El embarazo de una ministra
<p>Patricia Pérez (39) llevaba años con un diagnóstico de infertilidad a cuestas. Dejó detenido un proceso de adopción al entrar al Ministerio de Justicia. Pero en julio todo cambió: supo que estaba embarazada y de gemelos. Es la primera ministra en la historia de Chile que está en esa situación. Luego de contarle al marido, debió hablarlo con el Presidente de la República. En días difíciles, donde ha enfrentado el paro del Registro Civil, ella se anima a contar esta historia personal y más feliz. </p>
-Presidente, ¿me puede dar unos minutos?
-Claro, por supuesto.
La ministra de Justicia, Patricia Pérez, y Sebastián Piñera acaban de terminar una reunión de trabajo en La Moneda. Corren los últimos días de julio.
Cuando ya están a solas en el despacho presidencial, el Mandatario abre los fuegos:
-Cuénteme, ministra.
Entonces Patricia Pérez toma aire y con esa voz rasposa tan suya comparte con el jefe la noticia que supo pocas semanas antes. Le dice que está embarazada.
“El se puso muy contento y me felicitó. Me dijo que era la mejor noticia que le podría haber dado, mejor que cualquier proyecto de ley, mejor que cualquier cosa. Fue muy cariñoso”, recuerda ahora la ministra, a comienzos de septiembre, sentada en un café del barrio Lastarria, con las manos posadas sobre una incipiente panza que ya se adivina bajo su elegante vestido de seda calipso.
Son muy pocas, escasísimas, las mujeres que además de contarle su embarazo al marido, deben informárselo al Presidente de Chile.
Patricia Pérez -39 años, abogada- es una de ellas.
El golpe
No fue fácil llegar a este embarazo: la ministra de Justicia tuvo que convivir años con una maternidad esquiva.
Patricia Pérez se casó joven, a los 24, con su primer marido. Pero ser madre no era una idea que le rondara por la cabeza: tras ser una alumna destacada de Derecho en la Universidad de Valparaíso, se dedicó a su carrera. Antes de titularse, trabajó en un bufete donde veía juicios contra aerolíneas. Luego pasó a la Corporación de Asistencia Judicial del puerto, donde estuvo hasta el 2000. Siguieron dos años en la Defensoría Penal Pública de la IV Región y, más tarde, el regreso a Valparaíso, esta vez a la unidad de estudios de la Defensoría de esa ciudad. Entre medio, varios diplomados en distintas universidades.
“Traté de ir disfrutando cada momento del camino, y por un tiempo largo la maternidad no fue prioridad, lo cual no significa que la descartara. Sentía que era el momento de hacer otras cosas, que era joven y que no había ningún apuro. Me lo tomé con mucha tranquilidad”, explica. Esa calma se interrumpiría más tarde. Cuando Patricia, ya sobre los 30 y con nueva pareja -su actual marido, el fiscal regional de Valparaíso, Pablo Gómez-, sintió que era el tiempo de tener hijos, pero no lograba quedar embarazada. “Empezó una sensación de desazón”, dice.
Vinieron consultas médicas y exámenes. Y un diagnóstico demoledor en 2009: ella era infértil. No hubo, según ella, explicaciones precisas. Sólo ese veredicto que para Patricia Pérez fue como si le abrieran el piso y la dejaran caer al vacío.
“Es un dolor profundo. Lo primero que hay que hacer es vivirlo, sentirlo, porque no es racional. Este tipo de revelaciones de la naturaleza no te dejan incólume, impávida. Pero con el tiempo pude asumir, incorporar y elaborar esa pena, no quedarme ahí”.
Patricia dice que, pese a que el problema lo tenía ella, jamás sintió culpa. “Al principio uno se cuestiona mucho de por qué a uno. Pero tuve un apoyo permanente, un sostén emocional tremendo y nunca me sentí la causante de esta situación”.
