De París a Chile, pasando por Cuba: Jorge Edwards y sus lugares de la memoria

<P>A los 84 años, el Premio Cervantes y Nacional de Literatura está en plena producción narrativa.</P>




La literatura como un llamado irresistible o como una fuerza transformadora. La protagonista de La última hermana, la novela de Jorge Edwards, cuyo heroísmo impensado está embebido de lecturas, podría ser un ejemplo. El propio Edwards podría ser otro, pues según Los círculos morados (2012), el primer tomo de sus memorias, nada en su familia lo encauzaba a ser escritor, actividad considerada más bien sospechosa. Se hizo escritor, sin embargo, y su devoción literaria -que no necesariamente sus logros- está documentada en sus distintos libros.

Inmune al cansancio e indiferente a los años (tiene casi 85, nació en 1931), Edwards continúa trabajando, tanto o más que antes. Ha reunido algunos ensayos dispersos en Prosas infiltradas (Brickle Ediciones, 2015). Apareció una edición anotada de uno sus libros más afamados, Persona non grata (1973), el registro de unos meses como diplomático en Cuba en 1970, visión altamente crítica del régimen castrista, lo que le granjeó no pocas enemistades en la izquierda chilena e internacional, unido a su exilio por el Golpe de Estado en Chile. Pero también hay novedades y proyectos: acaba de publicar una novela, ha terminado otra y planea cuando menos tres libros más.

En la mesa de centro de una sala en su departamento está una biografía de Pablo Neruda para ratificar algunos datos: ha terminado una novela sobre la tortuosa relación entre el poeta y Josie Bliss, su amante durante su estadía en 1927 en Rangún. Un amigo español le aconsejó que, como Salgari escribía sobre la Malasia desde Roma, él lo hiciera sobre Neruda en Oriente desde Santiago: "Me inventé una Birmania y un Ceylán, pero estoy pensando seriamente en hacer un viaje a esos lugares". También piensa escribir sobre un amor de O'Higgins joven en Londres.

Su publicación más reciente, con todo, en la prestigiosa editorial española Acantilado, es La última hermana, la historia de una mujer chilena, inspirada en María Edwards Mac-Clure (1893-1972), quien salvó niños judíos en la Francia ocupada, valiéndose de su imagen de extranjera rica y mundana, animadora de las tertulias sociales. Pero fue descubierta y torturada por la Gestapo; logró salvarse y volver a Chile con una suerte de "ahijado" español. Escritores varios, espías alemanes, resistentes franceses, criollos en París y en Santiago recorren sus páginas.

¿Por qué le interesó María Edwards?

Yo no sabía casi nada de ella. Cuando llegué a París en 1962, trabajé con Carlos Morla, quien recibía a mucha gente del mundo social-literario. A veces se hablaba de una chilena, una "señora Errázuriz": podía confundirse con Eugenia Huici, que fue anterior, pero también se referían a María Edwards (ambas con maridos de apellido Errázuriz). Lo que me interesó fue cómo una mujer de sociedad, algo frívola, una persona común y corriente se convierte en una heroína, siendo capaz de arriesgar su vida. El tema de la conversión me ha interesado siempre.

¿Tuvo que hacer una labor de rastreo?

La última vez que estuve como diplomático en París conocí a una bisnieta de ella, María Angélica Puga, que estaba investigando sobre María (y ha sacado un libro sobre su bisabuela), con quien obtuve muchos datos. Investigué por mi cuenta también y como estaba en la ciudad pude ir a todos los lugares en que ella estuvo. Fui al Hospital Rothschild, que fue restaurado y me mostraron la parte antigua y su maternidad, desde donde ella rescataba los niños. Estuve en las casas en que esos niños judíos fueron escondidos (hay placas que lo recuerdan). Llegué a conocer a dos de los niños salvados, ahora setentones; uno de ellos me dio un diario inédito en que se contaban detalles de María, como que tenía vinculaciones con escritores franceses de su tiempo.

De hecho, en el libro aparecen varios escritores: Huidobro, Jünger, Colette. ¿Sólo consta la relación con Colette?

Invento el encuentro con Ernst Jünger, aunque en el diario de éste durante la ocupación alemana en París aparecen esas reuniones con escritores en un altillo. Y encontré libros dedicados por Colette a María, con dedicatorias cariñosas: uno lo vi en la biblioteca de Agustín Edwards, sobrino nieto de María; otro lo encontré a través de la bibliotecaria del Hospital Rothschild. En el trasfondo está la idea de que la literatura lleva a esta señora de sociedad a ser diferente; es "la última hermana" de una familia poderosa, cuyo amor por la lectura la cambia.

La historia de Canaris parece novelesca, pero fue real...

Sí, todo lo de Wilhelm Canaris está más o menos documentado. Participó en la guerra del 14, naufragó en el buque Dresden y estuvo confinado en la isla Quiriquina, aunque las autoridades chilenas (en teoría, neutrales) le permitían moverse en el país. Se escapó a Europa y llegó a ser almirante, luego jefe de inteligencia del ejército alemán durante el nazismo. Murió inculpado en alguna de las conspiraciones contra Hitler. Él estuvo en las tertulias de María y cuando, en 1943, se enteró que ella estaba presa en sus calabozos, logró liberarla. Consideraba un error detener a una chilena de sociedad, primero, porque Chile era hasta entonces neutral y, segundo, por la gran presencia alemana en el país.

