El carisma jesuita

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Señor director:
Vivimos, como Iglesia Católica, en Chile y en el mundo, momentos de extraordinaria agitación. Los ojos de la sociedad civil se han vuelto hacia los católicos en espera de coherencia evangélica. Los asuntos de la vida de la Iglesia ya no son asuntos internos, sino del país.
En contextos de crisis enfrentamos también conflictos mayores de opinión. Buscamos encontrar la verdad y la justicia, reconocer nuestras responsabilidades, pedir los cambios necesarios a quien puede poner remedio y trabajar para que esa renovación acontezca. En el pueblo de Dios hay afectos mezclados, perplejidad, pena, rabia, desconfianza. Pero también hay esperanza en estado de alerta, amor por las personas y por la Iglesia, y fe en que Dios es más grande que nuestras decepciones y límites. En solidaridad con estos afectos, en particular con el de las víctimas de distintos tipos de abusos, entre nosotros hay quienes hacen denuncias apasionadas, a veces de buena manera con la corrección fraterna del Evangelio, y otras veces con recriminaciones y juicios desafortunados contra algunas personas o familias religiosas.
Los mismos jesuitas, involucrados de lleno en este padecer de la Iglesia, también hemos cometido errores.  La Compañía de Jesús es heredera de un carisma que la empuja a trabajar en las fronteras, a acercarse a los que no creen y a los que se distancian de la Iglesia o la abandonan. Pero en el servicio de nuestro carisma de "buscar la fe y la justicia", también podemos, y no queremos, ser injustos. Una y otra vez volvemos a lo principal: que amamos a Cristo y a su Iglesia, y en unión con nuestros obispos queremos contribuir a que ella se renueve, que se fortalezca en ella la comunión de su diversidad y que acreciente su dinamismo apostólico.
Creemos en una espiritualidad de comunión, que reconoce y valora la diversidad al interior de nuestra Iglesia, que promueve la participación y expresión, pero siempre en un marco de respeto y de diálogo fraterno entre diversas sensibilidades y evitando desprestigiar a personas. Sin duda tenemos todavía mucho que aprender para que resplandezca la unidad de nuestras diferencias, para saber comunicar nuestros acuerdos y desacuerdos, para que la caridad ordene nuestros juicios, puntos de vista y el modo cómo los manifestamos.
Nos ha conmovido la manera como Benedicto XVI ha encarado los problemas que nos aquejan a los católicos. Lo ha hecho con suma humildad, con lágrimas, y con hechos y palabras que auguran una Iglesia más humilde y transparente.  Nos llenan de esperanza los frutos que podemos recibir del reconocer nuestra vulnerabilidad y nuestra fragilidad: nos hace mas misericordiosos con las debilidades de los otros, más cercanos y compasivos con el mundo al que queremos servir y evangelizar, más pobres para acercarnos a los pobres y vivir más arraigados y cimentados en el amor de Dios nuestro Señor.
Hacia allá apunta, en fidelidad al espíritu ignaciano, lo que nos anima a los jesuitas como parte de esta Iglesia que somos y que amamos. Y porque amamos y creemos, esperamos junto con nuestros pastores que los dolores del presente sean fuente de vida para aquellos que más la necesitan.
Eugenio Valenzuela L., S.J.
Provincial
Compañía de Jesús en Chile

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