Los meses siguientes fueron de curar las heridas. Que, en su caso, se trató de conversar y sentir el afecto de su pareja, sus padres, sus hermanos. Un proceso sanador, que muchas veces chocaba con comentarios de la gente, con preguntas incómodas. “Cuando tú te casas o convives y no tienes hijos, el mundo te empieza a presionar. La gente se olvida de que son cosas privadas y tampoco saben si hay dificultades para tenerlos o sencillamente no es una opción. Como sociedad tenemos que reflexionar en la necesidad de cuidar y respetar esos espacios privados y entender que con comentarios irreflexivos se puede hacer un daño involuntario, pero que afecta”.
-¿A usted le pasó, ministra?
-Sí. A veces, de alguna manera, se produce como un juicio social. Si ven que uno es joven y tiene pareja, dicen: “¿Por qué no tienes hijos?”. O derechamente preguntan: “¿Cuántos hijos tienes?”. Y cuando les dices “no, no tengo hijos”, ponen cara de desconcierto. Muchas veces, las personas no nos damos cuenta cómo afectamos a otros de manera negativa al inmiscuirnos, al dar lecciones de cómo se vive la vida, al suponer que hay sólo una forma de hacer familia, cuando no es así. La familia tiene muchas formas. Para una pareja puede ser una opción no tener hijos; para otra sí, y tal vez no pueden tenerlos…, pero no hay nada más doloroso para una pareja que se lo estén permanentemente recordando.
Sorpresa
La oficina de la ministra de Justicia está en el tercer piso de un edificio imponente en el centro de Santiago. Ahí está encerrada hoy, jueves 5 de septiembre, muy temprano, antes de bajar al nivel inferior a una reunión sobre política carcelaria. Sale de su despacho a las 9.30. Es de las ministras más glamorosas del gabinete: blusa oscura, falda blanca y corta, maquillaje perfecto, el pelo muy liso. En el ascensor, un cercano le comenta que sus tacos de charol negro son excesivamente altos para una embarazada. Ella se ríe. Y dice que sí, pero que no puede hacer nada: los zapatos más bajos se le quedaron el fin de semana en Viña.
En la sala de reuniones la espera un público variopinto. Gente de Gendarmería, de la Defensoría Pública, del Instituto de Derechos Humanos, de Paz Ciudadana. Nadie allí sospecha que la anfitriona tiene tres meses de embarazo. Ella lo prefiere así: hasta que no se le note y haya pasado el primer tiempo de riesgo inherente a toda gestación, la ministra se ha preocupado de que sea un tema sólo de su ámbito privado.
Fue su marido, Pablo Gómez, quien este año le propuso tratar una vez más que ella pudiera embarazarse. Como argumento, le dijo que fuera éste el último intento para ver si los médicos podían por fin aclararles la causa de la infertilidad. Y también el último intento antes de que en marzo, con Patricia ya fuera del ministerio, empezaran de nuevo los trámites de adopción.
Aquí, para que se entienda la historia, hay que hacer un paréntesis. Porque antes, aunque no podía embarazarse, la ministra igual estuvo a punto de ser madre. Y eso fue por la vía de la adopción.
Cuando Patricia Pérez pudo decantar el dolor del diagnóstico de no poder engendrar hijos y darse cuenta de que las ganas de ser madre seguían intactas, habló con su marido sobre la posibilidad de adoptar. En esa conversación también incluyeron a Catalina, la hija de 10 años que Pablo Gómez tuvo en un matrimonio anterior. Los tres son el núcleo duro donde se analizan los temas fundamentales. “La adopción es una opción sumamente hermosa. Y es importante que las parejas que optan por esto hayan cerrado su duelo por la imposibilidad de tener hijos biológicamente”, dice la ministra. “Hay que estar mental y afectivamente preparado para recibir a este niño o niña de una manera abierta, de calidad. Si uno tiene dudas o no ha cerrado procesos anteriores, no debe hacerlo”.
Ellos sí lo hicieron. Completamente convencidos. Pablo Gómez comenta que la explicación que le dieron entonces a Catalina resume bien la visión de él y su esposa sobre el tema: “A la Catita le dijimos que estaba la posibilidad biológica de tener hijos y también estaba la posibilidad de tener hijos del corazón, que no pasan por el vientre, pero sí por el corazón y se quieren de la misma manera”.
