El bosque petrificado




¿Cuánto sabe la Presidenta acerca del estado anímico del país? Depende. Las encuestas son negativas, más negativas que nunca antes, incluso las que encarga La Moneda, que a veces logran anticipar las malas noticias. Pero las encuestas tienen algo abstracto, impersonal, y siempre habrá alguien que las interprete en la dirección deseada, o que las atenúe, ya mostrando otras peores, ya encontrando alguna tendencia universal, del tipo "la desafección".

Las salidas a terreno tampoco son un buen indicador -aunque Bachelet les cree más-, porque hace rato que la selfie es patrimonio de cualquiera y porque son pocos los pelmazos que puedan pasar los cordones de seguridad para alcanzar a importunar. Esto se duplica en el caso de las catástrofes, que han pasado a ser como la quintaesencia del "terreno" en la actual administración. Opera en estos casos la misma campana de cristal que el gobierno tiene dentro de La Moneda.

Pero si pudiera oír las voces más descarnadas, la Presidenta tendría que enfrentar cosas muy desagradables. Por ejemplo: la idea generalizada, expandida entre los propios altos funcionarios, de que el gobierno no es bueno, y peor ha sido su gestión; la percepción, predominante entre los votantes de la Nueva Mayoría, de que el impulso transformador estuvo en manos de aficionados y, por lo tanto, ya se perdió; la evidencia de que la credibilidad personal de las cabezas del gobierno está por los suelos o, lo que puede ser peor, dejó de importar; y ese cansancio, cabreo, hastío, con las contramarchas conceptuales de la Presidenta, que tienden a confirmar que es un gobierno sin pensamiento estratégico, nacido con un flaco marco teórico acerca del pasado y ninguno acerca del futuro.

¿Que es un gobierno con muchas contradicciones, ambigüedades, indecisiones? ¿Que se debate entre el "realismo" y la "sin renuncia"? ¿Que a veces se justifica inflando al Estado y en otras reclama una modernización a la europea? En realidad, la pregunta más valiosa sería la contraria: ¿Alguna vez no fue así? ¿No fue ese el gen de nacimiento de la segunda administración Bachelet, con una coalición que es más similar al peronismo que a los grandes frentes históricos chilenos?

Después de la entrevista con La Tercera del domingo pasado, que causó confusión a pesar de que no hay razón para creer que no está allí lo que la Presidenta realmente piensa, parte del gobierno parece haber llegado a la conclusión de que ya no es útil seguir enredándose en este bosque de conceptos oscuros -ideas antiguas y enredosas, RDA con Finlandia, hospitales como fantasmas, megaproyectos sin dirección, Venezuela con China- y poner atención, en cambio, a las cosas que permiten romper el inmovilismo del 2015.

¿Cuáles son estas cosas? Las siguientes: 1) Los ministros son los que están en sus cargos y si no actúan como si tuvieran la confianza total de la Presidenta, sería mejor que no siguieran. 2) Las perspectivas económicas ya han puesto límite a la imaginación reformista y esto está aceptado por los partidos de la Nueva Mayoría. 3) Hay que corregir reformas mal hechas, como la tributaria. 4) Hay que frenar la tentación de hacer aullar los números con promesas como la gratuidad en la educación superior, que en sólo unas semanas ya se ha perfilado como un gigantesco perdigonazo en los pies, claro candidato a ser el peor de todo el cuatrienio.

Por encima de todo esto: la Presidenta sabe, aunque sea con amargura, que no podrá hacer lo que hubiese querido si el ciclo económico hubiese sido como el que tuvo a inicios de su primer mandato. La frustración, como se sabe, produce melancolía.

El tamaño de su melancolía será el tamaño de sus ambiciones.

Pero ese será también el tamaño de su éxito, si es que ella misma se lo permite.

Bachelet no logrará realizar la transformación educacional que cambie el nivel de Chile en cinco años. Pero habrá iniciado la ruptura de un statu quo que, siendo reconocido como insostenible, nadie quería abordar de frente. No habrá movido más que alguna centésima del índice de Gini, pero eso es lo que han hecho todos los buenos gobiernos. La discusión tributaria habrá mostrado la incompetencia de alguna de su gente, pero ya nadie duda de que el anterior sistema impositivo estaba por detrás de la justicia. No tendrá una nueva Constitución, pero ya ha conseguido que la inteligencia constitucional se movilice como no lo había hecho en tres décadas. Y quizás tenga que presenciar un desempeño desastroso de su nuevo sistema electoral, aunque fue Piñera quien inició el amargo reinado de esa ingeniería con su infausto voto voluntario.

Hay estas y muchas otras buenas razones para que la Presidenta sienta que durante su paso por La Moneda algo ha cambiado en Chile, aunque no haya refundado la historia. Y esto, con un gobierno que no ha sido, no es, ni será de ideas. Otra pretensión inicia el camino de vuelta al bosque.

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