El forjador de la estirpe
<P>La excelente biografía del patriarca del famoso clan estadounidense deja en evidencia que Joseph P. Kennedy siempre consiguió lo que quiso, sin importarle los medios ni tampoco los escrúpulos que cabía suponer en un devoto católico como él.</P>
La posteridad no ha sido generosa con Joseph Patrick Kennedy, el forjador del poderoso y trágico clan de políticos estadounidenses. Según los que saben, Joseph fue, por lejos, el personaje más interesante de su familia. Entretanto, quienes menos lo quieren -el viejo Kennedy cultivó en vida enemigos con pasmosa naturalidad- han consolidado a través de los años una versión de él que habla del aislacionista, del antisemita, del filo nazi, del mujeriego irredento, del perverso y vengativo sinvergüenza que hizo millones traficando alcohol en la época de la Prohibición y estafando en Wall Street, y de aquél que, tiempo después, utilizó su fortuna e influencias para comprar elecciones en favor de su hijo John, hasta convertirlo, coronando todos los esfuerzos y anhelos del patriarca, en presidente de EE.UU.
Según David Nasaw, el autor de la acuciosa y recién publicada biografía del padre de los Kennedy, los cuentos acerca de su inmoralidad, rapacidad y asociaciones criminales se han multiplicado, "hasta hacer casi desaparecer cualquier otro aspecto de la notable crónica personal de él y de su familia. Que algo de verdad hay en estos alegatos es indiscutible, pero sólo tocan una parte de una historia más amplia, más grandiosa y menos conocida". La investigación de Nasaw nació de un encargo: fue contactado por Jean Kennedy Smith y el entonces senador Edward Kennedy, quienes le pidieron que escribiera el libro.
Afortunadamente, tras leer las casi 800 páginas de este sustancioso relato no queda espacio para las sospechas: Nasaw puso condiciones claras e hizo que se cumplieran; a saber: cooperación total ante sus dudas, acceso ilimitado a los papeles referidos a Joseph P. Kennedy en la Biblioteca Presidencial John F. Kennedy, incluyendo aquellos anteriormente vedados a otros investigadores, y permiso irrestricto para citar cualquier documento con el que se topara. "No hubo ningún intento de retener información o de censurar en alguna manera este libro", sostiene en la introducción.
Las características que mejor definen al forjador de la estirpe de los Kennedy son: una enorme ambición, un arribismo inocultable, una habilidad inusual para hacer buenos negocios (dentro y fuera de la ley), una seguridad inquebrantable en sí mismo, una frialdad encomiable ante los designios trágicos de la Providencia, un catolicismo exacerbado y un anhelo inextinguible por hacer que sus hijos y nietos gozaran de la inmensa fortuna que amasó con bastante rapidez. Las circunstancias en que todas ellas se van manifestando, como bien lo dice el autor de la biografía, son peculiares y llamativas.
Joseph Kennedy nació en Boston, en 1888, en el mismo barrio Este donde se radicó su abuelo, tras emigrar desde Irlanda a raíz de la Hambruna de las Papas. Hijo de un hombre de negocios acomodado, Joseph vivió una infancia y juventud plácidas, hasta que accedió a la Universidad de Harvard. Allí recién supo que él provenía de una especie de gueto: los "proper Bostonians", es decir, los miembros del ambiente más empingorotado y tradicional de Boston veían a los católicos de ascendencia irlandesa con sumo desdén.
A Joseph Patrick no le hizo mayor daño la discriminación en la exclusiva Universidad de Harvard, pero tampoco la olvidó. Tras terminar sus estudios, se dedicó a aquello para lo que demostró tener habilidad sorprendente: los negocios. A los 25 años ya era presidente del banco que su padre había ayudado a fundar; en la década de 1920, se involucró en la industria de mayor crecimiento del país, el cine. Y en Hollywood su nombre llegó a ser legendario: no tan sólo fue uno de los pocos irlandeses católicos en poseer y dirigir un estudio, sino que lo hizo con un espíritu empresarial que rompió esquemas. Siempre hábil a la hora de retirarse, Kennedy abandonó Hollywood con millones de dólares en acciones y gozando de los favores de una amante apetecible: Gloria Swanson, en ese entonces la actriz más famosa del mundo.
Sin jamás confiar en alguien que no fuera él mismo ("no tenía lealtad hacia una industria, firma, individuo o lugar", acota Nasaw), Kennedy se volcó luego a la Bolsa de Nueva York, donde incrementó sideralmente su ya cuantiosa fortuna. Dueño de un ojo privilegiado, previó la Gran Depresión de 1929 -"el mercado está sobrevendido", dijo antes del crack- y transfirió su dinero a lugares seguros; seguidamente, acumuló aún más millones vendiendo en corto mientras las acciones se desplomaban. Multimillonario a los 40 años, el paso siguiente de este banquero conservador y ambicioso fue la política. Pese a su background, se convirtió en activo propagandista del New Deal de Franklin D. Roosevelt.
Tal vez los capítulos más interesantes del libro son los que tratan la peculiar relación de Roosevelt y Kennedy. El empresario había contribuido generosamente a la campaña del presidente, lo cual le valió un cargo que pocas veces, según Nasaw, ha causado tanta repulsión pública: el rapaz especulador de Wall Street fue nombrado primer presidente de la Bolsa de Valores de EE.UU. en 1934, cuando el país aún no se recuperaba del caos financiero generado años antes por la avidez de especuladores como él. No obstante, Kennedy abogó por regular el mercado y puso fin a las mismas prácticas que lo habían ayudado a enriquecerse. Sin pedir permiso, se abrió camino en las entrañas del poder en Washington.
A poco andar, Roosevelt comprendió que era un personaje nocivo y demasiado poderoso para tenerlo cerca. Por ello lo envió como embajador a Inglaterra, el primer irlandés católico en dicho cargo. Desde Londres, Kennedy vivió de cerca los entretelones del comienzo de la Segunda Guerra Mundial y se distinguió por contradecir en público las órdenes del Departamento de Estado. Aun así, era mejor mantenerlo alejado de Washington e ignorarlo en lo posible, algo que él jamás perdonó. En tanto, hizo cuanto pudo por evitar la guerra -propuso negociar con Hitler hasta el último momento, lo que le significó ser acusado injustamente de simpatías filo nazis-, y una vez que ésta se desencadenó, fue criticado por ventilar su pesimismo: Inglaterra perdería y el mundo sería un universo dictatorial.
Padre trágico de nueve hijos -a cuatro los sepultó en vida, mientras que a Rosemary, una muchacha retardada, decidió aplicarle una lobotomía que la dejó mucho peor-, Joseph Kennedy fue un tipo extremadamente cariñoso con sus vástagos. A Rose, su mujer, la ignoró olímpicamente entre sus aventuras sexuales, negocios y reuniones con los amigotes para jugar golf en Palm Beach, pero de boca de ella, que se sepa, jamás salió una queja. Afectado de una trombosis cerebral que lo dejó semiparalizado y sin habla, Joseph P. Kennedy pasó sus últimos años siendo capaz de pronunciar sólo una palabra: "No". Algo perturbadoramente paradójico para un hombre que, mientras tuvo salud, nunca supo lo que fue morderse la lengua ni menos guardarse para sí sus opiniones, por inapropiadas o necias que fueran. Tras enterarse de la muerte de su hijo Bob, asesinado en 1968, el patriarca se debilitó aún más y murió en noviembre de 1969, con 81 años. Sus nietos y bisnietos, como siempre añoró, siguen gozando de su fortuna.
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