De la roja a los rojos
<P>El día en que Chile enfrentó a la Unión Soviética en el Mundial del 62, el fútbol chileno escribió una de sus páginas más gloriosas. Casi 60 años después, a partir de ese mismo encuentro, Sebastián Edwards escribe una novela de suspenso y emoción que remite a las lógicas de la Guerra Fría. </P>
EN un set de televisión, ojos felinos, gestos rápidos, chaqueta jaspeada algo fuera de los cánones, Sebastián Edwards transmite una seguridad Alfa, una seguridad que es Edwards y también Universidad de California. Lo suyo -aparte de la economía y sus rasantes opiniones políticas- es un tipo de novela que apuesta por la ficción disfrazada de realidad, ese juego que comienza con Homero y no para más. Ese juego que consiste en construir un camaleón.
La ficción pura sería una lata, en verdad. En su segunda novela, Un día perfecto, la mitad de los personajes son reales, existieron y jugaron en Chile en el Mundial de Fútbol de 1962. La otra mitad son inventados.
Con El misterio de las Tanias (2007), Sebastián Edwards obtuvo un éxito de ventas considerable. Su historia de espías -como la definió él- enfrentó sin embargo algunos altercados con la crítica: Camilo Marks, por ejemplo, definió al autor como "un señor muy importante que vendió mucho un libro que era muy malo".
Cosa nada agradable. Aunque el gusto por lo políticamente incorrecto estaba desde el principio en el guión: su historia contiene una cruda crítica a la izquierda chilena y a la revolución cubana. Las Tanias serían una camada de regias espías cubanas, infiltradas desde fines de los años 60 en las más insospechadas posiciones de las clases dirigentes latinoamericanas, especialmente en Chile y Argentina.
Si muchos le demandaron una continuación, Sebastián Edwards se ocupa de algo bastante diferente en Un día perfecto, aunque la Guerra Fría sigue en el repertorio.
Corría el año 62 con una pelota de fútbol pateada por Leonel Sánchez. Idolo. El Zurdo Magnífico era la locura colectiva, el sueño dorado. La leyenda sostiene que Carlos Dittborn consiguió la sede del Mundial para Chile con una frase macanuda: "Porque no tenemos nada, queremos hacerlo todo". Mientras el organizador argentino aseguraba: "Podemos hacer el mundial mañana. Porque lo tenemos todo". (En verdad, la frase fue pronunciada por Dittborn en una entrevista).
La novela sucede el domingo 10 de junio de 1962: es el día imprevisible de un año dramático. Chile apenas se recuperaba de los desastres del terremoto de 1960, y el mismo Dittborn había muerto a los 38 años, 32 días antes del inicio del mundial.
Es la tarde en que el equipo chileno enfrentó al de la Unión Soviética, a continuación del demasiado intenso partido con Italia, cuando los italianos entraron lanzando ramilletes de flores a un público enfurecido, que se las devolvió junto con frutas de la estación.
¿Por qué? Porque unos periodistas italianos habían escrito que Santiago era la ciudad más triste, subdesarrollada y fea del mundo. O algo así.
Del puro agravio, el equipo chileno triunfó sobre el italiano, frente a 66 mil rugientes espectadores en blanco y negro. En el evento, el propio Leonel Sánchez le puso un puñete en la cara a su colega italiano Mario David, que lo pisoteó.
Hasta aquí el contexto.
Asesorado y documentado por Felipe Bianchi en la parte futbolística, Sebastián Edwards no se pierde, ni pierde la seriedad, cuando narra un episodio clave de ese Mundial en el que Chile logró el tercer lugar: el mítico partido contra la Unión Soviética en Arica.
El resultado final fue Chile 2, la URSS, 1. Con Misael Escuti en el arco, y bien saben los que vivieron la gesta lo que era entonces Misael Escuti.
En Un día perfecto están las jugadas clave. El drama, el ritmo. Y algo de la voz fumadora de los viejos relatores deportivos por entonces en su cenit.
El arco de Lev Yashin, "La Araña" -el alto guardameta ruso vestido de negro, considerado el mejor portero de todos los tiempos- es goleado primero por Leonel Sánchez y luego por Eladio Rojas, titulares de este país inverosímil llamado Chile. "Ese país alargado, ese reptil que serpentea desde la Antártica hasta el desierto de sal".
Ese domingo en el Estadio Carlos Dittborn de Arica, ¿es un día perfecto?
En cierto sentido sí, aunque no existan los días perfectos.
En la novela de Sebastián Edwards, ésa también es la tarde en que Yashin, el arquero ruso, se pierde en la neblina durante varias horas. ¿Dónde estaba? ¿Desertaba de la Unión Soviética y sus comisarios, como Nureyev en 1961?
Simultáneamente, en el público hay un reportero español -Juan Domech, de Reuters- esperando su turno para bajar a los camarines y entrevistar a Leo Horn, el árbitro. El réferi holandés es el personaje que nunca deja de observar "esa frontera que separa lo legal de lo que no es", y es, además, un héroe de la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial.
Mientras en la realidad Chile gana, en la ficción otros personajes, Ofelia, y su cuñado Esteban, periodista trashumante y confundido, viven un reencuentro amoroso casi épico. José Manuel, el marido de Ofelia, está en el estadio y ha dejado a su mujer en compañía de su hermano. Nada más seguro, piensa, no obstante saber que en la adolescencia él estuvo platónicamente enamorado de ella y que, en rigor, se la quitó al casarse con ella. Eso pasa a veces en las familias. El asunto es que del amor platónico se pasa al aristotélico. Y a partir de ese momento, bueno, al cuerpo a cuerpo. Por encima de todo, Arica se está volviendo irrespirable. Un olor fuerte se deja caer por la ciudad. Es el hedor del dinero: el que emiten las desconsideradas industrias pesqueras.
Sebastián Edwards Figueroa es uno adelantado de la generación de economistas chilenos triunfantes en el exterior. Ingeniero comercial de la Universidad Católica y doctorado en Economía en la Universidad de Chicago, ejerce desde 1996 la cátedra Henry Ford en la Anderson Graduate School of Management de Los Angeles (Ucla) desde 1990.
Entre 1993 y 1996 fue el economista jefe para América Latina y el Caribe del Banco Mundial, y -que nadie lo ponga en duda- es el economista que más lejos ha llegado en los territorios de la novela.
En un día claro se puede ver bastante, sobre todo asomándose a Google en un i.pod. Pero Wikipedia, que todo lo sabe, pareciera saber menos que el autor, que en su novela resuelve el misterio del arquero soviético aparentemente drogado por la CIA y perseguido por la KGB (o al revés), al final de ese partido.
¿Leyenda urbana? ¿Episodio que todavía califica como misterio no resuelto? En fin, las fronteras entre la ficción y la realidad son cada vez más raras. La crítica acecha y afilará sus garras. Seguramente. Habrá que ver.
Antes de eso, Un día perfecto reclama su oportunidad, su derecho a desplegar una intriga donde los amores se cruzan con los goles, los sentimientos con los intereses, el fútbol chileno con la Guerra Fría y las emociones con los puños. También, la Historia en mayúscula con otras historias que se escriben en minúscula.
Sebastián Edwards lo hizo una vez. Ahora podría estar haciéndolo de nuevo.
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