Desmitificando a La Pincoya

Con ganas de mostrar que es posible salir de la pobreza, que la solidaridad existe y que el trabajo en conjunto produce cambios, un grupo de habitantes de una de las poblaciones más emblemáticas de Santiago se prepara para ser oradores TED. <br>




Quizás no existe otra población más estigmatizada. Durante los 80 ser de La Pincoya implicaba al menos ser bravo, duro y marginal. Considerado un territorio casi vedado para los santiaguinos, sobrevivió al cambio de milenio en un silencio cercano a la ausencia.

Enclavada en el corazón de Huechuraba sorprende recorrerla. Ubicada en las faldas de un cerro y con áreas verdes en sus calles principales, tiene algo de pueblo: silenciosa, recibe al afuerino con una sonrisa.

Como la figura mitológica chilota que le da nombre, La Pincoya está dominada por mujeres. Son ellas las que se han empeñado en sacarla adelante y en mostrar que en sus calles, que ya no son tan polvorientas ni pobres, hay innovación, trabajo, cultura y solidaridad. Esas razones motivaron a un grupo de voluntarios ligados al emprendimiento social, liderados por Nelson Rodríguez y José Manuel Moller -conocidos y premiados creadores de la empresa Al Gramo- a crear un espacio y dar a conocer cómo es y quiénes forman La Pincoya de 2015.

La idea era invitar a oradores que representaran a la población y que hayan realizado cambios en su comunidad. Con la licencia de TED internacional dieron un giro al escenario que rodea estos eventos, en los que generalmente exponen académicos, investigadores o empresarios y decidieron reunir el próximo 6 de diciembre a diez oradores en el Centro Cultural La Pincoya en una charla TEDx.

En diez minutos cada uno de ellos mostrará sus historias emotivas, cruzadas por el deseo de surgir.

Patricia Carrasco

Escuela Comunitaria Norma Matus

En el nombre de la madre

Para contar la historia de Patricia hay que retroceder. Primero 65 años atrás, cuando sus padres se instalaron en La Pincoya en una mediagua. De ahí a su infancia, cuyo principal recuerdo es el fuerte viento que amenazaba con hacer volar los precarios techos de fonola que los resguardaban. Era una zona de autoconstrucción, sin agua ni electricidad, con una escuela que funcionaba artesanalmente en una pequeña casa de madera.

Luego hay que viajar a mediados de los 70, después del golpe, cuando Patricia tenía 17 años y su hermano Carlos sólo un año y medio más. Él había sido dirigente vecinal y militante del MAPU y en marzo de 1973 se había enrolado para hacer el Servicio Militar. Como uniformado fue destinado a varios campos de detención, donde había comenzado a ayudar a los presos, llevándoles comida o contactando a sus familiares afuera. Considerado un espía por la DINA, fue sacado de su casa por sus propios compañeros en marzo de 1975. Hoy es detenido desaparecido.

"Mi mamá estuvo 38 años buscándolo, cayó 17 veces presa, hizo huelgas de hambre… llegó hasta Ginebra buscando justicia para su hijo. Jamás tuvo miedo y murió a los 81 años como un verdadero símbolo de arrojo y valentía, involucró a todos los jóvenes de la población en su batalla y el día de su funeral, que fue monumental -en 2012-, entre los propios vecinos surgió la necesidad de formar una organización con su nombre y de reconocer su legado", recuerda Patricia.

Como los tiempos eran otros y las batallas eran distintas, su hija decidió que la mejor forma de promover los derechos humanos era a través de la comunidad y la cultura, desde los espacios de participación, el apoyo y la entrega de competencias. "Empezamos a buscar entre los propios vecinos para hacer talleres, cursos y actividades culturales. Lo primero era romper las barreras de la desidia generalizada, así que partimos haciendo una encuesta y preguntándoles que querían aprender", explica.

Muchos encuestados dijeron que querían aprender computación. Pero no tenían computadores. Patricia le pidió a una escuela del sector que les facilitaran la sala y los equipos los sábados. Partió con seis talleres y en 2015 realizaron 18 cursos, desde bordado hasta alfabetización digital, pasando por contabilidad y clases de baile. Sólo este año más de 500 vecinos han pasado por sus salas los días sábado. Y esperan seguir creciendo.

