El alma hípica de Vodanovic

<P>Antonio Vodanovic nació y creció viviendo al lado del Hipódromo Chile, donde su padre era preparador de caballos de carrera. El 2012 decidió reingresar al mundo de la hípica, ahora como propietario. Compró cuatro caballos, de los cuales uno, Divina Preciosa, ha sido la sorpresa de la temporada. Aquí, Vodanovic habla de su alma hípica. Y lo acompañamos en el día de una trascendental carrera. </P>




A sus 64 años, a Antonio Vodanovic se le ve con la ansiedad de un niño. Es sábado, es mediodía, y en la tarde corre su caballo Divina Preciosa en el clásico Solari Magnasco del Hipódromo Chile. Vodanovic está sentado en la oficina del corral de Carlos Conejeros, en la parte de atrás del hipódromo, por Av. Independencia. Ahí tiene a sus seis caballos de carrera que compró entre el año pasado y este. Pero lo que a Vodanovic le importa es la carrera de la tarde. Se le nota eléctrico. Y habla rápido, mientras prende cigarrillos.

En una hora repite cinco veces que tiene mucha fe. "No soy de los que dice 'este caballo es fijo'. Pero hoy se me han dado todas las cosas para que la Divina Preciosa gane, cosas difíciles de explicar".

-¿Como cuáles?

-No te las voy a decir, porque te vas a reír. Pero hoy día creo que vamos a ganar.

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Son las 15.30, las carreras ya han empezado y Antonio Vodanovic se mueve con soltura en el palco de socios del hipódromo. La gente lo saluda. Decide ir a la troya, donde jinetes y caballos se preparan antes de correr. Toma el ascensor de los accionistas. Va ansioso. Si Divina Preciosa gana, Vodanovic se embolsará $ 40 millones.

"No entrai, huevón", le dice Vodanovic a un hombre que intenta entrar al ascensor. Adentro comenta que es el locutor del hipódromo. Ese grado de familiaridad con todo lo que rodea al centro hípico, Vodanovic lo lleva en la sangre.

Su padre, también llamado Antonio, fue preparador de caballos en el hipódromo por décadas. Vodanovic nació rodeado de atmósfera hípica. Sus primeros 21 años los vivió en una casa al lado del hipódromo. "Una casa en Coronel Alvarado 2150", recuerda Vodanovic.

La historia es así. Antonio Vodanovic padre llega a los 14 años a Chile. A Antofagasta. Era un croata sin capital que venía escapando de la Segunda Guerra Mundial. En esa ciudad trabaja en una tienda de abarrotes hasta que decide emigrar a Santiago. Empieza en la hípica a los 36 años. "Se metió porque le gustaban los caballos. Seguramente, cuando llegó a Antofagasta, con el Sokos los empezó a conocer. Y cuando llegó a Santiago, buscando pega como buen inmigrante, le pregunta a mi madre, en ese tiempo su novia, si no le molestaría que se dedicara a preparar caballos. Empezó a venir a la hípica hasta que sacó su patente y empezó a preparar". Vodanovic define a su padre, a quien llamaban el "Gringo", como un hombre tímido, sin vicios, ahorrativo, de vida modesta, corpulento, que llegó a convertirse en uno de los preparadores exitosos del hipódromo. Aunque llegó a tener caballos propios, la gran mayoría de los que había en su corral eran de otros propietarios.

La casa de los Vodanovic en Independencia incluía los corrales para los caballos en la parte de atrás. Tenía 40 pesebreras más bodega. "En ese tiempo, tener 40 caballos para un preparador era como tener hoy 150, porque se corría sólo dos veces en Santiago, en el hipódromo y en el Club Hípico. Era sólo una reunión por hipódromo cada semana. Ahora hay reuniones en diferentes partes, como el Sporting Club de Viña, y se corren más carreras por reunión. Si antes eran 12, ahora son 20 y más por programa".

La vida de Vodanovic era de barrio. De partidos de fútbol en la calle, de paseos con los cuidadores de caballo a una entonces rural Quilicura. Ahí llegaban a tomar chicha. También jugaba fútbol por el hipódromo y por la Católica, que en ese tiempo tenía su estadio de Independencia, a pasos del mismo hipódromo. Vodanovic era arquero. "Cuando jugábamos en la calle, los carabineros siempre me llevaban detenido a mí, porque era el dueño de la pelota. Mi viejo me tenía que ir a buscar a la comisaría".

