El detective salvaje

<P>Investigó crímenes emblemáticos. Pero para el policía Héctor Arenas el más importante fue el caso Matute. Mientras la familia estudia pedir que se reabra la investigación, el detective repasa esa historia y la suya. </P>




El ex policía Héctor Arenas dirá que los asesinos, de una manera u otra, siempre terminan delatándose. Y que en la investigación de un crimen, lo importante es poner atención a los detalles. Lo dirá al final de una larga charla, echando un vistazo al living de su propio departamento en Ñuñoa, donde hay artesanías centroamericanas y una ausencia absoluta de imágenes religiosas.

-Usted ya habrá podido hacerse una idea de mí con sólo observar cómo vivo -dirá al despedirse-. Yo hago lo mismo, si entro a su casa me voy a fijar en qué cosas tiene y cómo las ordena.

Las artesanías dan cuenta de su paso por la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala, dependiente de Naciones Unidas, a la que prestó servicios por tres años. Allá investigó secuestros, casos de corrupción y homicidios. El más célebre fue el del abogado Rodrigo Rosenberg, que en 2009 grabó un video en el que pregonó frente a la cámara: "Si usted está viendo este mensaje, es porque fui asesinado por el Presidente…".

La ausencia de figuras religiosas también habla del dueño de casa. Arenas es agnóstico y detractor de cualquier método que no sea el científico en la investigación de crímenes y desaparición de personas. No cree ni confía en la intervención de síquicos. Su estructura lógica y factual lo ha guiado en la resolución de homicidios que han hecho historia en el país.

Profesor de Criminalística en la Escuela de la Policía de Investigaciones, Héctor Arenas Díaz, 54 años, dos hijos, separado, fue jefe de la Brigada de Ubicación de Personas y uno de los investigadores estrella de la era de Nelson Mery. Un policía formado a la antigua.

Dice que, probablemente, el caso más complejo que le correspondió indagar fue el de Ema Pinto, la matrona que, en 1998, se caracterizó de hombre para degollar a una asesora del Ministerio de Vivienda. Pero luego, después de darle unas pocas vueltas al asunto, se corrige: más intrincado pudo haber sido el de Jorge Matute Johns, el universitario penquista que desapareció en 1999, desde una discoteca.

En los cuatro años y medio que estuvo en Concepción, dedicado exclusivamente a ese caso, Arenas sintió que protagonizaba un relato del escritor Raymond Chandler. Del tipo de relato propio de la novela negra en que un detective debe vérselas con poderes políticos y económicos.

De esos que dejan en el lector una sensación de derrota.

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En diciembre de 1999, un mes después de la desaparición de Jorge Matute Johns, Héctor Arenas llegó a Concepción con amplios poderes. Se rumoreaba que policías estaban involucrados en el caso y el jefe máximo mandó a uno de sus investigadores estrella para aclarar el asunto. Desde principios de los 90, cuando investigó al Comando Conjunto en casos de derechos humanos, Mery tenía al comisario Arenas por uno de sus hombres más brillantes y de confianza.

Ese mismo año lo había enviado a aclarar la muerte del universitario Daniel Menco, baleado por Carabineros en una protesta, lo que representó una prueba de confianza. Ese, como el de Matute, era un caso de alta connotación pública y vinculaciones políticas.

Arenas llegó a Concepción con un equipo de ocho policías que llevó de Santiago. Otros cuatro se le sumarían para tareas de inteligencia. Reportaba directamente al director general en Santiago, y eso, "como era previsible", admite, desde un comienzo generó recelos con los policías locales, especialmente en los de mayor rango. En la práctica, era una intervención.

No fue el único motivo de roces que despertó el comisario Arenas en la zona. Hasta su llegada, había dos equipos trabajando en el caso. Uno de Investigaciones y otro de Carabineros. Los dos estaban concentrados en el hallazgo del cuerpo, lo que fue interpretado como un error por el comisario con dedicación exclusiva.

-Dadas las condiciones geográficas de la zona, existía una alta probabilidad de que el cuerpo no apareciera jamás o que apareciera de un modo casual, como ocurrió -dice-. Nos planteamos la hipótesis más dura: Matute había sido asesinado y había que buscar el motivo, asumiendo que el cuerpo no aparecería.

A mediados de los 70, antes de entrar a la Escuela de la Policía de Investigaciones, Arenas estudió Filosofía en Valdivia. No terminó la carrera, pero en esos dos años de estudio conoció a autores como Irving M. Copi y Karl Popper, que más tarde, en el ejercicio profesional, lo ayudaron a ejercitar el pensamiento lógico y a formular y refutar hipótesis.

Mediante este método, el equipo del comisario echó por tierra la principal tesis de Carabineros, que investigó en paralelo y postuló que Matute había desaparecido dentro de la discoteca, no fuera. La distinción era determinante. De ese detalle dependía quiénes eran los sospechosos de haberle dado muerte.