"Somos 12 voluntarios los que organizamos todo esto. Recién este año conseguimos algo de fondos municipales para pagarles a los profesores. La clave está en la identidad, la gente está muy 'camiseteada' con nosotros porque somos vecinos igual que ellos y nadie gana ni lucra con esto. La gente quiere aprender, sin segregación, sin que le pregunten qué edad tiene ni cuántos puntos sacó en la ficha CAS. Este es un espacio sin ninguna clase de discriminación y estamos convencidos de que ese es el camino real", concluye.

Alicia Góngora

compañía de marionetas Gepetto:

Juego y poesía


En las paredes de su departamento cuelgan, como descansado después de un largo día, una bailarina, un huaso y un mago. Cuando ella los toma bailan, mueven la boca y reflejan el entusiasmo y la energía de su dueña.

Alicia tiene 51 años, pero se ve más joven. Su pelo corto, los anteojos de colores y los jeans y zapatillas que viste le dan un aspecto fresco, que poco refleja una historia llena de obstáculos.

Nació en el rigor de una toma de terrenos en Conchalí y tuvo una niñez rodeada de una pobreza que ella describe como absoluta. No se acuerda demasiado por qué, pero se casó joven y a los 20 años se encontró separada, con dos niños, el mayor de ellos con síndrome de Down.

En esa época le hizo sentido una frase que leyó en el libro Juan Salvador Gaviota y que hablaba de no entregar al que lo necesitaba peces, sino una caña de pescar. Formó un grupo de títeres para entretener a los niños de la población y descubrió que tenía facilidad para las manualidades; aprendió a fabricar títeres, teatrillos, a hacer iluminación y efectos especiales. En eso estuvo varios años, mientras seguía trabajando en la feria y de garzona en varios restaurantes.

Con el tiempo consiguió un empleo estable en el consejo de educación de la Municipalidad de Conchalí -a la que en esa época aún pertenecía La Pincoya-, adonde llegó buscando talleres para su hijo y terminó quedándose como monitora del grupo de niños con discapacidad. Allí conoció a Guillermo Gutiérrez, su maestro y mentor, quien le mostró el mundo de las marionetas."Se ofreció a enseñarme. Me acuerdo que tomé una marioneta y la hice bailar… se me abrió un mundo, la vida me cambió, comenzamos a trabajar juntos en el centro y a ganar más plata. En paralelo empecé a trabajar con niños discapacitados, a hacer talleres y a especializarme", recuerda.

Pero a poco andar su compañero se enfermó. Ella lo llevó a su casa y lo acompañó en sus últimos días. Antes de morir, él le legó sus muñecos y su trabajo. Era el año 2007 y empezó a realizar funciones con su hija, mientras seguía haciendo talleres en distintas partes, especialmente enfocada en su grupo Ángeles, donde además de entretener a niños con capacidades diferentes, les enseña a hacer muñecos y títeres para vender. "Este año nos ganamos un proyecto y compramos cuatro máquinas, así que nos vamos a lanzar con manteles, sábanas y toallas. Quiero que puedan insertarse laboralmente", dice entusiasmada.

Tiene cientos de historias que contar, pero cuando la invitaron a participar de la charla TED lo primero que surgió fue un poema. Su propia vida en un verso que será el hilo conductor de su presentación: "Aquí estoy. Nací patas flacas, fresca flor desganada, nací tierral en las tomas abanderadas (…) Nací olla común y campamento, dos jazmines y un pensamiento (…) Así fui. Pata pelá. Bella espina, dulce y brava. Muñeca de trapo, mariposa. Canela, malva y rosa".

Mercedes Aguilera

Arpilleras de La Pincoya

Historia y arpilleras


Todos conocen a la señora Mercedes. Es casi una institución en La Pincoya. Llegó a vivir a la población en 1969 luego de que le dieran un sitio vacío. A través de sus hijos -tuvo cuatro- conoció a sus vecinas y juntas fueron cerrando sitios, levantando panderetas y, sin querer, dando vida a las primeras organizaciones comunitarias. "Teníamos una vida supertranquila y durante la UP nos habíamos organizado para enfrentar el desabastecimiento. Tras el golpe, además del miedo, llegó la desintegración. Se instaló la desconfianza entre los vecinos y no quedó otra que encerrarse y cuidar a la familia".

