El desconocido cementerio al norte del Mapocho
<P>[cementerio inadvertido] Frente a la futura laguna y canchas de tenis del proyecto Mapocho Navegable, cruzando el río, 4.500 muertos no descansan en paz. Es el Cementerio de Coléricos que albergó a las víctimas de la epidemia que azotó a Chile en 1886 y que se llevó al 2% de la población total del país. </P>
En el km 20, la Costanera Norte da una curva y el río Mapocho se deja ver fugazmente, como una lenta serpiente a la que retroexcavadoras y trabajadores tratan de injertar en su lomo la laguna del proyecto Mapocho Navegable. Se ve también el inicio de la autopista Costanera Sur.
Pasada la curva, los conductores aceleran indiferentes. El secretario general del Cuerpo de Bomberos de Santiago e historiador aficionado de Renca, Félix Sarno, debe ser de los pocos que, al pasar por ahí rumbo a su casa, no acelera sino que baja la velocidad: "Cada día miro intrigado por si aparece de nuevo algo de Santiago antiguo en las excavaciones".
En el 2004 asegura que vio cómo "bajo esa curva quedó sepultado el Cementerio de Coléricos". Ese que albergó a los santiaguinos que los enfermos de la pandemia de cólera que asoló el mundo entre 1886 y 1889 y cuyo coletazo en Chile se llevó casi el 2% de la población (23 a 40 mil almas). "Me parece triste que se haya construido la autopista sobre los muertos, sin que haya ni una sola plaquita, un recordatorio por lo menos", dice Sarno.
Cuando en agosto de 2003 la Costanera Norte realizaba las excavaciones para cimentar esa curva, las retroexcavadoras descubrieron osamentas humanas. "Fue en la punta de una de las dos largas bóvedas, casi al llegar al río", cuenta Sarno. Al principio, se pensó en detenidos desaparecidos y la denuncia se llevó al 18° Juzgado del Crimen. Ese 11 de septiembre los vecinos de la población Bulnes de Renca encendieron velas y barricadas en el lugar, pero al poco andar, el SML constató que se trataba de "muertos históricos" y en virtud de la Ley de Monumentos Nacionales, pidió a la Costanera Norte que hiciera un levantamiento arqueológico. La concesionaria ya había descubierto en sus excavaciones restos de los Tajamares, del Puente Cal y Canto y el Puente de Palo.
La investigación arqueológica quedó en manos de la consultora Soluziona. El arqueólogo a cargo, Iván Cáceres, constató que había dos fosas de ladrillo de 70 metros de largo por dos de ancho, que correspondían al Cementerio de Coléricos de la capital. "Botones de loza y concha perla, restos de rosarios, mortajas de lona y calzado, y un recubrimiento azulado sobre los esqueletos correspondiente a los desinfectantes de la época, revela que los muertos eran de la epidemia de cólera", dice en su informe final. Calculó entre 4.500 y 6.000 el total de osamentas del lugar. Los 60 cuerpos removidos eran hombres adultos sanos, que recibieron una muerte rápida. Las bóvedas pronto quedaron cubiertas por el material sedimentario y la basura que arrojaban las crecidas del río. En un plano de Santiago de 1939 todavía figuraba el sector como "antiguo Cementerio de Coléricos", pero en el posterior de 1950 ya había desaparecido.
El olvido total de ese Cementerio no fue extraño. En diciembre de 1886, cuando llegó la epidemia a Chile, el miedo se apoderó de Santiago como una brisa rápida. Como hoy la radiación, en 1880 el cólera era una nube invisible y mortal que venía asolando al mundo en una pandemia mundial. Llevaba 8 millones de muertos desde Asia a Europa y cuando el 22 de diciembre de 1886 los diarios de la época informaron que en San Felipe, el peón Jerónimo Alvarez (criado del argentino Eloy Martínez) era el primer chileno que moría de cólera en manos de los curas Agustinos, en Santiago cundió el pánico.
La prensa de la época y algunas tesis y memorias realizadas documentan que el gobierno del Presidente José Manuel Balmaceda cerró la capital en un cordón sanitario tan obligatorio como inútil. Nadie podía entrar, pero sí salir. El tren al sur partía repleto desde Estación Central hasta Chillán. Los barcos en Valparaíso se mantuvieron a la gira y en cuarentena. Y siendo escasa la policía municipal, se convocó a los bomberos para controlar las calles y a los curas para atender los enfermos.
Los tónicos de hierbas, como el Licor de Hoffman, el mentol y el alcanfor, se agotaron en las droguerías en un día. Las cosechas de repollo (que el pensamiento popular consideraba culpable de la enfermedad) se incineraron completas. Pero el 15 de enero de 1887 cayeron los primeros enfermos en Barrancas, hoy Pudahuel. La ciudad se paralizó: la peste no tenía cura y sólo quedaba esperar encerrado en la casa tener la suerte de ver la espalda de la muerte cuando dejara Santiago.
Los bomberos recogían a los enfermos desde las casas marcadas y los llevaban a alguno de los tres lazaretos -hospitales provisorios que dispuso el gobierno para dejar agonizar a los contagiados- en carretas ambulancias. En las noches, esas mismas carretas tronaban tétricamente en los adoquines de una ciudad vacía, rumbo al cementerio. Al principio, a sus propias tumbas del Cementerio General, pero luego fueron tantos, que el gobierno dispuso la creación de un sitio especial en la ribera del río a dos kilómetros de donde terminaba la ciudad, en Avenida Independencia.
En el Cementerio de Coléricos se prohibieron los rituales fúnebres y los cuerpos eran sepultados en una bóveda uno junto a otro, sin ataúd, envueltos en lona. Luego, se tapiaban con tierra del río y una solución de sulfuro que se pensaba eliminaba el contagio. Más tarde, se cercó el lugar y mediante un decreto (el 606) se dispuso que se prohibía la exhumación, remoción y construcción en el lugar. Cuando se descubrió por casualidad en 2003 y luego de terminado el estudio arqueológico, la Costanera Norte depositó los cuerpos removidos en una nueva fosa de concreto.
El arquitecto Tomás Domínguez, quien ha dedicado gran parte de su tiempo a investigar los cementerios en su Fundación Ciudad Eterna, es un convencido de que los cementerios sirven para combatir la muerte. "Son lugares para combatir el olvido, son parte de nuestra historia, del patrimonio moral del país".
A raíz de los daños que sufrió el Cementerio General con el terremoto, descubrió que se removieron tumbas de coléricos en el patio 38 y 37, "sin autorización de ningún tribunal y violando la prohibición de exhumación que, pese a lo antigua, sigue vigente".
Mira la situación del Cementerio de Coléricos en las inmediaciones de la autopista con impotencia. Cree que quizás sea la oportunidad de poner un epitafio en torno a la Laguna del Mapocho Navegable: "Aquí al frente yacen…". Y contar un poco esa historia.
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