Vodanovic tiene dos hermanas mayores. La gran preocupación de su padre era que todos fueran profesionales, y así fue: Vodanovic es ingeniero comercial de la UC y sus hermanas también sacaron un cartón. Pero la obsesión de su padre croata de que su hijo estudiara hizo que nunca intentara transmitirle el germen de la hípica. Todo lo que Vodanovic aprendió en su niñez y juventud sobre caballos de carrera lo hizo junto a los cuidadores que trabajaban con su padre. "Mi padre creía que la hípica demandaba demasiado tiempo. Es sacrificado y hay que tener cuero de chancho, porque todos los propietarios quieren ganar. Corren 15 caballos en una carrera y no pueden ganar los 15".

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Vodanovic se define como un propietario dedicado. Todas las semanas va un par de veces al corral que Carlos Conejeros tiene al lado del hipódromo. Ahí se entera de la evolución de sus caballos. "Quiero saber todo. Y si algo no lo sé, lo averiguo". Estas dos semanas ha estado más encima aún, controlando el peso y los trabajos de Divina Preciosa, la favorita para ganar la triple corona del hipódromo. "Ella está muy bien. Estoy con mucha ilusión. Si ganamos, sería el único ejemplar de esta generación que gana tres grupos 1 y que tiene la triple corona", dice Vodanovic.

Carlos Conejeros, el dueño del corral, dice que Vodanovic siempre está encima, que llama a diario, que es exigente, pero que a la vez es un buen cliente. "Entiende razones", señala Conejeros. "Y además es un buen perdedor, que es muy importante".

El año pasado, en junio, Vodanovic pensó en regresar a la hípica, justo en temporada de remates. Se quiso contactar con la familia Solari, pero no los encontró en Chile. Terminó comprando cuatro caballos con la asesoría de Conejeros y dos de ellos llegaron a ser altamente competitivos: Divina Preciosa y Mágico Genial, que murió de un tumor en la laringe.

En su etapa anterior en la hípica, a principios del 2000, Vodanovic llegó a tener nueve potrillos. "Los dos que más quería se quebraron, uno de ellos en carrera. Por suerte yo no estaba, porque los sacrifican inmediatamente. Me dio lata seguir después de eso".

-¿Qué se siente que se le muera un caballo?

-Uf. Cuando se te muere un perro, te volvís loco, huevón. Imagínate un caballo.

Esa primera vez en la hípica había sido el regreso de Vodanovic a los caballos desde que había dejado el hogar paterno, a los 21 años. Sus padres, a quienes había cuidado en largas enfermedades, ya no estaban. Y sintió que era el momento de ingresar al mundo de los propietarios de caballos. Esa etapa duró unos tres años, hasta que decidió vender todo tras las muertes de sus caballos favoritos.

-¿Por qué decide volver a la hípica esta vez?

-Porque siempre me gustó. Y ahora tengo tiempo. Cuando me meto en algo, me meto con pasión. Mi trabajo en la televisión es cuando yo quiero, es más relajado, ya no soy el productor ejecutivo de mis programas. Grabo y me voy. La hípica es mi hobby más importante ahora. Además, es como la adrenalina que me falta del Festival de Viña.

Vodanovic ahora tiene seis caballos. Y para mantenerlos desembolsa entre un millón y medio y dos millones mensuales. Por eso, dice que la hípica no es negocio, que las contadas veces en que surge un caballo como Divina Preciosa se puede ganar dinero. "Pero el negocio es tratar de perder lo menos posible. Acá uno está por la gran satisfacción que te dan tus colores".

En su casa en Las Condes, Vodanovic tiene una consulta donde trata a pacientes con biomagnetismo. Divina Preciosa, su potranca, ha estado con imanes toda la semana. Vodanovic hace un mapa y el cuidador se los pone aplicando las mismas técnicas que usa con humanos. "Es para los dolores. El biomagnetismo te regula el pH, te lo deja neutro, corrige disfunciones glandulares y elimina toxinas".

Afuera de la oficina de Conejeros, Vodanovic se encuentra con Antonio Alvarez, el cuidador, quien duerme en el mismo corral para no desatender a los caballos.

"Tenemos que ganar, huevón", le dice Vodanovic, entusiasmado. "¡Quiero puro ganar!".

Alvarez sonríe. Luego dice que en sus 40 años cuidando caballos, nunca le había tocado un caballo tan bueno.

