Deporte y carrete: Un asado en las alturas

<P>La idea es subir cerros hasta encontrar un buen lugar para hacer un asado. Cada vez más universitarios se suman a esta alternativa que mezcla actividad física y buena comida. </P>




Cuando pensamos en el mejor lugar para hacer asados, el imaginario ideal nos lleva a un gran quincho en el patio de la casa, a la sombra y que ojalá tenga una inmensa piscina como aliada. Un parque puede asomar como segunda opción: muchos árboles al aire libre para perderse un buen rato. Sin embargo, una tercera alternativa está tomando fuerza: el cerro.

Cada vez más jóvenes universitarios (generalmente hombres) mezclan la afición por subir cerros, un deporte que gana y gana adeptos, con una buena parrilla. Dos panoramas que parecían opuestos y que ahora se complementan. No se trata de alcanzar una cumbre necesariamente, sino de buscar un lugar alejado y con buena vista para asar la carne, luego de exigirse haciendo deporte.

¿Cómo lo hacen? Simple. En grupos que no superan las 10 personas empiezan la travesía temprano en la mañana. Unos llevan una rejilla de metal para hacer la carne; los más osados prefieren proveerse de la naturaleza. Al mediodía el hambre se hace insoportable y la parrilla toma protagonismo. ¿Qué sucede después? Algunos emprenden la vuelta. Otros siguen avanzando para llegar más alto. Y otra vez los más osados pasan la noche acampando en el lugar.

A Fabio Neri (23) no se le había ocurrido la idea. Aficionado a subir cerros junto a sus ex compañeros de colegio, una vez se sorprendió cuando se encontró con una parrilla humeante en el mismo cerro Manquehue. A la vuelta llamó a unos amigos para contarles lo que vio y armó un grupo para copiarles la idea. Como lo exige la tarea, siempre hay que estar bien equipado: zapatillas, ropa liviana, bloqueador solar y mucha agua. Una vez Fabio repitió el desafío sin zapatillas. "Hacía calor y como tenía experiencia en subir cerros, pensé que me la podía", dice. Se equivocó. Bajó un cerro con chalas y lo pasó pésimo. Las espinas y plantas secas se empezaron a clavar en la suela de las chalas. Hasta que una traspasó la goma y le pinchó el dedo gordo. Llegó cojeando.

Lo que más le gustó a Felipe León (24) de esta idea era la posibilidad de alejarse de la ciudad. Por eso, elige algún cerro de la Quinta Región como El Roble o el Las Vizcachas, donde no se ven autos, casas ni nada. Buena vista por un lado y una parrilla hecha con palos por el otro. Nada mejor. "El hecho de que te cueste más hacerlo hace que la carne sea más rica. Y si a eso le agregas el entorno, que incluso puede ser de noche, tanto mejor".

Más confiados aún son Juan Ignacio Leiva (23) y su grupo de amigos: nunca llevan carbón. Prefieren los asados a la antigua. "Llevamos un machete para hacer leña de algún árbol seco y buscamos cuatro piedras grandes para sostener la parrilla". Generalmente van a cerros cerca de su casa en Pirque o al Pochoco, Manquehue, la Quebrada de Macul y también al embalse El Yeso. ¿Qué les gusta de esto? El aislamiento y libertad que ofrece el contacto con la naturaleza. "Nadie te mira ni te controla, lo que te lleva a un estado anímico muy distinto", cuenta. Además, muchas veces toman direcciones sin rumbo y se van haciendo camino en base a machetazos esperando encontrar el lugar ideal para montar el asado.

Juan Ignacio cuenta que, en un comienzo, se impusieron como meta hacer cumbre antes de tirar la carne a la parrilla. Pero ya no. Entre el cansancio, el hambre y las ganas de pasarlo bien se dan dos horas para subir y empiezan a armar el asado. También han renunciado a continuar subiendo el cerro luego de comer. "Apenas apagamos las brasas, bajamos". ¿Signos de que se acabó el entusiasmo? Nada de eso. De hecho, este grupo ya se trazó una meta: subir el cerro para armar un asado dos veces al mes. Por el momento, no hay mejor panorama.

Pedro Salas (22) se tomó en serio la actividad: subió hasta los 3.200 metros de altura en el cerro La Paloma. El problema es que tanta altura le jugó una mala pasada con el carbón: no se encendía el fuego. No lo podían creer. "Me acuerdo que estuvimos un buen rato soplando para que no se apagara y tuvimos que esperar mucho para que la carne se hiciera". Con hambre y con frío se pegaron a la parrilla a esperar que estuvieran listos los dos kilos de carne y uno de chorizos. Al final, tuvieron su recompensa.

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