Egipto, enigma occidental
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¿SE ENTIENDE lo que está pasando en estos días en El Cairo? No mucho. Otra cosa es lo que "observadores" occidentales dicen, creen o desean que ocurra. En un gracioso artículo sobre la necesidad de modernizar la ortografía y volverla fonética (una de sus obsesiones), Mark Twain imagina una poco menos que guerra civil en Egipto cuatro mil años atrás cuando un griego trató de introducir el alfabeto fenicio, la última palabra en comunicación en aquel momento. Los egipcios momios, sin embargo, prefirieron seguir funcionando con sus jeroglíficos: más lentos e indescifrables pero, vamos, su manera "egipcia", folclórica quinchera, de hacer las cosas.
Naturalmente, a los lingüistas más eximios de Europa les tomó años traducir la Piedra de Rosetta (hoy en el Museo Británico, así como el busto de Nefertiti sigue en Berlín). Napoleón intuyó el nudo del asunto al proclamar su famosa arenga en Giza: "¡Soldados! Desde lo alto de estas pirámides, cuarenta siglos os contemplan"; se subentiende que con desprecio esfinge, el de las pirámides, aunque Bonaparte no lo explicitara. Napoleón era sabio y culto, pero también milico e imperialista; solía andar por el mundo a empujones.
Lo que es ese viejo lúcido de Jorge Luis Borges en El Cairo, poco antes de morir y del brazo de la Kodama (ella, de origen japonés), expresó filosóficamente esta misma frustración occidental: "A unos trescientos o cuatrocientos metros de la Pirámide me incliné, tomé un puñado de arena, lo dejé caer silenciosamente un poco más lejos y dije en voz baja: 'Estoy modificando el Sahara'. El hecho era mínimo, pero las no ingeniosas palabras eran exactas, y pensé que había sido necesaria toda mi vida para decirlas." La última parte de la anécdota es todo un testamento y homenaje humilde de uno de los hombres más inteligentes y modestos, y eso que dicen que era enfermo de europeo-céntrico.
Para que vean. Es que es muy posible que haya a lo menos dos Egiptos. El que hemos construido históricamente conforme a nuestras categorías mentales desde esa época revolucionaria y moderna, la de Napoleón, y ese otro Nilo que se resiste prehistóricamente a estos periódicos arranques reformistas también desde entonces. Ambos empatados. Por eso los déjà vu de algunos que creen que la Plaza del Tahrir (de la "Liberación") es la Plaza de la Concordia o la Comuna de París (los desenlaces de ambas son distintas), mientras otros dudan si no se trata de una aldea nómade africana que, en cualquier momento, la sepulta el desierto. Visiones empatadas, además, porque las dos siguen siendo occidentales y desubicadas.
En casos como éste de nada sirve jugar a Edmund Burke, a de Tocqueville, ni siquiera a Charles Dickens, sopesar el fenómeno y librarse de los aprovechamientos de lado y lado según la larga experiencia de Europa, EEUU y Latinoamérica. Aunque con Mubarak derrotado, revoluciones no ocurren en Oriente. En China como en Egipto reinos milenarios suceden a otros reinos milenarios. En Rusia se pasó de un Zar y su policía secreta a esquemas análogos. La India puede que sea la única excepción. Entendible excepción, Gandhi fue abogado y estudió en el University College de Londres, y Nehru se educó en Harrow y Trinity College, Cambridge; gente con quien se puede hacer negocios.
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