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Quedan dos horas para que corra Divina Preciosa. Vodanovic se pasea por la troya, donde están los jinetes que van a correr la quinta carrera. "Este quiere correr a la Divina", dice Vodanovic apuntando a un jinete, quien se encoge de hombros. "Estoy en la banca", responde él, resignado. Luego Vodanovic explica que son los jinetes los que eligen a los caballos; que cuando hay un caballo bueno, hay más jinetes dispuestos a correr con él.

En la quinta carrera, Vodanovic tiene a un potrillo corriendo, El Tincudo. Pero no tiene muchas esperanzas en él. "La que tiene que ganar sí o sí es Divina Preciosa. Tengo todo ahí".

Los colores del stud de Vodanovic son los de la bandera chilena, los mismos del stud que tenía su padre. "El viejo quería mucho a Chile, era agradecido. Se nacionalizó para competir por Chile en el Sudamericano de atletismo".

El recuerdo de su padre lo lleva de nuevo a sus tiempos de juventud. Vodanovic recuerda dos grandes historias. Un domingo de marzo de 1965 era día de carreras. Y hubo un terremoto. "Estábamos viendo las carreras y de repente empieza a desmoronarse todo. Parte de la marquesina del hipódromo cedió. Incluso hubo un muerto".

La otra historia es la del caballo Cogotero. Era fines de los 60 y ese caballo siempre salía último o penúltimo, según Vodanovic. Antonio padre, como preparador, se presentó ante la junta de comisarios para decir que el caballo corría con toda su confianza, lo que significaba que iba a la pelea. Vodanovic dice que nunca lo va a olvidar: Cogotero corría último, como era usual, cuando de repente ve pasar al caballo pegado a la baranda y cruzar primero la meta. "Pagó un dividendo de 10 veces y tanto. Como había mucho dividendo alto, la gente se choreó y empezó a hacer escándalo. En dos carreras más corría un caballo de mi padre: Salamería. De la galería tiraron dos palos y uno botó al jinete de mi padre. Las carreras se suspendieron". Vodanovic padre e hijo arrancaron para su casa, al lado del hipódromo. Afuera se juntaron unas 100 personas. Gritaban: "'Gringo', te la llevaste toda". Tuvo que llegar Carabineros. Vodanovic dice que su padre jamás apostaba. "Si había alguien honesto para esto, era mi padre. Igual lo suspendieron tres meses".

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La carrera, el plato de fondo, empieza. Divina Preciosa se pone rápidamente en la primera ubicación. Comanda el grupo, incluso entrando a tierra derecha. Vodanovic ve a su potranca a cuatro cuerpos de su más cercano perseguidor y pega un grito: "¡Ganamos!", anticipando que Divina Preciosa se llevará la triple corona del hipódromo. Pero en la recta final aparece Shesgoing Tobefun, un caballo que ni siquiera había sido mencionado por el locutor entre los 10 primeros. El caballo atropella en la recta final, escalando posiciones: 30 metros para la meta sobrepasa a Divina Preciosa y se lleva la carrera. Divina queda segunda. En lugar de ganar $ 40 millones, Vodanovic recibe cuatro y medio.

En su departamento de Las Condes, Vodanovic dirá después que perder hacia el final le dolió, pero que ha aprendido a soltar rápidamente este tipo de frustraciones gracias a las enseñanzas de la australiana Isha, su maestra. "Para mí, Divina sigue siendo la campeona". Repasando la carrera, Vodanovic dice que quizás no se planificó bien, que las distancias pudieron ser mal calculadas.

Javier Badal, autor de El espectáculo de la hípica en Chile, tiene otra teoría. "Divina Preciosa era favorita, pero el otro caballo era montado por Luis Torres, el mejor jinete de la historia. Eso pudo influir en el resultado".

Vodanovic cuenta que ha tenido varias ofertas por la potranca, pero que no ha querido vender. La han querido como yegua madre en Japón y para correr en Estados Unidos. Vodanovic sabía que si ganaba el clásico del sábado, su precio iba a aumentar. "El único negocio aquí en la hípica es exportar. Pero es muy difícil que te salga un súper crack. Al año se incorporan 700 caballos y saldrán unos tres o cuatro cracks".

Divina Preciosa es uno de esos cracks. Vodanovic está contento por eso, pero igual se llevó para la casa una lección que quizás había olvidado después de todos sus años de hipódromo: "No existe caballo fijo. Quizás creí demasiado en la victoria".

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