El diario vivir de Andrei Tarkovski: las memorias de un cineasta cristiano
<P>Entre 1970 y 1986 el gran director soviético registró sus vivencias, sueños, padecimientos e intereses.</P>
París, 3 de noviembre de 1986. Debilitado por las quimioterapias que hacen frente a un avanzado cáncer pulmonar, Andrei Tarkovski se entera que están pasando películas suyas en numerosas salas de la Unión Soviética. Una ironía, si se piensa en la hostilidad que normalmente encontró el cineasta en su propio país.
"Veo el comienzo de una canonización póstuma", anotó ese día el realizador de Stalker, quien fallecería el 29 de diciembre siguiente. "Pero una cosa me consuela", agrega, "y es que aquellos a quienes consagré mi arte, con quienes dialogué a través de mis películas, finalmente podrán verlas sin obstáculos. Y también podrán, espero, entender mejor toda la carga que quise tomar al hablar a los hombres de su misión más alta, la búsqueda de su vocación espiritual y el conocimiento de la verdad".
Entre la indignación y los propósitos de altura, Tarkovski anotaba sus impresiones. Lo había venido haciendo desde el 30 de abril de 1970 y siguió hasta dos semanas antes de su prematura muerte, a los 54 años. Los proyectos artísticos, las inquietudes espirituales, los sueños del día anterior… todo estaba allí, en un diario que recién en 2007 se editó en Rusia y que, a casi 25 años de la muerte del cineasta, aparece finalmente en español con el título que alguna vez Tarkovski pensó en dar a El espejo, su filme más autobiográfico: Martirologio. El volumen supera las 600 páginas y, junto con entregar valiosas claves, desnuda a un ser humano complejo y torturado.
Dostoievski y el dinero
Para cuando inicia sus anotaciones, Tarkovski acaba de cumplir 38 años y ha vivido, en su relación con las autoridades comunistas, el tránsito de niño mimado a paria. Si La infancia de Iván (1962, Léon de Oro en Venecia) fue la punta de lanza de una suerte de nueva ola soviética, Andrei Rublev se transformó en una ordalía: el filme sobre el pintor de íconos del mismo nombre se terminó de rodar en 1966 y ya el 69 había ganado el premio de la crítica en Cannes, pero en la URSS estuvo embodegado cinco años.
Recibido del Instituto Estatal de Cine, sus cinco películas en 20 años -hasta 1979- indican que no era muy querido por el organismo encargado de velar por el cine soviético. En opinión de la entidad, su cine estaba "alejado de la realidad".
Con todo y tras haber adquirido una casa campestre, afirma el 10 de mayo del 70 que "ya no le temo a nada. Si no me dan trabajo, me quedaré en el campo: criaré chanchos y gansos, haré mi huerta y los mandaré al diablo". A renglón seguido, sin embargo, saca cuentas. Necesita que Andrei Rublev se estrene y que lo haga en el mayor número posible de salas. También que Solaris, su próxima cinta, tenga el largo suficiente para dividirla en dos: en uno y en otro caso recibirá más dinero, ítem esencial para hacer las reparaciones requeridas por la casa de campo y para pagar sus deudas, tema este último que lo acosará con frecuencia, tal como su salud frágil, coronada por un infarto a los 46 años.
Ciencia ficción basada en el relato homónimo de Stanislaw Lem, Solaris estaba lista a fines de 1971, pero el 12 de enero del 72 Tarkovski detalla las 35 observaciones formuladas por las diversas instancias oficiales. Entre ellas, que debía suprimir el concepto de Dios, incorporar al pueblo, dejar claro cómo es la tierra en el futuro y explicitar si el protagonista proviene de un sistema capitalista o comunista.
Si bien Martirologio puede frustrar a quien ande tras detalles de los rodajes, sí se explaya en las dudas y conjeturas del proceso creativo. Allí resaltan, por ejemplo, las estrategias para que su amor por la cultura rusa coincidiera con el nacionalismo de las autoridades. Llevó a término un guión basado en El idiota, de Dostoievski, que nunca vio la luz. Pero más le interesaba un filme sobre el escritor, sobre "su carácter, su Dios, su diablo, su obra". Tampoco hubo suerte.
A veces sus escritos suenan cándidos ("Hoy sólo un genio puede salvar a la humanidad. ¿Pero dónde está ese mesías?") y, en ocasiones, muy sombríos ("Lo único que nos queda por hacer es aprender a morir dignamente"). Con frecuencia, por otro lado, cita autores y lecturas que lo han conmovido o sorprendido, de Lao tse a Chesterton, de Tolstoi a Mahler, para quien "la exactitud es el alma del trabajo del artista". También sus encuentros con Fellini, Scorsese y Antonioni. Incluso se hace él mismo un cuestionario (3/1/1974) que revela que su poeta ruso preferido es Pushkin y que el cineasta extranjero que más admira es Robert Bresson.
Capaz de tener arrebatos de admiración por cintas de John Cassavetes e Ingmar Bergman, y de quejarse por su situación en la URSS, conoce sus méritos pero puede ser extraordinariamente duro consigo mismo y con el resto. El 10 de febrero de 1979 escribe: "Quizá, en efecto, Stalker es mi mejor película (…), lo que no significa en absoluto que tenga una alta opinión de mis filmes. No me gustan. Hay en ellos mucho de episódico, de vano, de falso. Lo que pasa es que los demás hacen películas mucho peores".
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