Dinastía Ming: pompa y porcelana
<P>Una mirada a una dinastía china con decidores paralelos con el mundo de hoy.</P>
Ming es una de las grandes marcas culturales del mundo. Como la mayoría de los emblemas modernos, fue elegida con cuidado. Cuando el alguna vez campesino Zhu Yuanzhang tomó Nanjing, la entonces capital china, en 1368, y se autoproclamó emperador Hongwu, le dio a su nueva dinastía un nombre sonoro: "Ming", que significa "brillo". Los tímidos no llegan a emperadores. Por los siguientes 300 años, gobernó un territorio con fronteras muy similares a las de China actual.
El Museo Británico espera recoger algo de ese brillo, en una exhibición dedicada a un período clave en los primeros años de la dinastía, 1400 -1450. La muestra, en la que se ha estado trabajando por cinco años, reunirá artefactos de museos de todo el mundo, incluyendo 10 sólo en China. Junto con una exposición similar en el Museo Nacional de Escocia, mostrarán el lugar de China en el mundo de hoy, así como hace 600 años.
Los curadores de la muestra en el Museo Británico, Jessica Harrison-Hall y Craig Clunas (profesor de historia del arte en Oxford), dicen que el medio siglo en que se concentra fueron "50 años que cambiaron a China". Tal vez la evidencia de apoyo más visible hoy es Beijing, establecida como capital de China por el emperador Yongle (1402-24), uno de los hijos de Zhu (cada uno de los emperadores Ming recibe el nombre que eligió para su reinado, Yongle significa "felicidad perpetua").
Hasta entonces, los chinos habían tenido una capital itinerante, en las actuales Xi'an, Luoyang y por supuesto, Beijing. Después, salvo por un intermedio en Nanjing durante la primera mitad del siglo 20, se quedó en Beijing, con el centro del poder en un país dividido a lo largo del Yangtzé, entre un sur cálido y suntuoso y un norte frío y polvoriento, arraigándose en este último.
El emperador Yongle también construyó la Ciudad Prohibida, el complejo palaciego al norte de la Plaza Tiananmen. Muchos de sus edificios son del período Qing, inmediatamente posterior al Ming, o son reconstrucciones del siglo 21, pero su apariencia ha cambiado poco. Una de las piezas en el Museo Británico, prestada por el Museo de Palacio en la Ciudad Prohibida, es una pintura sobre seda del emperador Xuande ("virtud que se extiende", 1426-1435). Distinguido, ataviado con traje gris y sombrero negro, mira a sus cortesanos organizar una pelea de codornices en la mesa que tiene al frente; el edificio detrás, con sus muros rojos y grises y elaboradas terminaciones, es idéntico al de hoy.
La turbulenta historia de China ha hecho desaparecer mucho material, pero descubrimientos recientes pintan una imagen de pompa y refinamiento. Un ejemplo espectacular, desenterrado en los 70, es la tumba del príncipe de Lu en Shandong, al sur de Beijing. El príncipe fue el décimo hijo del emperador Hongwu, aunque el primero en morir, a los 19 años, tras beber una poción que debía conferirle inmortalidad.
El traje oficial del príncipe ha perdido parte de su tono palo rosa, pero los dragones dorados bordados a través de los hombros y pecho se ven tan lujosos como siempre. Los materiales y el trabajo son demasiado delicados como para haber sido hechos sólo para un entierro, así es que podemos asumir que el príncipe usó este mismísimo traje. Igual de evocador es el guqin (un instrumento similar a la cítara) y aun más fascinante es que ya era una antigüedad cuando fue enterrado con su dueño, fabricado durante la dinastía Tang, unos 500 años antes.
Tal vez el individuo más intrigante en la muestra del Museo Británico sea Zheng He, el equivalente chino a Vasco da Gama y Cristóbal Colón. Desde 1405 y bajo órdenes del emperador Yongle, dirigió siete viajes a Occidente, navegando por el Yangtzé desde su puerto en Najing y llegando a Calcuta, Sri Lanka, Meca y el este de Africa. Sus flotas eran vastas (unos 200 navíos) y sus barcos enormes, comparados con la Santa María de Colón.
Zheng trajo productos locales para el emperador, alimentando con eso la moda por los productos exóticos. El Museo de Shanghai prestó un candelabro octogonal, fabricado con el material distintivo de Ming: porcelana azul y blanca.
Los viajes de Zheng son uno de los grandes podría-haber-sido de la historia. ¿Y si el emperador, asediado por las incursiones mongoles en el norte, no hubiera abandonado el ejercicio? ¿Habría China dominado el océano Indico, bloqueando las ambiciones mercantiles de Europa? ¿Habría seguido vinculada al mundo, en lugar de haber estado encerrada en sí misma por 300 años? Por supuesto, no hay cómo saberlo. Pero es evidente la estima en que China tiene hoy a Zheng, como emblema de una civilización próspera, abierta, avanzada tecnológicamente.
La frase preferida del Presidente chino, Xi Jinping, desde su llegada al cargo, el año pasado, ha sido "el sueño chino". El significado de esta frase maravillosamente vaga ha causado mucha discusión entre los observadores de China (¿el sueño americano con características chinas?), pero el mes pasado el embajador chino en Londres la pintó como un esfuerzo por recapturar las glorias pasadas de su país.
Hay muchas glorias para elegir en China, pero el medio siglo Ming en que se enfoca el Museo Británico está, como quiso su fundador, entre las más brillantes, con su confianza y cohesión política, sofisticación cultural y avance tecnológico (la porcelana de este período, dice Harrison-Hall, es la más fina producida en China), y su conexión, a través de Zheng, con el resto del mundo.
Si alguien vivió el sueño chino, fueron los primeros emperadores Ming. Seiscientos años después, con la exhibición del Museo Británico en forma, su marca está otra vez en ascenso.
Traducción: Marcela Corvalán
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