se escriben tal como se escuchan", dice Mayo. De ese modo, en 1983 aparece Christopher en el puesto 94, y avanza hasta quedar dentro de los 50 más comunes en pocos años. Por su popularidad, ya en 1984 emergen los niños llamados Cristopher (sin h), los que desplazan a Christopher y llegan en 1988 a ocupar el puesto 48.
Marcar la diferencia
"En los 90 los nombres tienen un carácter distintivo: se ponen para marcar diferencia", afirma Del Villar. Sin embargo, en ese intento por distinguirse, el universo de alternativas se agota, lo que pone a prueba la creatividad de los padres. Pero hasta la creatividad tiene un límite: "Llamarse Temístocles no es una opción para los padres, saben que se van a reír de su hijo y no está entre sus alternativas".
Los padres estadounidenses, dice el estudio, están más interesados en que el nombre de sus hijos destaque antes que sea popular. En 1955, el 32% de los niños tenía uno de los 10 nombres más populares. Para el 2007, sólo el 9% tenía nombres en esa lista. Los tradicionales Emily o Jacob cambian por Leon (segundo nombre del hijo de Brad Pitt y Angelina Jolie), Samara o Kali.
Pamela Redmond Satran, autora de 10 libros de nombres para bebés, dice que las celebridades han acelerado la tendencia de usar nombres inusuales con una ortografía creativa. La actriz Halle Berry bautizó a su hija como Nahla Ariela. "Hoy, es una ventaja decir que un nombre es único y que posee su propio estilo", afirma.
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