El centauro del Louvre
<P>Dos estatuas francesas del siglo XIX fueron encontradas en el Hospital San Borja Arriarán. Las descubrieron hace menos de un mes, pero siempre estuvieron ahí. </P>
La estética francesa marcó el gusto del mobiliario urbano santiaguino del siglo XIX. Casonas aristocráticas, edificios públicos, plazas y parques se llenaron de estatuas de hierro adquiridas o encargadas a fundiciones parisinas. Casi todas son reproducciones en serie que estas empresas europeas ofrecían a través de catálogos o en ferias de arte. En la plazoleta del jardín interior del Hospital San Borja Arriarán fueron a parar dos de estas curiosas estatuas que nadie sabe bien desde cuándo existen ni quién las trajo: un centauro con rostro de Homero y una mujer a la que llaman "la odalisca". O, simplemente, "los monos de fierro", como les dicen en el hospital.
De esos "monos" se enamoró Yure Ayala, cuando a fines de julio visitó el hospital en representación de la empresa Intervención Urbana. Ya en 2002, junto a su socio, el restaurador José Sepúlveda, impulsó la recuperación de una veintena de estatuas religiosas, en el Cementerio General. Antecedente suficiente para que ahora les pidan que restauren el pabellón más grande del recinto, el Valentín Errázuriz, construido en 1924 y declarado Monumento Nacional en 2010. "Son sueños dorados para uno", confiesa Yure, todavía emocionado.
Y cómo no. El Hospital San Borja Arriarán (ex Paula Jaraquemada), de calle Santa Rosa 1234, nació en respuesta a las epidemias de sarampión y coqueluche que hace un siglo azotaban al país. Se requería de más hospitales para niños y con ese fin se adquirió la quinta "El Mirador", donde se encargó al arquitecto Emilio Jecquier (el mismo del Museo de Bellas Artes y la Estación Mapocho) la proyección del edificio.
Chileno-francés, Jecquier superpuso estilos como el normando, en frontones y tímpanos de cubierta, y el neoclásico palladiano, en el uso de la planta zócalo y columnas del pabellón Valentín Errázuriz. El edificio tiene tres pisos y un subterráneo, donde se ubican las calderas para la calefacción, rodeadas por un foso inglés. En su acceso, varios jarrones de fierro fundido contienen sólo tierra y plantas marchitas. También en ellos se fijó Ayala: los fotografió, igual que a las estatuas, y envió a José Sepúlveda por e-mail.
En París, donde reside, Sepúlveda sigue conmovido: "En Chile hay muy poco patrimonio y me emociona pensar en el recorrido que hicieron estas piezas, en carreta y velero desde la fundición en Francia, hasta el fin del mundo, cruzando el Estrecho de Magallanes. No entiendo por qué la gente no piensa en eso".
El experto viaja a fin de mes para conocer las estatuas en terreno, pero desde ya determinó que se trata de un hallazgo importante: el centauro podría ser una pieza única en Chile, reproducido del original en mármol, descubierto en Italia en el siglo XVII y exhibido actualmente en el Museo del Louvre, bajo el título Le Centaure chevauché par l'Amour (El centauro montado por el amor). El "amor" o Eros no es otro que el querubín que, en el caso de la pieza del San Borja, fue robado, igual que otra decena de estatuas que otrora eran visibles desde calle Santa Rosa. Nadie sabe cuándo, menos cómo. Sólo que hoy ya no están.
La "odalisca" es en verdad Euterpe, la Musa de la Música, hija del dios Zeus. Ambas figuras provienen de la fundición francesa de Jean Jacques Ducel, creada en 1810 y comprada en 1878 por Val d'Osne, dueños de un catálogo que sólo en 1900 proponía 40 mil objetos, entre bustos, fuentes, candelabros o estatuas religiosas. Globalización a la que las autoridades chilenas de la época supieron echar mano para ornamentar, con aires franceses, el espacio público: La Virgen de Roma, de Moreau (en la cima del cerro San Cristóbal; Las Tres Gracias (de calle Nueva York, derribada accidentalmente por un camión en marzo de este año) y el Neptuno, de Dubray, dando la bienvenida en el cerro Santa Lucía, son sólo algunos ejemplos que marcan la presencia de la revolución industrial en Santiago. Todas fueron inventariadas en Arte de Fundición Francesa en Chile (2005), publicación de la Municipalidad de Santiago que contabilizó 203 piezas en cinco ciudades del territorio nacional, además de otras 88 sólo en la Región Metropolitana, la mayoría en lugares de la comuna de Santiago, como el Parque O`Higgins, el Palacio Cousiño, los cementerios General y Católico, el Parque Arrieta y el Club de La Unión.
Pero "el centauro" no figura en este registro, y al igual que aquellas con las que los santiaguinos conviven, en el San Borja Arriarán pasó inadvertido todos estos años. Algo muy común, dice Sepúlveda: "Cuando trabajamos en el Cementerio General, encontré otra estatua que la gente denomina en forma graciosa 'el niño que toca la corneta'. No saben que esta pieza es del famoso Bartoldi, el mismo que realizó la Estatua de la Libertad".
Según Sepúlveda, piezas de J.J. Ducel y Val d'Osne, como el centauro, en Europa se subastan hasta en 400 mil euros. Eso explica que uno de los santos que reparó hace una década en el cementerio desapareció al poco tiempo de concluir su restauración. "Pueden pesar desde 200 kilos: echarlas arriba de una camioneta es fácil", dice.
En este sentido, el arquitecto Ignacio Corvalán, de la Dirección de Obras de la Municipalidad de Santiago, lamenta que este tipo de piezas desaparezcan impunemente, pero acota: "Hay un vacío gigante, pues la Ley de Monumentos Nacionales (17.288, del año 1970) no prohíbe su venta".
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