Egipto y su transición a la democracia




EL PROGRESO de la Humanidad no es lineal, sino contradictorio: flujos y reflujos; avances y retrocesos, aunque los primeros marcan el sentido.   1989 fue una gran oleada de esperanza. El egocentrismo de la prensa norteamericana y europea puso el acento en la caída del Muro de Berlín y de los regímenes comunistas de Europa del Este, y reparó menos en una gesta similar: la caída de las dictaduras de América Latina. En ambos lugares la democracia triunfaba sobre sus enemigos de izquierda (comunismo soviético) y de derecha (militares anticomunistas). El respeto a los derechos humanos se imponía como una exigencia a todos los países y culturas. La democracia era presentada como una exigencia de la vida política decente. En la política internacional se reclamaba que junto a los intereses nacionales se plantearan exigencias morales mínimas, evitando el doble estándar que lleva a aceptar que "nuestros hijos de puta" cometan los crímenes que condenamos en los adversarios. El cinismo intentaba ser sustituido por la búsqueda de acuerdos y tratados (con vacilaciones) que condenaran el atropello sin importar alianzas ni ideologías.

Luego vino el reflujo. El idealismo fue calificado de ingenuo y peligroso y se impusieron sus contrarios. El objetivo era la estabilidad, no la democracia. La defensa de Occidente permitía la tortura en Guantánamo o Abu Ghraib. La democracia se afirmó, era un bien demasiado exigente para la barbarie de árabes o africanos. Occidente, una isla en choque con otras civilizaciones donde no eran prioridad la libertad política ni los DDHH. Una realpolitik llevó a aceptar no sólo como aliados, sino como amigos y protegidos, a déspotas corruptos hasta la médula, con policías ajenas a todo control, que gobiernan por 23 años como Ben Ali en Túnez, o por 30 como Mubarak en Egipto, o por 40 años como Gadaffi en Libia, o por 32 como Ali Saleh en Yemen. Internacionales, como la socialdemocracia, acogieron en su seno a los partidos que sustentaban las dictaduras en Túnez y en Egipto. La izquierda borbónica (esa que, según Teodoro Petkoff, no olvida ni aprende nada) continuó apoyando a la dictadura cubana, que ya cumple 50 años.

Egipto renueva la esperanza. Es cierto que podría surgir una nueva dictadura, pero hay razones para pensar que no será así. Lo más probable es que veamos una transición a la democracia que, por supuesto, tendrá  especificidades nacionales y culturales, pero también rasgos comunes con otras anteriores y en otras culturas. Esos rasgos son el predominio de la política sobre la violencia; la moderación en sus fines y sus medios; la búsqueda de una sociedad donde todos -los que vencieron con la revolución y los que perdieron-  tengan un lugar bajo el sol; que haya justicia, pero no venganza; que se creen instituciones a partir de la reforma y el perfeccionamiento de las existentes, no sobre tierra arrasada. En este sentido, Egipto tiene un Poder Judicial que merece más respeto que el que se supone; y el Ejército no ha sido derrotado, sino que ha sido clave en el fin de Mubarak.

En este esfuerzo Egipto debiera mirar con atención las transiciones habidas en países tan distintos como España, Polonia, Chile, Sudáfrica y, sobre todo, la experiencia democrática de Turquía.

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