¿Cuánta ficción hay en el personaje René Núñez Schwartz?

Algo, en el sentido que es un poco enigmático y un poco incómodo para la familia de María. No se sabe si era un amigo o un amor. Él era un español que escapó de la Guerra Civil, bisexual. María se lo trajo a Chile: en la tumba de María, que está en un subterráneo del panteón familiar de su primer marido en el Cementerio General, tiene al frente la tumba de Núñez Schwartz.

Pero la amistad de Núñez con escritores chilenos es imaginaria, supongo.

Totalmente imaginaria. Yo hago un tipo de ficción en que trato de no contradecir la realidad histórica. Pero hay vacíos que lleno con la imaginación. En cierto sentido escribo una novela memorialista o como alguna vez dijo el crítico mexicano Christopher Domínguez Michael, practico el arte de la 'casi-novela'".

Por otra parte, ¿avanza en sus memorias?

Ahora voy a largarme al segundo tomo. He tomado muchas notas para escribirlo. Y espero haya un tercero que podría llamarse Epílogo.

¿Aparecerán figuras "célebres"?

Supongo que sí. Habrá un asomo a la política (por ejemplo, Allende), el Neruda viejo, algunos autores del boom, si bien mi propia obra es más bien marginal al fenómeno. Aparecerá, por ejemplo, el joven Vargas Llosa, aunque mi versión no le gusta nada al actual Vargas Llosa: entonces desestimaba a Proust, prefería las novelas de caballería al Quijote...

Después de Persona non grata, él debió ser el único escritor boombástico que siguió siendo su amigo...

Bueno, el criticar lo que ocurría en Cuba en ese libro tuvo algunas consecuencias. Cortázar no me habló más. Pero García Márquez, a quien no le importaba nada sino él mismo, no rompió conmigo nunca.

¿Qué le parece que Vargas Llosa de crítico de la sociedad del espectáculo se haya vuelto un protagonista?

Me parece curioso, no podría decir mucho más. Él tiene, por supuesto, todo el derecho a enamorarse.

En cuanto a Cuba, ¿imaginó que un presidente estadounidense la visitaría alguna vez?

Eso no habría ocurrido jamás con Fidel. Con Raúl Castro, más comunista que Fidel, sí. Al ser más metódicamente comunista, Raúl tiene una disciplina y un sentido de la realidad que no tenía Fidel. Raúl iba a tomar medidas de apertura de tipo económico, hacia el "cuentrapropismo", a hacer las cosas "por cuenta propia" porque otras formas de empresa eran condenadas como delito.

¿Sería el comienzo de la "vía cubana al capitalismo"?

Es más bien la "vía cubana" a integrarse a la economía del mundo. Pero el verdadero enemigo de Fidel no han sido los Estados Unidos ni el "imperialismo", sino los cubanos liberales, los llamados "gusanos". Se produjo una división de Cuba. Lo que está pendiente es la reconciliación entre las "dos" Cubas: la del exilio y la isla (y su exilio interior). Cuba es un país más importante de lo que creemos y con una densidad cultural admirable.

Si el Reader's Digest le encargara el retrato de un "personaje inolvidable". ¿A quién elegiría?

A un brasileño que llegó por casualidad a Chile en los años cincuenta como diplomático, Rubem Braga. Poeta ocasional (otro brasileño, Manuel Bandeira, lo llamaba "poeta bisiesto"), fue el gran cronista de Brasil, muy leído y amado en su país. Era contradictorio: le gustaban las mujeres bonitas, pero difíciles; era un bohemio, pero organizado. Se tomaba una botella de whisky todas las noches (fue el introductor de esta bebida entre los escritores santiaguinos), a la mañana siguiente se tomaba una cerveza en la calle y a las doce del día hacía su crónica, todos los días. Luego fue embajador en Marruecos. De vuelta en Brasil, tuvo un departamento, pero como era un campesino, su terraza era una especie de huerto en el que había hasta caña de azúcar.

Novelas, viajes, memorias. Tiene muchos proyectos...

Soy optimista. A mis años debería serlo menos. Pero el optimismo ayuda a vivir. Tengo la ventaja de que al menos una parte de mi familia ha sido muy longeva: una tía se murió hace no mucho con 102 años. Pero quizá sea tiempo de apurarme en conseguir un pedazo de tierra.

Señalaba en La muerte de Montaigne que estaba tratando de congraciarse con el párroco de Zapallar quien decidía sobre el cementerio. ¿Cómo le ha ido?

No me ha ido muy bien, pues no he tenido mucho tiempo. Me invitaron, eso sí, a un acto cultural para hablar sobre el poeta Juan Luis Martínez y acepté ir. Allí llegó el párroco, y lo saludé. Eso he adelantado.

Tal vez antes tendrá que confesarse. ¿Cómo empezaría?

No lo he pensado. Pero debería enfocarme en pecados morales de fondo (lo sexual es menor): la soberbia, el desprecio. El gran pecado es el orgullo, porque es muy difícil de controlar. b

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