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Cuatro meses después de tomar el caso, Arenas llegó a una conclusión: Matute había sido golpeado en las afueras de la discoteca por un grupo de jóvenes, quienes lo habrían trasladado hasta un lugar indeterminado con el propósito de deshacerse del cuerpo. Entre los siete jóvenes a quienes acusaba el comisario estaba Oscar Araos, hijo de un conocido empresario penquista, del mismo nombre, que resultaría condenado por el caso MOP-Gate.

La conclusión, que el ex comisario sostiene hasta hoy, surgió después de interrogar a cerca de 500 personas, cotejar pruebas y reconstruir al detalle lo ocurrido esa madrugada de 20 de noviembre de 1999 en la discoteca "La Cucaracha". Cuando Arenas dice que, de una u otra manera, los autores de asesinatos suelen delatarse, piensa en este caso. En el momento en que los siete jóvenes fueron interrogados y acusaron gestos, silencios, contradicciones. También, en todo lo que ocurrió luego de los interrogatorios.

-A todos los que interrogamos les pinchamos el teléfono, y este grupo de siete en particular, a diferencia de los otros testigos, se refería al tema en clave o derechamente lo eludían. Nos dimos cuenta que siempre se juntaban en lugares públicos para tratar el tema, nunca en lugares cerrados -dice Arenas.

Dice que el más hábil de los siete, el que ejercía de líder y tenía ascendencia sobre el resto, era Oscar Araos.

-Ejercieron una presión tremenda para que me sacaran del caso -dice Arenas, 10 años después de que uno de sus informes más concluyentes, acogido por la jueza Flora Sepúlveda, llevara a que los siete jóvenes fueran detenidos y procesados por obstrucción a la justicia.

Aún no había cuerpo. Aparecería recién en febrero de 2004, en una de las riberas del Biobío, después de cinco años de que Jorge Matute Johns fuera visto por última vez en "La Cucaracha". Esa madrugada de febrero de 1999 hubo testigos que presenciaron una pelea en los estacionamientos de la discoteca. Y a esas horas, según el informe del comisario Arenas, los sospechosos se ausentaron de la discoteca por el tiempo que un auto demora en ir y volver al lugar en que fue encontrado el cuerpo de Matute Johns.

El Servicio Médico Legal estableció que la causa de muerte era "indeterminada", debido a "la ausencia de lesiones óseas", lo que debilitó la tesis del asesinato y exculpó a los siete jóvenes. Dos meses después del hallazgo del cuerpo, el comisario Arenas regresaba a Santiago.

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Uno de los últimos casos que tuvo a su cargo fue el de Zacarach. El emblemático pedófilo chileno había escapado del país, aprovechando que gozaba de libertad condicional, y fue el equipo de Arenas, que para entonces conducía la Brigada de Ubicación de Personas, quien lo detectó y detuvo en Brasil.

Era junio de 2007, el mismo año en que el caso Matute fue reabierto por última vez. El mismo en que se creó oficialmente la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala.

Si en Chile la resolución de homicidios es superior al 90%, en Guatemala la proporción es inversa. De ahí que Naciones Unidades propusiera una comisión que, en cierto modo, opera como una policía paralela a la nacional. Arenas era parte de ese grupo selecto de policías que indagó secuestros y asesinatos vinculados a las maras salvadoreñas y a carteles de narcotraficantes mexicanos, que han extendido sus redes en Centroamérica.

El caso del abogado Rosenberg parecía responder a este contexto de crimen organizado, con una salvedad: quien aparecía directamente aludido era el presidente de Guatemala y su esposa. Cualquier investigador novicio hubiera seguido esa pista, desatendiendo cualquier otra. Pero como para Arenas "los policías tienen que buscar anomalías, no normalidades", su equipo demostró algo que en principio parecía insospechado: el abogado había planeado su propio asesinato.

En los tres años que trabajó en Guatemala, Arenas se movía y actuaba como policía. Pero a la vez, cuando participaba de diligencias, era custodiado por otros policías.

-Era un trabajo altamente riesgoso y desgastante -dice al explicar por qué hace dos años renunció y volvió al país.

Desde entonces ha estado dedicado a estudiar un magíster sobre Análisis de Inteligencia Comunicacional.

Aunque en estos días la familia de Matute Johns gestiona la exhumación del cuerpo, lo que pasa por reabrir el caso, Héctor Arenas dice que para él, en lo personal, el caso quedó en el pasado. Dice que tuvo "costos personales e institucionales que asumo". Que hizo "todo lo que humanamente podía hacer bajo esas condiciones". Que en el sistema procesal oral, los sospechosos habrían tenido una suerte muy distinta.

Que en último término, como en una novela de Chandler, el ahora ex detective Arenas logró determinar una verdad, aunque eso, hasta ahora, no se traduzca en justicia.

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