Desdecirse




AL IGUAL que medio mundo estoy choqueado, y eso que vengo pensando en esta columna desde hace semanas. De hecho, le avisé a mi editor el miércoles por la mañana que quería escribir sobre el arte de desdecirse, de venerable pedigrí político remontable a la idea de oportunidad en Maquiavelo. Lo que me intrigaba era cómo cierto cinismo fino estaba degenerando en un burdo oficio oportunista.

Tenía en mente las repetidas verónicas de Bachelet (“Nunca dije que estaba por una asamblea constituyente” una de las últimas), a Escalona y su “sí es no es sí” candidaturas, los dirigentes estudiantiles que no creían en el sistema y ahora recaudan firmas, Vallejo y su “apoyo” a Bachelet, el repentino e implacable cambio de parecer encaminado a desahuciar el binominal por quienes por décadas tanto lo quisieron, lo de Rebolledo, la UDI y Golborne, y en otro orden de cosas también lo de la Avenida 11 de Septiembre a 40 años del motivo que inspiró su antiguo nombre. Habiendo tal cantidad de ejemplos, es como para creer que un virus de proporciones se está desatando allá afuera.

Ignoraba, por supuesto, lo que nos aturdiría la tarde del miércoles. Pero aun después de la renuncia de Longueira, que poco se entiende y resulta ocioso especular al respecto, parece haber un patrón de conducta recurrente. Estos vaivenes no necesariamente apuntan a posibles hipocresías (el fenómeno exige una explicación, a la hipocresía la conocemos de siempre). Puede ser que nuestros políticos estén completamente confundidos, no tengan idea lo que quieren (no hay proyecto), y estando más ansiosos que nunca, no quieran equivocarse, no sepan a qué atenerse, por eso tantean, dicen una cosa un día, se desdicen al siguiente, esperando caer simpático siempre.

Respecto de los presidenciables, el nivel de ansiedad es proporcional a lo que está en juego. Alguna vez le pregunté a Longueira que para qué quería ser Presidente si su voto de rechazo era tan alto, que por qué no ayudaba a cambiar el sistema por uno parlamentarista y seguro que sería primer ministro. El hiperpresidencialismo que actualmente tenemos fue pensado para Pinochet. Gente que dispone de un ego superior al normal, a prueba de todo (Lagos o Piñera), está probablemente mejor predispuesta a este régimen, más que otros que quizá no las tienen todas para dicho cargo aun cuando siempre ganen elecciones. Longueira es caso archivado (incluso ahora sigue invicto). Bachelet es hasta un mejor ejemplo de este fenómeno que estoy tratando de entender: ¿quién se atreve a apostar a que no se terminará desdiciéndose como tantas otras veces una vez de vuelta en La Moneda?

Por qué no pensar el asunto en clave distinta entonces. Que apostar al personalismo es aleatorio, cuestión que la derecha debiera saberlo de memoria (Frei el 64, Alessandri el 70, Pinochet el 88, Büchi “es el hombre” el 89, otro apellidado Alessandri el 93); que otros mejor se ensarten en esa lógica. Ganar abrumadoramente una elección puede ser un presente griego (Ibáñez el 52, Frei el 64), y ganarla anticipadamente un tanto sudamericano (pregúntenle a Capriles). Nadie tiene clavada la rueda de la Fortuna. Esta sólo gobierna la mitad de nuestras acciones; la otra mitad, el cálculo.

Alfredo Jocelyn-Holt
Historiador

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