Estaban avanzados en el proceso. Luego de varias entrevistas, ya habían sido calificados como idóneos. Sólo les quedaba la evaluación social. Era tanto el optimismo y la alegría, que en su casa de Viña armaron una pieza para esperar al nuevo hijo. En medio de la preparación de su carpeta con los últimos antecedentes, la pareja y Catalina se fueron de vacaciones al sur. Era el verano del 2010. Estaban en Puerto Natales, camino a Torres del Paine, cuando Patricia recibió una llamada de Felipe Bulnes, quien le planteó la posibilidad de ser subsecretaria de Justicia, previa aprobación del Presidente. Apoyada por su marido, ella aceptó. De paso, debieron tomar una decisión dolorosa: detener el proceso de adopción. Como el Sename -organismo encargado del tema- depende del ministerio donde Patricia sería una autoridad, prefirieron no dejar ningún espacio para suspicacias. “Era lo más adecuado. No porque yo fuera a hacer algo a mi favor, obviamente; sino porque no queríamos revestir algo tan esperado como una adopción con una connotación totalmente indeseada. Así que pusimos pausa”, recuerda la ministra. No fue fácil. Con esa decisión, el proceso retrocedía a fojas cero. Otra vez, debían dejar congeladas las expectativas.
“Es por eso que, como en marzo íbamos a tener que recomenzar todo eso, yo le digo este año a la Paty que intentemos embarazarnos una última vez. Para que si no resulta, nos den un por qué y cerrar nosotros biológicamente el proceso, vivir el duelo y en marzo estar nuevamente tranquilos y abrir la carpeta de adopción con toda calma”, cuenta Pablo Gómez. Pero esta vez el intento resultó. De la mano del doctor Fernando Zegers, uno de los expertos nacionales en medicina reproductiva.
La noticia la supieron a mediados de julio. La ministra se hizo en la mañana un examen de sangre y luego volvió al ministerio. La tenían que llamar por el resultado. Se pasó el día en reuniones. Su marido la llamó varias veces preguntándole si había novedades. Ella le decía que no. Hasta que en la tarde, tras una última reunión, ella regresó a su oficina y vio que se le había quedado el iPhone sobre el escritorio. Estaba sonando. Del otro lado de la línea, le habló el médico:
-Oye, estás embarazada. El examen salió positivo.
La ministra recuerda: “Fue algo sorpresivo y te vas como al otro extremo, al de la incredulidad. Algo así como ‘¿seré yo a la que le está pasando esto?’. Es una gran felicidad, pero cuando uno ha pasado tantas cosas no te quieres ilusionar. Digamos que yo lo miraba con cierta reserva emocional”.
Enseguida le contó a Pablo. Y un par de semanas después al Presidente Piñera, el segundo hombre en enterarse de la buena nueva de Patricia Pérez.
Son dos
La ministra está segura. En su primera ecografía vio sólo un embrión. “Chiquitito como una coma y con corazón”, recuerda. El doctor Zegers, asegura Patricia, vio lo mismo.
Unas semanas después, se sintió extraña. Con un malestar que hasta hoy no sabe precisar. Lo encontró raro, así que llamó a su doctor. “Me dijo que me fuera a la clínica. Eran como las 7 de la tarde. Allí me hizo una nueva ecografía”.
-¿Sabes lo que pasa? Son dos- le dijo el médico.
-Pero doctor, ¿cómo van a ser dos?
-Son dos, mira…
Y entonces el ginecólogo le mostró la pantalla. Y Patricia Pérez vio perfecto a los dos embriones. “Dos corazones, imagínate. La vida te puede sorprender más allá de lo que tú puedes siquiera imaginar”. Nuevamente, tuvo que llamar a Pablo Gómez. Esta vez, para duplicarle la sorpresa.
Técnicamente, los hijos de la ministra Pérez son gemelos.
El limón y las náuseas
Es un día de sol en el cerro Alegre, en Valparaíso. El plan original de la ministra era juntarse temprano aquí, en un cafecito de Almirante Montt. Pero ha sido una mañana complicada: al paro que hace días llevan los funcionarios del Registro Civil, se ha sumado el de Gendarmería. Ambos organismos dependen de Justicia. Así que Patricia Pérez se demora en Santiago y aparece en las calles empinadas del puerto recién pasado el mediodía. A las tres tiene una reunión en el Congreso.
