el drama de un rudo
<P>Sebastián Roco, capitán de Cobreloa y futbolista de genio explosivo, ha entrado a la cancha estos últimos dos meses y medio con una espina clavada en el pecho: su hijo Agustín está en la UCI de un hospital en Santiago, sin saber cuándo será dado de alta. El niño, de ocho meses, que ha estado al borde de la muerte, ha pasado por varias enfermedades que tienen desorientados a los médicos. Mientras, para sobrevivir a la angustia, Roco se refugia en su esposa, en sus amigos y en el fútbol. </P>
En la cancha, en los momentos de pausa, cuando el partido se paraba en un córner o cuando se sacaba un lateral, Sebastián Roco (30) pensaba en su hijo. Pero cuando la pelota rodaba y los delanteros se le venían encima, Roco sentía que debía defender su trabajo. Y se concentraba en el partido. Poco antes de entrar a jugar, el capitán de Cobreloa había visto en su celular una foto de su pequeño Agustín totalmente entubado en la cama de un hospital. Y antes de eso, había escuchado la voz de su señora por el otro lado de la línea. De inmediato supo que algo andaba mal.
Roco sólo les contó lo que pasaba a un par de compañeros y al preparador físico del equipo. Luego, entró y jugó. Y cuando una hora y media después el partido terminó empatado a cero y el canal Fox Sports lo nombraba jugador del encuentro, sus cercanos y el resto de sus compañeros se enteraron del peso que Roco había cargado en la cancha. Por televisión, el jugador mandó saludos a su señora y a su hijo, diciendo que estaba enfermo de cuidado en el hospital. Su drama se hacía público.
Luego entró al camarín, donde sus compañeros lo abrazaron. Salió del estadio ese martes 20 de agosto y trató de encontrar un pasaje de avión a Santiago. Sebastián Roco estaba en Bogotá, Colombia.
4250 kilómetros lo separaban de su hijo.
Dos días demoró Sebastián Roco en llegar a Santiago. No pudo encontrar ticket de avión para regresar antes y terminó volviendo en el mismo vuelo del plantel de Cobreloa que había jugado en Colombia. Cuando llegó a Chile, Roco se enteró de lo que había vivido Verónica Herrera, su esposa, junto a su hijo Agustín.
Fueron dos días en los que Verónica no supo exactamente lo que tenía su hijo. Todo comenzó mientras ella y el niño estaban en El Quisco, junto a la abuela, y Agustín -entonces de seis meses- se notaba enfermo. La madre pensó que era un resfrío. Pero cuando finalmente tuvo la certeza de que era algo más serio, partió a Santiago en busca de UCI pediátricas de los hospitales. Sólo después de 24 horas se le abrió un cupo en el Hospital Militar, en La Reina, gracias al contacto de un conocido.
Sebastián Roco recuerda hoy todo eso sentado bajo un toldo, un par de horas antes de que empiece un show a beneficio de su hijo en el Circo de Pastelito y Tachuela Chico. "Verónica primero hizo un tour por diferentes centros asistenciales y no encontró espacio. Empezó a llamar a conocidos y un amigo hizo la gestión para que Agustín entrara al Hospital Militar. Tuvimos suerte, porque la preferencia la tienen los militares. Pero no había dónde lo atendieran en ningún lado de Santiago".
Desde que entró a la UCI del Hospital Militar, hace dos meses y medio, Agustín Roco no ha logrado salir de ahí. Lo que empezó como un virus sincicial que derivó en una bronconeumonía grave ha pasado después por varias fases. Sus males han ido cambiando como si mutaran de una cosa en otra. Luego de unos días, le entró una bacteria al pulmón, que era algo totalmente diferente a la bronconeumonía con la que empezó. Tuvieron que inducirle un coma y estuvo en ese estado por 23 días. "Cuando lo sacaron del coma inducido, el niño era como una guagua recién nacida", cuenta Verónica Herrera, la madre. "Se le caía la cabeza, no podía controlar sus movimientos. Era empezar de nuevo. Afortunadamente, quedó sin problemas neurológicos".
A pesar de que los Roco Herrera parecen haber pasado lo peor, no han podido tranquilizarse. Ahora su hijo Agustín sufre el Síndrome de Dress, en el que el cuerpo del paciente rechaza cualquier tipo de medicamento o antibiótico, y que provoca que la piel se ponga roja y se llene de heridas al menor roce.
