El corredor que va a la guerra

<P>César Carrasco participa en maratones en Santiago, Nueva York y París, llevando una bandera chilena en la mano y vestido de soldado de la Guerra del Pacífico. </P>




César Carrasco extiende un billete de $ 1.000 y pregunta muy serio, apuntando al rostro de la ilustración: "¿Sabes tú quién era este? Ignacio Carrera Pinto, un humilde comerciante que se enroló voluntariamente en el Ejército para pelear por su país. Así era la mayoría de los soldados que combatieron en la Guerra del Pacífico, gente común y corriente, no soldados profesionales, y yo corro por ellos".

Correr por ellos no es un decir para este ingeniero civil que alguna vez fue soldado profesional. Los domingos por la mañana, con frío o calor, César sube corriendo a la cima del San Cristóbal con una bandera chilena en la mano, mochila de lona al hombro y quepis de soldado de la Guerra del Pacífico. Encontrárselo puede resultar gracioso, absurdo, conmovedor. Un personaje fuera de tiempo y lugar, desajustado al saludable glamour de los corredores de fin de semana.

Pero quien lo ha visto corriendo en el San Cristóbal en esas condiciones, y con estos calores, no ha visto nada. Nada comparado con lo que ocurre con él en las maratones de Santiago, Nueva York o París. En esos eventos César Antonio Carrasco Contreras es otro. Un genuino soldado de infantería de la Guerra del Pacífico que viste botas de campaña, pantalón de franela, guerrera de botones dorados, quepis, mochila y morral. Y claro, una bandera chilena que en 42 kilómetros jamás languidece.

Que quede claro. Lo suyo no es una humorada, sino lo contrario: un homenaje solemne y flagelante. Las maratones suelen correrse bajo el sol y el atuendo de César no admite concesiones de comodidad. Es una réplica exacta de los soldados de infantería del Ejército chileno de fines del siglo XIX, confeccionada en la sastrería de la Escuela Militar. Un modelo a medida del corredor, que procura sentir lo mismo que sentían los soldados chilenos que combatieron en el desierto. Esos guerreros anónimos, previene César, no usaban telas dry feet.

Hay cosas todavía más extrañas. En el Colegio De La Salle, donde estudió, nunca mostró condiciones para los deportes. Más bien era de los alumnos redonditos que eludían a toda costa las clases de educación física. Fue en los 90, ya egresado de la Escuela Militar, que se interesó por las maratones. Comenzó a entrenarse con un personal trainer y al tiempo se lanzaba a correr grandes distancias. No hay más motivación ni épica que esa. Vanidad, desafío personal, y amor propio y a la patria.

La patria. Eso lo llevó a correr maratones de Nueva York con una bandera chilena en la mano. A César le gritaban ¡viva Cuba!, ¡Viva Puerto Rico! Incluso ¡Viva, Texas!, pero muy rara vez ¡Viva Chile! La confusión no le hacía gracia ni sentido. ¿Para qué ir tan lejos a correr con una bandera que casi nadie identifica?

Las cosas tuvieron un vuelco en 2001, para la primera maratón de Nueva York tras el atentado a las Torres Gemelas. César se acercó con su bandera a saludar a un corredor escocés que vestía falda, corbata y chaqueta. El escocés le preguntó al chileno de adónde era y por qué no corría con un traje característico de su país. A César la pregunta le hizo sentido, y tras darle varias vueltas al asunto y descartar el atuendo de huaso, porque huaso no ha sido nunca y las espuelas resultan demasiado aparatosas, al año siguiente volvió a Nueva York vestido de soldado de la Guerra del Pacífico.

Desde entonces lo confunden con un soldado de la Guerra Civil estadounidense, pero el orgullo es superior a la ofensa.

Hay una complejidad adicional en todo este asunto. César dedica las carreras de Nueva York a una persona recientemente fallecida, ya sea cercana o no. Para esto se pega la foto del homenajeado de turno a la espalda y al regreso, en una ceremonia solemne, regala la chaqueta a los deudos. En esta ocasión quiere dedicar la carrera al fallecido periodista de TVN, Roberto Bruce, a quien conoció poco antes de morir, cuando éste comenzaba un curso de instrucción para aspirar a oficial de reserva del Ejército. César sería uno de sus instructores.

La responsabilidad de correr por alguien que dejó este mundo recientemente lo obliga a terminar la carrera a como dé lugar, aunque demore dos horas más de lo que demoraría sin uniforme, aunque termine, como suele ocurrir, con lesiones, llagas en la piel y dedos de los pies con uñas desprendidas. Cuando corre maratones, literalmente, va a la guerra.

Puede tolerar muchas cosas, partiendo por el calor infernal que le provoca correr durante cinco a seis horas con un atavío semejante. Pero lo que no puede tolerar es que le digan que corre vistiendo traje o disfraz. "Traje es lo que te pones para ir a un matrimonio", dice, otra vez serio. "Y disfraz es lo que se usa para las fiestas de disfraces. Lo mío es uniforme, uniforme de soldado".

A César le restan 20 días para correr la Maratón de Santiago y poco menos de ocho meses para la de Nueva York. Para la primera ha comenzado a prepararse con un régimen estricto de ejercicios y comidas. Para la segunda ahorra parte del sueldo en una distribuidora de alimentos.

No tiene otra forma de hacerlo. A César Carrasco -44 años, separado, sin hijos- nadie le financia las carreras por el mundo. Nadie tampoco podría ofrecerle un auspicio. "¿Cómo voy a pegarle un sponsor al uniforme de soldado?", dice, algo ofendido, ante una pregunta al respecto. Eso, dice luego, sería muy poco serio de su parte.

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