El derrumbe de la teja y el adobe

<P>La madrugada del 27 de febrero golpeó el corazón del patrimonio de la zona central. El terremoto barrió con las casonas señoriales, algunas de ellas monumentos históricos, y con las casas de pueblo de fachada continua, la clásica postal de la provincia. Un paisaje físico y cultural que está en el imaginario colectivo y que hoy corre peligro de desaparecer.</P>




Clara, la esposa clarividente de Esteban Trueba, lo presintió: "La tierra va a temblar". "¡Siempre tiembla, Clara, por Dios!", respondió su marido. "Esta vez será diferente", aseguró ella. Tenía razón; el terremoto comenzó a las cuatro de la madrugada. "Clara sintió que el suelo se sacudía y no pudo sostenerse en pie. Cayó de rodillas. Las tejas del techo se desprendieron y llovieron a su alrededor con un estrépito ensordecedor. Vio la pared de adobe de la casa quebrarse como si un hachazo le hubiera dado de frente, la tierra se abrió, tal como lo había visto en sus sueños, y una enorme grieta fue apareciendo ante ella".

La escena escrita por Isabel Allende en La casa de los espíritus relata cómo un cataclismo devora la casona patronal de los Trueba. Como si la realidad siguiera a la ficción, la escena se materializó la madrugada del 27 de febrero: el terremoto barrió con numerosas casas señoriales de campo y viviendas de zonas típicas, algunas monumentos nacionales, de pueblos tradicionales, desde Alhué a Parral.

"Ha sido un golpe letal a nuestro patrimonio", dice Antonio Sahady, director del Instituto de Restauración de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Chile. "Dentro del valle central, el referente más importante es la casa patronal", agrega. También lo son las casas de pueblo: sus fachadas continuas son una postal clásica y forman una unidad neta: la calle o plazuela tradicional. "Son una seña de identidad colectiva", observa Fernando Pérez, director del doctorado en Aquitectura de la UC.

Casas rurales y urbanas están en el corazón del valle central. Un paisaje físico, histórico y cultural parte del imaginario colectivo, reproducido en la literatura y el arte, desde Casa de campo de José Donoso, Gran señor y rajadiablos de Eduardo Barrios y Julio comienza en julio de Silvio Caiozzi.

Los corredores blancos

"Bajo la encina centenaria, desdibujada dentro de la húmeda sombra, inmóvil como zorro al acecho, está el patrón", escribe Barrios en Gran señor y rajadiablos. "En el caserón de su fundo estoy ahora, solo, frente a la vieja palmera que plantó él de media vara y que sube hoy por encima de todas las copas del parque (…). Bajo estos corredores blancos, él continúa".

Tejas, corredores, patios. Son los elementos distintivos de la típica casa patronal chilena, símbolo del folclor del huaso con aperos, así como de la explotación de peones y campesinos. De estructura simple, tiene sus raíces en la hacienda colonial y formaba un sistema complejo, dice Fernando Pérez. "La casa patronal se extiende por patios, potreros y espacios abiertos. Incluye capilla, bodegas, jardines y las casas de los inquilinos. Es el lado agrícola de nuestra historia y producto republicano: la arquitectura del valle central creció en el siglo XIX".

Sin lujos, de adobe y madera, la casona "es un objeto modesto, pero gana valor por el espacio y el ambiente que genera", resalta Pérez. Con él concuerda Antonio Sahady, que destaca "su capacidad para mimetizarse con el lugar. Se hermanan con el paisaje por los corredores, los parrones y los sectores en los que se puede hacer vida a la intemperie. Tan importantes como las habitaciones son los patios". La casa de El Huique, por ejemplo, tenía 10 patios, "cada uno con una función distinta, desde las más señoriales a las más domésticas: incluía la incorporación del animal, el grano y la cosecha", añade Sahady.

Las calles de mi aldea

"A recorrer me dediqué esta tarde/ Las solitarias calles de mi aldea", escribe Nicanor Parra en Hay un día feliz. "Nada ha cambiado, ni sus casas blancas/ Ni sus viejos portones de madera". Nacido en San Fabián de Alico, Parra es uno de los poetas que ha popularizado la imagen del pueblo con sus calles tranquilas y sus paredes de barro. "Una poderosa casa de adobe con patio cuadrado, con naranjos, con corredor/ oloroso a edad remota", dice Pablo de Rokha, "existe lo mismo en Pencahue que en Villa Alegre o Parral, Iloca o Putú".

La casa de pueblo es quizás el patrimonio más dañado. "Son más pequeñas, con un patio central y fachada continua, capaces de recibir familias extendidas: padres, abuelos, nietos. Su valor es la calidad de los espacios: los patios, galerías y parrones, y la manera en que configuraban un espacio urbano: la calle o plaza tradicional", dice Fernando Pérez.

El sismo no tuvo piedad con estas centenarias construcciones de barro. "Es dramático", dice Sahady. "Cada vez estamos más empobrecidos en materia de patrimonio. El problema es la gran cantidad de recursos necesarios para recuperarlo. Por priorizar, muchos casos se postergarán, y con el tiempo la degradación será mayor".

El rostro de la zona central peligra con convertirse en un Frankenstein. "Surge la necesidad de una vivienda de emergencia, que son estándares y repetitivas y se multiplican por toda la zona siniestrada. Los elementos de identidad se pierden y se reemplazan por construcciones sin representatividad", analiza Sahady.

La pérdida patrimonial alcanza tres dimensiones, dice Fernando Pérez: "Está la dimensión física, material. Luego, las formas de vida: es una pérdida muy grande que personas que han llevado una determinada calidad de vida pasen a viviendas de emergencia. Y, finalmente, la pérdida del testimonio histórico".

¿Qué hacer para recuperarlo? "No demoler indiscriminadamente. Hay que buscar formas de reparación y reconstrucción que mantengan los valores que había", dice Pérez. Ello requiere una colaboración entre el sector público, privado y de los especialistas. "De aceptar la improvisación", sentencia Sahady, "los pueblos desaparecerán y en su lugar tendremos grandes campamentos de albergados".

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