Sebastián Roco explica lo que han sido los días de su hijo en el hospital: "Un día está conectado, al otro día está consciente, un día puede tomar leche, al otro día sólo por sonda, un día evoluciona y al siguiente retrocede lo que avanzó. Es todo muy complejo, estresante, de bastante sufrimiento. Así como hemos visto niños que se van a los tres días de la UCI y pensamos que es injusto, que nosotros llevamos tanto tiempo ahí, también hemos visto cómo a un niño con algo parecido a lo de Agustín no pudo resistir. Es muy fuerte".
A pesar de los sentimientos de impotencia, de rabia, de injusticia que Sebastián Roco confiesa, el futbolista dice que esta crisis lo ha acercado más a la fe:
-Nos hemos ido por el camino de que esta es una prueba que nos está dando Dios, una prueba como familia. Nos aferramos a la fe y a ese Dios que nos puede estar dando esta prueba.
La enfermedad de Agustín Roco, el único hijo de Sebastián y Verónica, sacudió al mundo del fútbol desde un comienzo. Así como se hacen cadenas de oración a diario, se han realizado varios eventos a beneficio de la familia, donde el mundo del fútbol y del espectáculo se han encontrado. A Roco no le gusta dar nombres, porque "sería injusto dejar gente afuera", pero dice que la ayuda del espectáculo, de las modelos y de los comediantes se explica porque su mujer es modelo y está contactada con ese ambiente.
Cuenta que hace dos semanas, en la discotheque Costa Varúa de La Florida, remató dos camisetas firmadas de Colo Colo, tres de la "U" y otras de Palestino, Cobresal y Católica. En paralelo, un amigo le armó una página de subastas de camisetas, ya que los jugadores chilenos que juegan en el extranjero le traen las camisetas de sus clubes. Entre ellas ya tiene la de Arturo Vidal en Juventus, que ya va en $ 400 mil. Cuando la Selección jugó con Ecuador la semana pasada, varios jugadores se sumaron a la subasta con sus camisetas internacionales: Jean Beausejour, de Inglaterra; Felipe Gutiérrez, de Holanda; Mauricio Pinilla, de Italia, y Gato Silva, de España, quien también trajo la camiseta de Pedro Morales del Málaga.
"Me tienen varias camisetas guardadas para seguir rematando, como la de Cristopher Toselli, de la Selección, y la de Milovan Mirosevic, de Católica. Todos han querido aportar", dice Roco. Cada vez que él juega, le van a dejar varias camisetas de los equipos contrarios cuando termina el partido.
Hasta el momento, lo único que Roco sabe es que, por su plan de isapre, tiene que pagar el 40% de los gastos hospitalarios. Pero no ha querido enterarse de cuánto pueda salir la cuenta hospitalaria. "Yo ahora estoy enfocado en la recuperación de Agustín. Tendremos que ver el tema económico cuando llegue el momento".
Que sus amigos estén ayudándolo y tener un colchón económico para cuando todo termine -en una cuenta que se abrió a nombre de su hijo- lo han hecho valorar lo que tiene: "Estas situaciones le pasan a mucha gente en Chile. Yo he tenido la fortuna de que mis amigos del fútbol y de la farándula se unan y me ayuden, de poder generar conciencia y que mi caso llegue a algunas personas. De no ser por mi profesión habría tenido que enfrentarlo solo con mi familia, con menos recursos y apoyo. En eso, yo doy gracias a Dios".
Es lunes 21 de octubre en la mañana y Agustín Roco Herrera acaba de ser bautizado en el Hospital Militar. El día anterior, su padre había jugado un partido contra Colo Colo, que su equipo había perdido a último minuto. A pesar de eso, Roco se ve tranquilo. A la UCI sólo pudieron entrar él, su señora y su suegra, además del sacerdote. Dicen que el bautizo fue algo simbólico, que cuando salga Agustín lo harán de nuevo con el resto de la familia. Por ahora, no hay más alternativa que compartir un pedazo de torta con las enfermeras.
En la cafetería del hospital, Sebastián y Verónica coinciden en el momento más difícil que les ha tocado. Fue hace un mes, cuando Agustín estaba conectado a un respirador. "El doctor se nos acerca y nos dice que tiene que conversar. Estábamos sólo mi señora y yo en la UCI. Dice: 'Tengo que ser sincero y frío. Así como se puede recuperar, también está con riesgo de muerte'. Los pulmones del gordo estaban sumamente apretados", cuenta el padre.
