El domador checo que vivió 40 años del circo capitalino
<P>Llegó a Santiago en 1958 y sólo por unos días. Pero se quedó por más de medio siglo, apaciguando elefantes, leones y hasta hipopótamos. Es el checo Frank Marek, el más grande domador de fieras que ha pasado por la capital. </P>
EL "Capitán Marek", como se hizo conocido a fines de los 50, lleva bien puestos sus 96 años. No podía ser de otra forma, en su juventud, el célebre domador checo se ganó la vida entendiéndoselas con cocodrilos, tigres y animales exóticos.
Franz Marek Esvhela nació en 1915 en la ya desaparecida Checoslovaquia. Quedó huérfano tempranamente y tenía poco más de 15 años cuando se trasladó a Alemania y se convirtió en empleado del circo Sarrasani, el más grande de Europa durante el período de entreguerras, cuya sede era Dresden. Ya en 1920 contaba con luz eléctrica, calefacción y aire acondicionado y, entre otras sorpresas, la pista podía llenarse de agua o elevarse hasta los 17 metros.
"A mi llegada", recuerda Marek, "había varios domadores, cada uno experto en un tipo distinto de animal". Fue nada menos que Trude Sarrasani, la dueña y gran domadora de caballos, quien se fijó en sus atributos innatos para relacionarse con las bestias y lo ascendió a ayudante. Ahí le enseñó el oficio.
Tras convivir con algunos de los 150 caballos de los Sarrasani, pasó a los elefantes y no tardó en comunicarse, a su modo, con hipopótamos, cocodrilos y leones. En esa especial convivencia entre hombre y criatura salvaje, pasaba sus días sin sobresaltos, sin que Sudamérica ni menos Santiago de Chile, asomaran en su horizonte. Hasta que comenzó la Segunda Guerra Mundial.
El 13 de febrero de 1945 las fuerzas aéreas británicas y estadounidenses estuvieron bombardeando tres días Dresden. "Las bombas caían sobre el circo y vi morir a muchos. Junto a mis compañeros logramos sacar algunos caballos y llevarlos hacia el río Elba, desde donde se podía iniciar una escapatoria".
El circo Sarrasani se vio obligado al éxodo y a partir a Sudamérica. Cuando estuvo en Santiago. Enrique Venturino, el dueño del teatro Caupolicán y del circo Aguilas Humanas, no dudó en enrolar al checo en septiembre de 1958. En ese entonces, los animales causaban furor entre el espectador de circos. En San Martín con Alameda, uno de ellos presentaba, por primera vez en Chile, a la mona Chita junto a ocho leones africanos. Para Venturino estaba claro: Franz Marek era el hombre.
El domador llegó casado a Chile. Junto a su esposa alemana echó raíces en Santiago. Trabajó hasta 1979 para las Aguilas Humanas, hasta que conoció a su actual mujer, Sofía, cuando estaba viudo. Ella era hija de Juan Bautista Arrollo, el dueño del circo Frankfort, y siempre le insistió en que debía contratarla. Así, ese mismo año Arrollo y Marek se asociaron y partieron de gira. Al año siguiente se casó con Sofía.
Uno de los vínculos importantes que tuvo el checo, fue con la elefanta Frida, a quien conoció cuando tenía tres años. Formaron una dupla como pocas, hasta que para ambos llegó el minuto de jubilar en 1997. Frida fue donada al zoológico de Quilpué, y una década más tarde, Marek llego a visitarla. Con sólo oír su voz, la elefanta volvió a realizar los mismos movimientos que el capitán le enseñó, emocionando hasta las lágrimas al viejo domador. "Bueno Frida, esta va a ser la última vez que nos veamos", dijo Franz a su compañera cuatro años antes de que fuera sacrificada.
"La campaña mundial contra los circos que utilizan animales hizo que este oficio se fuera extinguiendo, pero igual hace rato que ya no era lo mismo. Este es un trabajo que exige dedicación total, tienes que convivir con los animales, hacerles cariño, casi convertirte en uno de ellos. Y eso ya no se practica", explica Marek.
Pero hoy, sólo tres perros obedecen las órdenes del capitán. Porque si bien Marek doblegó el carácter de osos, cocodrilos, hipopótamos y tigres, el domador más rudo que ha pasado por Santiago no terminó su carrera, curiosamente, por las fauces de alguna de estas bestias, sino producto de un corte de ligamento que en La Paz, Bolivia, le causó un llamo demasiado inquieto. Entonces el doctor le recomendó colgar las botas y el látigo, y el telón cayó por última vez.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.