El arcoíris cambia de tono

<P>El deporte sudafricano quiere que sus equipos nacionales tengan, en 2019, al menos un 50% de integrantes "no blancos". Los Springboks suman hoy ocho rugbistas negros o mulatos en su plantel de 30. La cuota puede chocar con criterios deportivos, pero responde a las heridas que dejó el Apartheid. </P>




Conseguir una camiseta de los Springboks en los malls o tiendas de Soweto era una tarea imposible en la década pasada. Hoy, todavía es un azar absoluto y las razones, incluso, se reflejan en algunos símbolos. Ejemplo palmario es el mall Maponya, el más grande del gigantesco suburbio de Johannesburgo, en una de cuyas entradas se ubica una escultura que muestra a un joven llevando en brazos a un preadolescente, aparentemente herido o muerto. A su lado, corre una niña.

El grupo escultórico representa a Mbuyisa Makhubo cargando a Hector Pieterson, con Antoinette Sithole como desesperada acompañante; la situación corresponde a una fotografía que retrató el desgraciado alzamiento del 16 de junio de 1976, cuando los escolares de Soweto salieron por millares (20.000, aproximadamente) a protestar contra la inclusión del afrikaans, el idioma de los blancos opresores, como ramo obligatorio en los colegios negros. La policía, simplemente, disparó. Oficialmente, fallecieron 176 niños, y otras versiones llegan hasta hablar de 700, todos ellos de 18 años o menos. Hoy, por cierto, es el Día Nacional de la Juventud.

Heridas como esa son las que no han cerrado en torno a las diferencias en la sociedad sudafricana y explican por qué el "juego de los blancos" está todavía lejos de atraer las multitudes de los Bafana Bafana (Los Muchachos, la selección nacional de fútbol).

El avance, no obstante, ha sido notorio y en el rugby alcanzó uno de sus momentos más importantes con la obtención de la Copa del Mundo de 1995, cuando el Presidente Nelson Mandela decidió utilizar el deporte de los blancos como una herramienta de unidad nacional; "Un Equipo, Un País" era el leitmotiv, en una epopeya retratada magistralmente por el periodista John Carlin en la novela El factor humano (Playing the Enemy, en el original inglés) y luego llevada al cine como Invictus.

En aquel equipo campeón había sólo un jugador de raza negra, Chester Williams, un wing de gran calidad, pero que para muchos críticos había sido incluido sólo con la finalidad de representar a la Nación del Arcoíris.

Para llegar hasta ahí, Sudáfrica había recorrido un largo camino. El fin del Apartheid y la consecuente llegada de la democracia terminaron con el veto deportivo que enfrentaban los representativos sudafricanos, que afectaba a todas las disciplinas, aunque las uniones de rugby de otros países solían eludir tales prohibiciones con algunas triquiñuelas y, muchas veces, generando problemas en su ámbito interno. También hubo equipos sudamericanos, que apoyados por las dictaduras militares y con nombres como Juguares, enfrentaron a los proscritos Springboks. Aquel quince estaba compuesto mayoritariamente por argentinos, pero también consideraba brasileños, uruguayos, paraguayos y chilenos.

Incluso los All Blacks enfrentaron dificultades en el ámbito interno durante buena parte del siglo XX, pues el régimen afrikaan sólo permitía la visita de equipos deportivos nacionales compuestos exclusivamente por blancos. Así, varias veces los neozelandeses transaron y asistieron con quinces que cumplían tal premisa o, en una ocasión, con maoríes calificados con el estatus de honorary whites. A la inversa, los sudafricanos lograron jugar en Nueva Zelanda, pero en medio de masivas protestas, sobre todo en 1969.

Hoy, a diferencia de 1995, hay ocho jugadores "no blancos" en los Springboks, y algunos de ellos difícilmente sustituibles, como el extraordinario wing Bryan Havana, el pilar Tendai La Bestia Mtawarira o el utility back Jon-Paul Pietersen (conocido simplemente como JP).

Pese al crecimiento de la representación, la polémica está viva. El porcentaje de blancos en el equipo supera el 70%, pero en la población sudafricana no alcanza siquiera el 9%, con cifras decrecientes desde el fin del Apartheid. Y el gobierno, las organizaciones sociales y deportivas presionan para que todos los equipos nacionales, sin importar de qué disciplina se trate, alcancen al menos el 50% de presencia "no blanca" en 2019.

Antes del inicio de Inglaterra 2015, incluso hubo una iniciativa parlamentaria para que se impidiera la participación de los Springboks en esta Copa del Mundo, la que obviamente no prosperó. Edward Mokhoanatse, el impulsor de la idea, se quejó por la escasa presencia negra entre los 30 mundialistas, aunque los ocho "no blancos" elegidos por Heineke Meyer constituyeran un récord.

De cualquier modo, las iniciativas de este tipo chocan con criterios deportivos, pues establecer cuotas sobre criterios raciales, señalan los críticos, es establecer una nueva forma de Apartheid, pero invertido, además de incluir en un plantel a jugadores quizás no debidamente calificados. También, por ejemplo, podría ofrecer dificultades para conseguir jugadores en determinadas funciones, como segundas o terceras líneas, donde Victor Matfield (2,01), Eben Etzebeth (2,03) o Lodewyk De Jager (2,05) lucen estaturas difícilmente hallables en la población negra sudafricana.

El debate está abierto, mientras que hoy Sudáfrica busca su paso a semifinales ante Gales, en un camino que, por cierto, ha tenido a todas las razas participando.

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