Dream theater: Espacio en la memoria




Albumes conceptuales como Tommy (1969) de The Who y The Wall de Pink Floyd (1979) son memorables por su capacidad de síntesis a pesar de su grandilocuencia. A diferencia de Yes y Genesis en sus inicios, podían contar historias mediante canciones concisas. A su vez Rush, que fines de los 70 desarrollaba la misma pretensión -cortes de hasta 20 minutos subdivididos en movimientos propios de una sinfonía- regresó al formato con Clockwork angels (2012), con piezas cortas engarzadas en un solo relato. Los estadounidenses Dream theater, que tienen como referentes a esas bandas, en particular al trío canadiense, han intentado la misma maniobra con The Astonishing, un álbum doble de 34 canciones y más de dos horas de extensión. El resultado, tanto en el disco como en directo -así lo demostraron la noche del domingo en el teatro Caupolicán en la primera de dos citas-, reitera que el quinteto a pesar de su cartel progresivo, solo gira en círculos. Lo que les sobra en técnica y virtuosismo aprendido en academia, les falta notoriamente en capacidad de síntesis.

Si para Rush un futuro distópico era posible el año 2112 en su álbum homónimo de 1976, Dream theater instala la acción en 2285. Corta: Norteamérica vive un sistema totalitario y surge un héroe muy parecido al de 2112. El relato y las imágenes en las pantallas gigantes evocan una combinación de elementos estéticos y argumentales que aluden a Game of thrones y Star wars en presentación de video juego. Y esa es una de las cojeras eternas de Dream theater. Cada una de sus composiciones entretienen, a lo sumo, mientras se intenta adivinar el artista inspirador de cada giro. En los diez primeros minutos hubo guiños notorios a Yes, King Crimson y Rush como siempre, mientras que el costado más duro descansa en Metallica.

Inapelables las capacidades interpretativas de cada miembro, en particular el extraordinario dominio del guitarrista y líder John Petrucci, y el tecladista Jordan Rudess, probablemente el heredero más digno de Keith Emerson y Rick Wakeman, en el discutible arte de la parafernalia tras los sintetizadores. Pero el tiempo solo confirma que Dream theater ha renunciado de manera definitiva a la posibilidad de ampliar audiencias y desarrollar un lenguaje musical, que no dependa de demostrar en cada compás una técnica superlativa. Su elocuencia es engañosa. Parecen decir mucho pero el mensaje solo aspira a que se les contemple mientras practican acrobacias, que rara vez configuran una canción merecedora de espacio en la memoria.

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