El 21 de Mayo y el abordaje a La Piojera

<P>Casi frente al Mercado Central, la estatua de Arturo Prat señala hacia el Pacífico. La tradición cuenta que el dedo del recordado héroe también apunta al popular bar del barrio Mapocho. </P>




Bajo un enorme faro de piedra, flanqueado por tres mar inos y una representación femenina de la República a sus espaldas, el prócer está pronto a dar el salto al abordaje. Y en ese momento, desde el lugar en que quedó inmortalizado en bronce fundido, sus gestos son serenos y audaces. La serenidad está en ese brazo pegado al cuerpo que empuña una espada en ristre, algo oculta, como escondida entre sus ropas. La audacia está representada en ese pie levemente encorvado, apoyado sobre un cañón, pero sobre todo en el otro brazo, el izquierdo, que se alza a media altura para apuntar al poniente.

Desde el barrio Mapocho, casi frente al Mercado Central, Arturo Prat señala hacia el Pacífico. Esa fue la idea de quienes lo instalaron ahí hace 50 años. Pero por esa misma época, alguien reparó en que el dedo de Prat también apuntaba a un lugar más exacto y cercano, y ese lugar no era otro que La Piojera.

Desde entonces, cada 21 de Mayo, al término de los desfiles y honores de rigor, los marinos de la Armada se dirigen en masa al lugar señalado por el prócer. No hay cómo perderse. El dedo lo indica con precisión. En diagonal, dos o tres cuadras al poniente.

La tradición tiene casi tantos años como el colosal Monumento a las Glorias Navales, inaugurado en mayo de 1962.

Hubert Bernatz Benedetti recuerda que ya en su infancia, cuando su abuelo regentaba La Piojera, los marinos llegaban a celebrar ahí después del desfile. Ahora es él quien está a cargo y las cosas no han cambiado demasiado. Las celebraciones comienzan poco después del mediodía, una vez que el trompeta mayor interpreta un toque de silencio. Es costumbre que el oficial de mayor rango pague la primera ronda.

La Armada ha reconocido "una profunda y larga relación de amistad" con el bar del barrio Mapocho, que es casi tan antiguo como el día en que Prat pasó de ser un hombre de carne y hueso a uno de bronce.

Alfonso Calderón lo llamó "el Rodin que pudimos tener", en alusión al rechazo que sufrió el escultor francés cuando presentó una propuesta de homenaje a los mártires del Combate Naval de Iquique. En rigor, la propuesta iba dirigida a Valparaíso, que levantó su monumento a fines del siglo XIX, con una colecta pública y escultores franceses de menos vuelo que Rodin.

El proyecto de monumento para Santiago también data de esa época, pero el proceso fue más accidentado.

A fines de ese mismo siglo, con los inicios de las obras de canalización del Mapocho, la antigua calle Nevería pasó a llamarse 21 de Mayo. Y una perpendicular, paralela al río, fue rebautizada Esmeralda. En ese sector de la ciudad, frente a la antigua estación de trenes que viajaban a la costa, Santiago proyectaba para el Centenario un tributo al héroe de Iquique. Pero la burocracia no es nueva, y recién en 1948 el escultor chileno José Carocca Laflor se adjudicó la obra por concurso público, de acuerdo con un diseño previo de Gustavo García Postigo, el mismo arquitecto de la Biblioteca Nacional.

Carocca era un escultor de raza, autor de los leones de Providencia, que suelen adjudicarse a un botín de guerra traído de Lima, y de varios de los bustos de O'Higgins y Prat sembrados en las Plazas de Armas del país. Los héroes eran su especialidad. Pero así y todo, las cosas no le fueron fáciles. Ni a él ni a nadie.

En mayo de 1962, el diario La Nación consignaba que la ejecución de la obra gruesa y el revestimiento "se vio frenada en parte por el proceso inflacionario". La misma crónica señalaba que la armadura de la obra debió ser concluida por el hijo de García Postigo. El padre murió sin verla terminada.

Carocca Laflor, en cambio, vio terminada dos veces su parte. En abril de 1957, cuando prácticamente había concluido las esculturas, una turba que protestaba en las calles asaltó su taller y lo redujo a escombros.

La obra fue inaugurada unos días después de las celebraciones del 21 de Mayo de 1962. Detalles de última hora demoraron la entrega final y aguaron la fiesta. Ese año no hubo un gran desfile. En ese tiempo, para agravar el infortunio, el interés estaba centrado en los próceres del Mundial de Fútbol.

En estos días, como todos las jornadas previas al 21 de Mayo, un hombre trepa al monumento y lustra con cera y vaselina la calva de Prat, héroe naval que fue descabezado por un bombazo en septiembre de 1990. Después llegará un equipo de limpieza industrial que pulirá la plataforma y el faro de piedra verde traída desde Talca, poniendo cuidado en las dos figuras en relieve a los costados, una de Lord Cochrane y otra de Blanco Encalada, construidas con piedras de las canteras de La Obra, en el Cajón del Maipo.

Algo similar se hará con el piso de la Plaza Capitán Prat, un adoquín amarillo crema. Las flores y parches de pasto de los alrededores de la plaza vendrán casi al final, porque lo último, ya en víspera de la ceremonia, es el soldador que reemplazará la espada del sargento Juan Aldea.

"Esa se la roban cada dos o tres meses", dice Sebastián Muñoz, capataz de la empresa encargada del cuidado del Parque Forestal.

Hace ocho años, el monumento fue cercado por rejas que protegen las estatuas y a los gatos que habitan a los pies del prócer, cuatro, cinco, seis gatos que jamás salen de su guarida, ni siquiera para el día del desfile, porque ahí lo tienen todo: protección, compañía y alimento que les dejan a diario.

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