Del siglo XIX al XX, los ires y venires de una ignorada clase media
<P><I>De empresarios a empleados </I>es<I> </I>un desmitificador volumen de Marianne González Le Saux.</P>
Se ha sentido una intrusa. En la Facultad de Derecho de la U. de Chile, en cuyo Centro de Derechos Humanos es hoy investigadora, más de alguien lamentó que su tesis de egreso fuese de historia social… y no de derecho. En el mundo de la historia, en tanto, dice sentir que "me faltan conocimientos, herramientas, métodos y referencias".
El caso es que, a contrapelo de su disciplina de origen y guiada por la historiadora Sofía Correa, Marianne González Le Saux (27) realizó una investigación sobre la clase media en Chile, tema poco visitado por los especialistas, que ahora se publica como De empresarios a empleados. Clase media y Estado Docente en Chile, 1810-1920.
Con este trabajo, la autora desafía al menos dos lugares comunes. Primero, que el Chile decimonónico se dividió entre bajo pueblo y élite, sin más. Segundo, que a través de la educación el Estado "creó" una clase media, haciendo "ascender" a parte de los sectores populares. Movilidad hubo, dice la autora, pero no fue vertical, sino horizontal: maestros artesanos, comerciantes, propietarios agrícolas y mineros integraron una clase media formada con independencia del Estado, que de productora pasó a asalariada.
"De Alberto Edwards y Mario Góngora a Hernán Ramírez Necochea, el Estado siempre fue visto como el gran creador de la clase media", profundiza González Le Saux, lo que correspondería a una tendencia a atribuir al Estado un rol preponderante. Pero esto puede deberse, agrega, a que ha habido mucho foco en la historia política e institucional, o bien, en una mirada económica "macro", pasándose por alto otros aspectos.
La investigadora dice ir acá contra ciertos mitos fundacionales: "Por parte de la derecha, que el Estado crearía una clase media 'artificial' e 'inútil' a la estructura productiva, nutriendo así los discursos que buscan disminuir el tamaño del Estado. Por parte de la izquierda, la idea de que el Estado habría creado 'desde la nada' un sector de clase media profesional y educado confirmaría la posibilidad de ascenso social a través de la educación pública, llamando a exigir un mayor compromiso del Estado en estas materias".
De lo anterior se sigue, y esto es central en el libro, el poner en cuestión el rol del Estado Docente en la democratización de la sociedad chilena. Aunque formulando las aclaraciones del caso: "Si por democratización se entiende permitir a grupos que estaban fuera de la élite acceder a la educación, puede decirse que la hubo y que contribuyó a una diversificación social de las élites". Pero distinto es, añade, que esta educación haya facilitado una movilidad vertical.
La autoimagen
Resulta sugerente que se constate la existencia de una "clase media empresarial" en el XIX, ya detectada por Salazar, aunque considerada como tal en función de factores no sólo económicos, sino también culturales, sociales y simbólicos. Una clase media que, con derecho a voto, fue objeto de coqueteo por liberales y conservadores. Que podía buscar la asimilación con las élites, si la fortuna acompañaba, al tiempo que marcar distancia de peones y gañanes, con quienes, sin embargo, tenía en común el trabajo manual, lo que en parte explicaría el progresivo desprecio de éste y la sostenida marginalización de la enseñanza técnica.
Sugerente, además, porque no es un estamento que se viera a sí mismo como tal, más allá de que las mutuales o las escuelas normales hayan asentado ciertas señas de identidad. La "conciencia de clase" vendría después del declive del estamento de productores y comerciantes. Y, después de eso, la actual tendencia de muchos a considerarse, mecánicamente, como integrantes de la clase media.
"Pareciera que si, en un inicio, la propia clase media no se atrevía a identificarse con ese término, hoy todos quisieran estar bajo este paraguas que contribuye a borrar las diferencias de clase", afirma la autora. "Pero los chilenos vivimos obsesionados por las distinciones sociales".
Las demandas estudiantiles de hoy se elaboran sobre supuestos como que la educación iguala las oportunidades. ¿Faltan elementos ahí?
Las diferencias sociales se construyen no sólo sobre la base del ingreso, sino también en el campo cultural (contactos, redes), en el campo social y el simbólico (el honor o estimación social). Entonces, una política social que aborda sólo el problema económico se quedará corta. A fines del siglo XIX, el tener educación pública y gratuita no bastó.
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