La ministra conoce bien el cerro Alegre. Aquí vivió toda su época de universitaria. Aquí residen aún sus padres: un carabinero y una dueña de casa. De los cinco hijos que tuvieron, Patricia es la mayor. “No es que esa situación me haya despertado especialmente el sentido maternal -explica ella-, pero sí me enseñó la responsabilidad de cuidar a los más chicos. Cuando nació Rodrigo, mi hermano menor, yo tenía nueve años. El era mi muñeco”.
De su vida en este cerro recuerda esas tardes en las que salía a estudiar a las bancas de la calle. Se instalaba en las que aún existen al lado de la Iglesia Anglicana o caminaba hasta las que hay en el Paseo Atkinson, en el vecino cerro Concepción. Allí se concentraba sin problemas. Lo mismo arriba de la micro que la llevaba a la universidad. No ha perdido esa costumbre: en los trayectos dentro de su auto fiscal de ministra, lee documentos y prepara presentaciones.
Ahora camina por calle Urriola. Hizo caso al consejo en el ascensor: va con tacos notoriamente más bajos. Nadie parece reconocerla y a ella no parece molestarle el anonimato, pese a que un par de escoltas nunca la pierden de vista. Hoy, de pantalones negros y polera gris, sí se le nota el embarazo. “El doctor me dijo que como son dos guaguas, la guata crece más. Y hay más náuseas”, explica.
Sus náuseas son más bien de noche. Aunque hay excepciones. La ministra recuerda que, hace unas semanas, le vinieron de improviso en una sesión en el Congreso. Ella, discretamente, le pidió a uno de sus asesores si podía conseguirle un limón. “Mi idea era guardar el limón en la cartera; así cuando terminara la sesión yo pudiera irme y comérmelo. Pero me llegó el limón cortado en rodajas. Así que no me quedó otra que comérmelo ahí mismo, con la mayor naturalidad posible. El presidente de la comisión me miró. Pensaría ‘qué estrambótica la ministra’”.
El embarazo no ha cambiado sus rutinas, en un trabajo que, como ella define, implica moverse mucho, varias reuniones al día, salidas a terreno. Sólo se preocupa de no saltarse las horas de comida y agregar dos colaciones extras: una en la mañana, otra a media tarde.
Por ahora, le sigue sirviendo el modus operandi que armó cuando entró a trabajar al Ministerio de Justicia; primero como subsecretaria, en marzo del 2010, y desde diciembre pasado como ministra. La casa que comparte con su marido continúa funcionando en Reñaca -el fiscal Pablo Gómez sigue viviendo allí- y ella se instaló en un pequeño departamento en la calle Monjitas, en Santiago. Viaja todos los miércoles a Viña -es el día en que Catalina, la hija de su marido, se queda con ellos- y también los fines de semana. Su esposo viene a estar con ella al menos una noche entre lunes y viernes. "Me he sentido bien. Hay un poco de mito sobre las embarazadas. Yo lo único que tengo son náuseas antes de acostarme. Y para eso, naranja o limón".
Según Pablo Gómez, esa actitud más relajada de su mujer muestra que su inicial “reserva emocional” va en retirada. “Ella es más reservada que yo, que soy más eufórico. Creo que se explica porque ella es la mayor de cinco hermanos; y yo el menor de cuatro. Yo noté su reserva emocional por si el embarazo no lograba seguir su curso natural. Pero ahora veo que ella está viviendo con mayor intensidad esta emoción, la euforia ha ido apareciendo. Ya luce su guatita con libertad”.
Pero la ministra sigue siendo discreta. Del mundo público no le ha contado a más de cuatro personas, dice. Y lo ha hecho no por obligación institucional, sino por cercanía personal. Por eso le contó a María Luis Brahm, ministra del Tribunal Constitucional; o a Rosana Costa, directora de Presupuestos. “También al ex ministro Felipe Bulnes, a quien estimo y admiro mucho”. En La Moneda, varios de sus pares en el gabinete se han ido enterando. La llaman para felicitarla.