Como no había permiso para reunirse, el trabajo manual se transformó en una excusa. Empezó a faltar la comida, las mujeres buscaron algo que hacer para ayudar a sus maridos y llegaron a la población Ángela Davis, donde la hermana Carolina Meyer les ofreció participar en un taller abierto. Junto a otras 14 mujeres, Mercedes descubrió las arpilleras."Fue algo muy mágico. Todas empezamos a plasmar en los diseños lo que sentíamos y comenzamos a trabajar en un mural. Cada una hacía una parte e íbamos contando nuestra historia, que era también la de Chile en ese momento. Nuestro trabajo se enviaba al extranjero y se vendía y así todos sabían lo que estábamos viviendo".

Los ochenta fueron una década especialmente dura para ellos. Allanamientos todas las noches, hombres que eran llevados a las canchas y nunca más regresaban y, lo más crítico de todo: más trabajo para las mujeres que para los hombres. Las arpilleras funcionaron como terapia y modo de subsistencia.

Hoy, la señora Mercedes realiza talleres dos veces a la semana para traspasar sus conocimientos a más mujeres.  Su casa siempre está llena de gente. Siempre fue así y le gusta, porque hoy los hijos se han ido y los espacios quedan grandes para ella y su marido jubilado.

Gracias a su trabajo las arpilleras son un símbolo del lugar donde vive, tal como las bordadoras de Conchalí en la comuna de al lado. Hoy existe la Escuela Popular de las Artes de Huechuraba, veinte de sus alumnas están exponiendo en la Ciudad Empresarial, en diciembre inauguran otra muestra en el Mall Plaza Norte y las más de 300 tarjetas navideñas enviadas por el alcalde tienen la mano de Mercedes. "A lo mejor, algún día, podemos llegar a exportar", sueña en voz alta.

Marcos Curihuentro

La Pincoya Web

Periodismo ciudadano


Hace siete años googleó por primera vez La Pincoya. Todo lo que arrojó el buscador fueron noticias negativas, crímenes y vandalismo. Junto a su amigo Claudio Bobadilla se propusieron cambiar eso. Las redes sociales estaban comenzando a hacer ruido y pensaron que podían usarlas para sacar a su barrio de la lista negra.

Lo que partió como una junta de amigos terminó transformándose en La Pincoya Web, un portal ciudadano, donde los vecinos comparten información y anuncian actividades. "Aquí hay cultura, artistas, poetas, cantantes, incluso un carnaval que se hace desde hace 19 años… y nadie sabía nada de eso".

Aunque Claudio, su amigo y socio, murió al poco tiempo de iniciar este proyecto de un infarto fulminante, Marcos sigue adelante con otros cuatro amigos con su nombre y su legado como estandarte. El 2010 tuvieron su primer gran triunfo, cuando buscaron en internet La Pincoya y el primer resultado fue el enlace a su sitio.

Todo funciona de manera voluntaria, comparten un grupo de WhatsApp y se juntan casi todos los días al final de la tarde. Cada uno trabaja por su lado y prefieren que el sitio se mantenga libre de compromisos comerciales, aunque reconocen que les gustaría poder vivir de él y dedicarle así todo su tiempo. Por lo mismo, están buscando fondos concursables y otras formas de financiamiento. Mientras tanto, cada uno desembolsa un par de lucas para pagar los costos fijos.

"No hemos tenido plata para darle más fuerza al sitio web (www.lapincoya.cl), por lo que ahora funcionamos mucho más por Facebook. Como abarcamos cada día más, nos han preguntado si no queremos ampliar el nombre a toda la comuna, pero no nos interesa. Lo nuestro es La Pincoya", explica.

Cada día son más las organizaciones que se les acercan pidiendo ayuda. Ellos ya conocen el ordenamiento municipal y son capaces de asesorar en la obtención de permisos o trámites, armar eventos, acarrean tarimas, es decir, ayudan a producir las mismas actividades que ayudan a difundir. "Somos actores sociales", concluye.T

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