Derecha y primarias: ¿Ya nada será como antes?
<P>Por primera vez, en la derecha ya no serán las trenzas del poder fáctico ni los militares ni los señorones de la plata -tampoco las encuestas- los que hagan valer el dedazo. Será la gente y aun si la participación es baja y el elegido termina perdiendo, la nominación popular ya constituirá un triunfo.</P>
SI TODO sale bien, el próximo año la derecha por primera vez en su historia consultará a la ciudadanía para elegir abanderado presidencial. Con esto terminará un prontuario de exclusión y opacidad. Ya no serán los viejos tercios del sector ni las trenzas del poder fáctico ni los militares ni los señorones de la plata -tampoco las encuestas- los que hagan valer el dedazo. Será la gente y aun si los niveles de participación en la primaria son bajos y aun si el candidato elegido termina perdiendo, esto -la nominación popular- ya constituirá un triunfo.
Hasta ahora, todo va bien. Desde luego, para el periodismo político sobregirado la pugna entre Golborne y Allamand es despiadada y a muerte. Las ganas de presentar la competencia como el espectáculo más sangriento jamás visto desde que el Coliseo romano tuviera que disponer de un canal de evacuación de aguas para limpiar tanta sangre derramada sobre su arena. Pero son leseras y licencias de la imaginación carnicera. No hay tal baño de sangre. En estas primeras semanas el trato ha sido duro pero, dentro de todo, comedido. Los candidatos lo saben y no son tontos: aquí el que se descontrole pierde. Si los discursos conflictivos y los ataques personales gustan poco en el electorado chileno, la sanción en la derecha es aún más severa. Los que ven debajo del agua juran que las zancadillas y golpes bajos han sido muchos. Es posible. Pero, ¿qué quieren? Esta es una primaria, no una partida entre señoras canasteras.
Aunque Allamand tiene mucho más experiencia política que Golborne, la verdad es que ambos candidatos en esta pasada están aprendiendo. No es fácil dar con el tono justo de la contienda, básicamente por dos razones. La primera es que aquí no hay precedentes. La segunda es que entre ambos candidatos, al menos a nivel de ideas o planteamientos, no hay grandes diferencias. Esto obliga a colocar el eje de la primaria en el carácter de los contendores.
El gran peligro, claro, es que la contienda se descontrole. La probabilidad, sin embargo, es baja, porque el que rompa las reglas del juego limpio volverá trasquilado. El riesgo, por el lado de Laurence Golborne, es interpretar en clave de ataque personal lo que es fuego político sostenido de parte de su adversario, y -por el lado de Allamand- es sospechar hasta la paranoia que siguen operando a su respecto los cercos históricos con que la derecha dura vetó su nombre en los años 90. Sería lamentable que lo viera así, habiendo corrido bastante agua bajo los puentes y no siendo él el mismo que fue.
En estas primeras semanas de competencia, luego que ambos candidatos abandonaran el gabinete, el principal objetivo de Allamand ha sido renovar sus títulos. Político fogueado y conocido, Allamand está definiendo el perfil de su candidatura desde la ribera de las convicciones. Posiblemente es lo que el sector quiere ver y escuchar, tras sus experiencias recientes. Si el lavinismo consistió en priorizar la gestión y ocultar en cierto modo las ideas, el resultado del piñerismo no fue muy distinto. El mandatario llegó a La Moneda con la idea de que la Coalición por el Cambio lo podía hacer mejor. ¿Mejor en qué? ¿En lo mismo que hacía o quería hacer la Concertación? Nunca quedó muy claro. Dada la sensación de parte importante de la derecha en orden a que esta administración gobernó más con ideas ajenas que con ideas propias, la política de convicciones puede ser una muy buena bandera del candidato de RN en esta primaria. Sin embargo, es sabido que a fuerza de puras convicciones esta pelea no se gana. Las convicciones tienen llegada en la elite, pero más abajo el asunto se diluye. Más todavía cuando algunas de las ideas de la centroderecha -respeto irrestricto a la autoridad, educación publica pero también educación privada, una política energética más decidida, una normativa ambiental menos jabonosa- contrarían aparentemente el actual sentir de la calle. Está claro que la campaña de Allamand a partir de marzo tendrá que bajar a terreno. Y que va a ser sobre todo ahí donde se encontrará con la fuerza de su contendor. La fórmula de correr en las primarias apelando a los convencidos para después tratar de conseguir a los tibios en la campaña presidencial propiamente tal fue la que llevó al fracaso a Mitt Romney. Hoy hay mucho más continuidad entre la primaria y la campaña de lo que se sospecha.
Laurence Golborne -dice su entorno- es el único político del sector capaz de encender la calle en estos momentos. No habría otro. Esto es lo que vio en él la UDI y es el motivo que llevó a proclamarlo. Golborne tiene como candidato ventajas que la derecha más ideológica detesta: una cierta aversión a los partidos y códigos tradicionales de la política, conexión con la gente, capacidad de empatizar, que no es otra cosa que disposición a ponerse en el lugar del otro. Basta -dicen-, ya pasó la hora de las habilidades blandas. Ahora le tocaría a las duras. Pero hay que ver a Golborne en terreno, hay que verlo recorriendo ferias y calles, para convenir que su magnetismo no es, como algunos temen, puro aire. Es entusiasmo, es confianza en que hay alguien que te entiende y te interpreta. No es cierto que el liderazgo de Golborne sea pura empatía. Golborne claramente no es Thatcher, pero tiene como político rasgos que son importantes. Sabe armar equipos, y eso después de Piñera no es menor. Sabe delegar. Sabe que no se las sabe todas. Y -vamos- en las actuales circunstancias, todo eso puede hacer una gran diferencia.
Allí donde la izquierda siempre ha supuesto que las cosas pueden estar mejor, el realismo político de la derecha siempre ha temido que puedan empeorar. El de la derecha no es un discurso utópico ni muy comprador. Por eso cuesta difundirlo y venderlo. En política la sensatez tiene bajo rating y por eso en la derecha nadie la tiene fácil. Allamand tendrá que vencer las resistencias que en la masa hoy genera la política. Golborne las que su inexperiencia siembra en la elite. Los madrugadores de siempre aseguran que a última hora habrá un tercer candidato. Pero si llega a aparecer ese tercero por los palos, entonces sí que el sector tendrá que preocuparse. Significará, de nuevo, que derecha y democracia no ajustan con facilidad.
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