Histórica
Cuando va del ministerio al Palacio de Gobierno, Patricia Pérez camina. Avanza media cuadra por Morandé hacia el sur y luego otra media por Moneda hacia el poniente. Hoy hace el recorrido para reunirse con el ministro del Interior, Andrés Chadwick. Van a firmar un protocolo sobre la expulsión del país de prisioneros extranjeros. Luego, harán juntos un punto de prensa.
La ministra dice que disfruta su trabajo. Que se siente cómoda pensando en cómo mejorar las políticas penitenciarias o diseñar proyectos que aborden la infancia y la adolescencia. Que ocupada en esos menesteres, ni siquiera ha tenido tiempo de pensar en algo que varios ya le han comentado: que es la primera ministra en la historia de Chile que está embarazada durante el ejercicio de su cargo. “Fíjate que ni siquiera me he cuestionado eso”, dice.
-Podría quedar en los libros de Historia. ¿No se pone nerviosa?
-(Piensa) ¿Es que sabes lo que pasa?... Alguien una vez me preguntó si yo siempre quise ser ministra, y la verdad es que no. Nunca ni siquiera lo soñé. Tengo claro que si llegué a este cargo es porque el Presidente confió en mí y yo estoy agradecida. Yo soy de provincia, no vengo del mundo político, no estudié en ninguno de los colegios conocidos… Entonces, lo que hizo el Presidente fue abrir el abanico. Ha apostado a la incorporación de mujeres en el gabinete. Somos varias, y no ha sido obstáculo la relativa juventud de las ministras. Eso habla también de un cambio social. Y enhorabuena. Una ministra embarazada no debería ser algo raro en el futuro.
-¿Cuándo empieza su prenatal?
-No lo he calculado aún.
-Lo más seguro es que no alcance a terminar el gobierno… ¿Tampoco ha pensado en eso?
-No. Pero sé que finalmente las cosas van teniendo un orden y un sentido por sí solas. Tal vez si esta situación me hubiese pillado hace un año, no habría aceptado ser ministra, pero me toca ahora. Cuando mis hijos nazcan ya habrá terminado el gobierno. Coincide con el fin de un ciclo.
Como su situación es inédita, la ministra no sabe qué habría que hacer si ella sale de pre-natal. Ella seguiría siendo la titular de Justicia, por lo que no sería un cambio de gabinete. Probablemente, correspondería una subrogancia, ya que el cargo no estaría vacante. Pero ella repite: hay que averiguarlo bien. Lo mismo respecto del fuero maternal, que protege laboralmente a la mujer durante su embarazo y hasta un año después del término del posnatal. “Hay que ver qué pasa en este caso, pues nunca ha ocurrido antes. Yo no lo sé. Pero a mí me designó el Presidente, y yo me voy cuando él se vaya”, dice, muy segura.
Si el ejercicio es mirar al futuro, hay un escenario mucho más personal. Y tiene que ver con un pendiente. Con esos niños que, según Pablo Gómez, no pasan por el vientre, pero sí por el corazón. La adopción no es algo que la ministra y su marido descarten luego de la llegada de sus gemelos. “Lo que alcancé a recorrer de ese camino me encantó”, dice ella. “Es una posibilidad que sigue en pie”, dice él.
El gesto
Ese día de fines de julio, el día de la confesión de su embarazo en la oficina presidencial en La Moneda, la ministra de Justicia le pidió al final una sola cosa a Sebastián Piñera:
-Presidente, el tema es reservado. Aún ni siquiera les he contado a mis papás ni a mis hermanos.
-Sí, no se preocupe.
La escena, según recuerda la ministra, llegó hasta ahí.
Pero hubo un gesto más.
No lo cuenta ella, sino su marido, Pablo Gómez. El fiscal de Valparaíso dice que, poco después de esa cita, el Presidente le hizo un regalo a Patricia Pérez. Sin demasiada ceremonia, le pasó un libro sobre la maternidad. La ministra lo tiene a mano en su pequeño departamento en el centro de Santiago. S
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