El díscolo y la Roja
Marco Enríquez-Ominami se reunió con los presidentes de Brasil y Ecuador; de regalo les llevó una edición del libro El Díscolo y, al primero, una camiseta de "la Roja". Con esos objetos quiso retratarse.
Ambos símbolos, sin embargo, no calzan. La selección chilena, efectivamente, pasó por un período en que las ruidosas noticias las hicieron sus figuras más díscolas, pero por ese camino no clasificamos, aunque estuvimos tentados a seguir cuesta abajo en esa rodada oyendo voces que pedían de entrenador a Bonvallet, el más díscolo de todos. La clasificación ha venido bajo otro signo, liderada por los que priorizan la disciplina y el trabajo en equipo. La Roja no ha brillado en razón de los díscolos, sino todo lo contrario.
Una coalición de gobierno exige también de disciplinado trabajo en equipo, en que el encargado de la política de vivienda no puede dejar de estar en sintonía con el que maneja las finanzas y éste debe entenderse de memoria con quien implementa planes regionales, todo ello bajo un claro liderazgo. Por eso, una importante vara para medir a los candidatos a Presidente es la cohesión de sus partidarios y de sus equipos de trabajo.
Enríquez ha irrumpido en escena de un modo notable, ha tenido el talento de interpretar algo del malestar y, según sus adherentes, de los sueños de los tiempos que corren, y la audacia para confiar y persistir en sus intuiciones. No es poco, pero de liderazgo de grupos, el candidato no registra mucho por ahora. Pasó cuatro años en el Congreso y allí no logró liderar su bancada socialista y terminó yéndose bastante solo, pues quienes lo conocieron trabajando de cerca, no lo siguieron.
Formó también parte de los díscolos, un grupo que no tiene mucho que exhibir como obra legislativa (a legislar se convoca principalmente a los parlamentarios). Los díscolos no son buenos en la tarea de sacar adelante leyes en fatigosas jornadas de persuadir y ceder, ese complejo arte negociador con que se teje, entre muchos que no están de acuerdo, la trama de la política y de las políticas posibles.
Ciertamente, Marco candidato tiene ahora una organización de campaña, pero sus miembros no forman un equipo de gobierno, pues carecen de una idea de gobierno y de una batería coherente de políticas públicas maduradas. Al igual que sus anteriores compañeros de bancada díscola, sus voceros pueden ser atractivos, pero su producción probada en política -algo así como revisar en el fútbol a quién se le ha ganado- es cercana a cero.
Otro de los trabajos en equipo que hacen que un gobierno sea exitoso o fracase es el que pueda lograr con el Congreso. ¿Cuántos candidatos al Parlamento han surgido desde el ideario de Marco? ¿Alguien cree en serio que se puede gobernar sin partidos y sin un movimiento con representación parlamentaria? Los partidos han de sacar lecciones de lo mal que han jugado, como para que apareciera este fenómeno que los cuestiona, pero pretender salir a la cancha sin ellos es como aspirar a jugar sin arquero ni defensas.
Marco me parece una estrella fugaz. Su fulgurante brillo ha iluminado las falencias de los partidos y la estela de descontento que hemos provocado equipos políticos más tradicionales. De ello tenemos mucho que aprender. Pero, para clasificar para la siguiente ronda o para estar entre los mejores del mundo, al menos para un país chico y de poca tradición futbolera como el nuestro, los que han demostrado capacidad para trabajar disciplinadamente en equipo -y mejor aun, liderarlos- resultan mejores que los díscolos.
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