Dos almas en la UDI
LA UDI es, en mi opinión, el partido de centroderecha más importante de los últimos 25 años. En la elección de 1989 obtuvo una modesta representación parlamentaria, sólo dos senadores y 14 diputados, y los analistas de la época auguraban que bajo las reglas de la democracia este partido, formado por un grupo de jóvenes percibidos como políticamente rígidos e intelectualmente dogmáticos, sería incapaz de sobrevivir. A su modesta representación parlamentaria se sumó, a comienzos de 1991, el asesinato de Jaime Guzmán, su líder indiscutido. Parecía entonces que, parafraseando a Julio César, la suerte estaba echada para los gremialistas.
Pero la historia es diferente y conocida: una década después se había convertido en el partido más grande de Chile. Sin embargo, con el crecimiento vino la diversidad, de hecho hoy no hay una interpretación compartida de dónde estuvo la clave del éxito y crecientemente se han ido perfilando dos proyectos en su interior. Uno que entiende que la “UDI popular” no puede defender la ortodoxia económica, porque Chile cambió y los viejos principios de la libertad individual, el Estado subsidiario, el libre mercado, hoy “no la llevan”. Quedarse pegados en ese discurso es tener vocación de partido testimonial; para ser “popular” hay que flexibilizar esas posiciones. También la UDI tiene que sumarse, por ejemplo, a los que denuncian los abusos de los empresarios.
Por otro lado están quienes pensamos que la UDI debe seguir defendiendo ese ideario original, porque allí está su identidad y el espacio que desde su origen ha ocupado en el sistema político chileno. Es verdad que Chile cambió, incluso pienso que es verdad que estamos en un ciclo en que las ideas y valores de la centroderecha están a la baja, pero precisamente por eso es que con mayor razón aún se necesita un partido con la convicción y el estilo de esa UDI que Jaime Guzmán definía como irreductible.
¿Cuáles son los cambios relevantes que Chile ha experimentado en los últimos 30 años? Que los pobres dejaron de ser la clase predominante para dejar su lugar a una gran clase media; que casi en el parámetro que se tome estamos en el primer lugar de América Latina; que el acceso a la educación ha crecido de manera explosiva; que somos el único país al sur del río Grande que está a las puertas de alcanzar el desarrollo.
Sin embargo, esa gran clase media no está contenta, quiere cambios, pues la gente no siente que el progreso le llegue a ella. El discurso de la desigualdad caló hondo. La verdadera paradoja es, entonces, que mientras las ideas de la centroderecha tenían éxito en la realidad, ganaban terreno y llevaban al país al mejor momento de su historia, el proyecto político de centroderecha lo perdía. Curiosa y tristemente ganamos el gobierno para perder en él muchas de nuestras convicciones.
Las ideas que no se defienden están condenadas a morir. La UDI no puede escapar a su destino, que es defender ese conjunto de principios que, populares o impopulares, constituyen su razón de ser. No tengo dudas de que si los abandona caerá antes o después en la irrelevancia, porque para cualquier otra cosa hay y habrá siempre mejores y más creíbles representantes.
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