El deshielo binominal




EL SISTEMA binominal fue siempre más que un sistema electoral. Su lógica del empate, y con ello de neutralización política se extendió más allá del Parlamento hacia un conjunto de instituciones tan diversas como el Tribunal Constitucional, el Banco Central, el directorio de TVN, el Sistema de Alta Dirección Pública, el Consejo Nacional de Educación, el Museo de la Memoria, entre otras. Lo binominal cruzó transversalmente y moldeó la sociedad chilena en estos años.

En este sentido, el fin del sistema binominal en la elección parlamentaria de 2017 -de la Cámara de Diputados y de la mitad del Senado- debiera no sólo tener efectos en el sistema de partidos, en las alianzas y en la composición del Parlamento, sino también ser el punto de partida del deshielo de la República Binominal, dando paso a una diversidad que ha estado artificialmente encorsetada todo este tiempo.

Desde un punto de vista político-electoral, el fin del binominal está llamado a producir cambios significativos. Más allá de las razones esgrimidas por los diputados Auth y Saffirio para abandonar sus respectivos partidos, ello es expresión de que los actores políticos comienzan a internalizar que ahora existe la posibilidad de ser electos por fuera de las grandes coaliciones. Y si ello se hace envuelto en la bandera del "independiente" que critica la política tradicional y a los partidos, tanto mejor. Lo acaba de hacer Kast (UDI) y Ossandón (RN) podría ser el próximo.

A su vez, el paso de un sistema binominal a uno proporcional dotará de mayor competitividad a los partidos o alianzas más posicionados hacia el centro en el campo de la derecha, así como a una alternativa a la izquierda de la Nueva Mayoría. A su vez, la propia supervivencia y proyección de la Nueva Mayoría y de Chile Vamos estará tensionada por el incentivo de expresar las identidades políticas más genuinas, largamente constreñidas, emergiendo así la primera vuelta como una opción a ser usada como primaria. Si en el binominal el acuerdo electoral era perentorio incluso más allá del acuerdo programático, ahora el nivel de coincidencias en los programas condicionará más las alianzas.

En el marco de la izquierda de la Nueva Mayoría se pondrá fin al obligado reparto equitativo de los cupos entre el PS y el PPD y podrán competir en cada distrito y circunscripción. Resta por ver si el PPD posee o construyó en estos años una sociología electoral, o bien es un subproducto del binominal, cuyo espacio irá siendo absorbido en sucesivas elecciones por los partidos históricos (PS, PC), o por las nuevas formaciones como RD, IA o una "tercera fuerza".

El fin del binominal traerá cambios en el sistema de partidos y alianzas y se producirá una liberación de la diversidad y del multipartidismo chileno. Esta nueva realidad política electoral no debiera significar necesariamente dispersión o atomización, pero sí una nueva cultura de alianzas. Y más allá de lo electoral, debiera representar el comienzo de una des-binominalización profunda de la sociedad chilena.

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