Eduardo Martínez Bonati, el regreso de una leyenda de la pintura chilena
<P> El artista abre su primera muestra en el Museo de Bellas Artes después de 30 años en España.</P>
Hace cinco años está instalado de regreso en Chile, después de 30 viviendo en Madrid. Sin embargo, una buena parte de su obra aún es desconocida en el país. Eduardo Martínez Bonati (1930) decidió comenzar a mostrarla por etapas. La primera de ellas -muy significativa- es la que abarca entre los años 1978 y 1986. A ello sumará algunos trabajos recientes, anotaciones gráficas y material sobre su trayectoria como uno de los artistas que rompió con los moldes de la figuración en Chile en los años 60, todo esto en la muestra Vuelvo a casa, que inaugura el martes 22 en el Museo Nacional de Bellas Artes.
Martínez Bonati es generalmente mencionado como uno de los fundadores del Grupo Signo, junto a José Balmes, Gracia Barrios y Roser Bru, entre otros. En forma simultánea a otros colectivos, ellos propusieron una nueva manera de abordar la tela, ya no sólo reducidos a la representación de la realidad, potenciando el gesto y el vigor pictórico y dando protagonismo a la materia. Por esos años y hasta 1975, Martínez Bonati fue profesor de grabado en la Universidad de Chile, formando a artistas como Eugenio Dittborn, Francisco Brugnoli y Carlos Leppe, entre otros. Y comenzó a trabajar el concepto de "arte incorporado", es decir, inserto en el medioambiente urbano. Realizó entonces importantes murales que aún permanecen, aunque bastante descuidados, en sitios como la Escuela de Agronomía de la U. de Chile, el Centro de Investigación Nuclear de La Reina y -el más conocido- el de azulejos azul y blanco en el paso bajo nivel de Santa Lucía, que elaboró en equipo con Carlos Ortúzar e Iván Vial.
El artista recuerda que lo hicieron en tiempo récord y que él fue muy consciente de proyectar la obra en el lugar, analizar el tipo de imagen coherente para vehículos en tránsito, que no debía ser contemplativa sino más bien subliminal, de colores puros y de una lectura placentera. Cuando concluyeron -cuenta-, el mural resplandecía tanto, que hacía aparecer a la ciudad más sucia y gris.
No a las recetas
Con el tiempo, su propia pintura se oscureció. Vino el Golpe Militar y Martínez Bonati estuvo dos años más trabajando en la Escuela de Bellas Artes y el Instituto Pedagógico de la U. de Chile. Un día escribió una carta al diario El Mercurio, donde denunciaba cómo las universidades estaban siendo ferozmente reducidas. Concluía diciendo: "Cuando uno es académico y universitario, se nota". Fue exonerado. Estuvo detenido en el campamento Tres Alamos y luego se exilió en España. A esos primeros años fuera de Chile corresponde la "etapa negra", en que produce una pintura brutal, densa, casi en blanco y negro: "Los artistas queríamos reflejar la situación horrenda que estaba viviendo nuestro país. Pero después empecé a incorporar un cierto humor negro que, mal que mal, era humor y eso me fue sanando. Mandé a la punta del cerro a los partidos políticos que sólo nos pedían ayuda, yo les pintaba los muros con simbologías de la UP para todas sus actividades. Pero no lo hacía al estilo Brigada Ramona Parra, porque me carga, eso es una pintura ritual, fija. Yo soy contrario a eso y me irrita; creo que Guayasamín es el peor pintor del mundo, utiliza recados gráficos, recetas. No me gustan los cuadros muertos, trago todo lo que me pongan, pero que sea pintura viva, por favor".
La exposición Vuelvo a casa incluye obras inmediatamente posteriores a la "etapa negra". Son 45 pinturas y acuarelas que muestran mundos delirantes y escenas llenas de vértigo. Martínez Bonati pone a convivir a ángeles, pájaros y seres cuasi demoniacos, con personajes de la mitología universal, como Prometeo y Pegaso. La primera parte, que corresponde a fines de los 70, es de corte narrativo y presenta innumerables historias dentro de un cuadro, teñidas de un humor ácido, mucha crítica social y política, alusiones sexuales y hasta escatológicas. Posteriormente, surge una figuración más cercana al cómic.
"Me liberé y empecé a hacer lo que me daba la gana. Un día sentí que era una mentira preparar un color aquí y ponerlo allá. Esa mediación técnica no me gustaba y empecé poniendo motas de color en las telas y frotando encima; después pinté con aerógrafo; luego me pasé a la acuarela; experimenté pintando con los envases de kétchup y mostaza", dice.
Sus obras más recientes están inspiradas en el libro de Erich Fromm El corazón del hombre, y también forman parte de esta muestra. A ellas se suman la serie Aló Aló, formada por dibujos espontáneos que hace mientras habla por teléfono, y la animación de otro de sus dibujos, un pájaro al que tituló Pácaro, en recuerdo de una tía italiana que no podía pronunciar correctamente la palabra.
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