Verónica Herrera completa lo que dice su marido: "Estando en coma inducido, le entraron bacterias a los pulmones. El doctor nos dijo que si seguía así por las próximas 48 horas lo más probable era que muriera". Las palabras se le atoran. La madre termina la frase con la voz temblorosa y los ojos llenos de lágrimas.
Dentro de la constante tensión que ha vivido durante los últimos dos meses y medio, Roco ha decidido volcar su energía adentro de una cancha. En Calama -donde él sigue viviendo en el departamento de la familia-, Roco se va al gimnasio en la tarde, después del entrenamiento, para sacar los problemas de su cabeza. Lo reconoce: trata de anestesiar sus pensamientos a través del entrenamiento.
La rutina de Roco es estar tres días en Santiago y cuatro en Calama. Generalmente, termina un partido un sábado o domingo y vuela a Santiago para estar hasta el martes en la mañana. Dice que ha sido comprendido por el cuerpo técnico, que los dirigentes le han dado todas las facilidades para viajar, que a veces se cambian los entrenamientos de horario para que pueda llegar a integrarse desde Santiago. Eso sí, el gasto de los pasajes sale de su propio bolsillo.
Como jugador, Roco es un defensa duro, temperamental, de buen juego aéreo, pero que se lleva una, dos y hasta tres tarjetas rojas por temporada. La gran paradoja es que, a pesar de su drama personal de estos días, Roco considera que este ha sido de los mejores torneos que ha tenido, que hace tiempo no se siente tan bien adentro de una cancha. "Trato de no cometer los errores que cometía antes. Es fácil ofuscarse viviendo lo que estoy viviendo y escudarse en eso, justificarse. Yo trato de estar al 100 por ciento y más fuerte que nunca".
Desde que su hijo está en el hospital, Roco no ha sufrido ninguna expulsión.
Hace un par de semanas, en Antofagasta, Roco convirtió el gol del triunfo parcial de Cobreloa sobre Iquique. Ha sido el gol más emocional de su vida. Todo el equipo, banca incluida, se acercó a celebrarlo con él. "Nunca había besado una camiseta así", recuerda.
Pero por ahora esos momentos son pequeños escapes. Cuando Roco pensaba que Agustín finalmente tenía un respiro, le volvió el Síndrome de Dress. Al regresar a Santiago, lo vio con catéter en el cuello y en el empeine. "Estas últimas semanas habíamos visto una evolución importante, en su forma de mirar, de moverse. Pero ahí te viene nuevamente el palo. Fue duro, porque pensábamos que iba a salir y el médico nos había dicho que era casi imposible que el síndrome le volviera por tercera vez. Agustín ya no quiere ver más agujas, se enoja cuando le ponen las sondas".
Verónica Herrera dice que las personas mayores a las que les da el síndrome generalmente fallecen. "Sus órganos están tan desgastados que terminan por no funcionar. Las guaguas tienen la ventaja de que sus órganos no tienen desgaste previo".
El capitán de Cobreloa explica que ha habido varias juntas médicas de pediatras para diagnosticar la situación y ver una solución. Los exámenes de su hijo se están mandando a Estados Unidos, a la espera de una asesoría concreta. Los médicos le han explicado que ahora están en la penúltima opción: bajar sus defensas a cero, resetear su sistema inmunológico, para revertir el síndrome, lo que implica un riesgo si es que llega a entrar un virus a alguno de sus órganos. De no funcionar, Agustín tendrá que vivir con medicamentos buena parte de su vida.
Sus padres tienen fe en que Agustín saldrá de la UCI, y cuando lo haga va a tener prohibido el sol y deberá usar ropa especial contra los rayos ultravioleta. Incluso, deberá tener cuidado con los reflejos de los rayos solares en el piso. Pero ese escenario es infinitamente mejor al actual. La pareja lo sabe. Verónica define estos meses como una angustia permanente, como una suerte de ahogo que lleva en el pecho. Sebastián Roco, el duro de Cobreloa, dice que ni siquiera se ha podido dar el lujo de analizar lo que le pasa en detalle. Que dentro de su drama, esta es su verdad:
-No he tenido momentos para pensar nada. Ni siquiera de sentarme en mi cama y ponerme a llorar, o mostrar debilidad con mi señora. No he tenido tiempo ni para un desahogo. S
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