El fotógrafo nómade
<P>Es el fotoperiodista chileno más galardonado de la actualidad. Tomás Munita ha estado en 50 países, trabaja para el New York Times, gana premios -fue reconocido en el último World Press Photo- y siempre logra poner su lente en el lado humano de las tragedias. Aunque para llegar a este punto, tuvo que comprometerse consigo mismo. Y rechazar la vida que le esperaba. </P>
Tomás Munita sabe que pronto tendrá que partir. Su maleta está lista, sus tres niños juegan con sus perros, su mujer, Cecilia Alarcón, sale del baño. Tomás aún no ha desarmado su maleta del viaje anterior a Tierra del Fuego, que terminó el viernes, pero sabe que tendrá que hacerlo pronto si quiere llegar hoy con su familia a una playa en Algarrobo. Porque si no, puede pasar lo que ha sucedido tantas veces. Que suene su celular y que al otro lado de la línea le ofrezcan algo que él y su Leica M9 no querrán rechazar.
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Tomando mate, Tomás recuerda: "Cuando estaba en el (Instituto) Arcos fue la primera vez que me metí a elaborar un fotorreportaje. Hice varios. Uno sobre una peluquería, otro sobre Santiago. Ese último fue bien interesante, porque era fotografiar la propia ciudad. Y eso es como un proceso de introspección. El foco de mi trabajo era bastante triste, yo creo. Estaba lleno de ventanas cuadradas. Lleno de encierro, de trabajo. Fotografié a ascensoristas, a gente dentro de sus kioscos. El cuadrado. El cuadrado y la persona adentro. Fue algo que me apareció. Fui a tomar fotos a mi ciudad y aparecieron esas figuras. Eso es aprender a ver, también. Si hubiese estado más contento, o más ilusionado con el tema, o hubiese sido una ciudad nueva, quizás hubiese sido un trabajo mucho más lindo. Pero no. Creo que estaba queriendo evitar ese encierro".
Tomás Munita cuenta esto desde su casa con las puertas abiertas y caminos de tierra, en la Comunidad Ecológica de Peñalolén.
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Munita nació en Santiago el 14 de marzo de 1975. Estudió en el colegio Saint George. Sus padres son Jorge Munita y Ana María Philippi. Ninguno sacaba fotos, pero tenían cercanía con las artes. Entonces Tomás, a los 13 o 14 años, miraba libros sobre pintura y grabados. Ya conocía el trabajo de Rembrandt y Goya. Entendía que había algo en ellos que le hablaba. Tomás todavía no lo distinguía, pero eso era el manejo que tenían de la luz.
Después vino la secuencia de hechos que redireccionarían su vida del destino probable que le esperaba. Empezó a mirar fotos en revistas y libros. Juntó plata. No recuerda cuánta ni por cuánto tiempo. Pero sabe que pasaron meses antes de que pudiera entrar a una tienda del centro, con un primo, a comprarse una Nikon FM2 y un lente.
Con esa cámara recorrió su casa, su barrio y su patio. Sobre todo su patio, para fotografiar plantas. Porque a Tomás le encantaba su morfología, su diseño funcional. Pronto descubrió que en el Saint George había una ampliadora abandonada y un profesor, Hugo Lavados, que podía enseñarle rápido, "a la pasada", a ampliar.
Jorge comenzó a darse cuenta del entusiasmo de su hijo: después de conseguir su Nikon, quería un lente y otro y otro.
Dice Tomás: "Mi viejo me decía que era un hobby caro".
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La vida de Munita, después de que puso una cámara en sus manos, es una historia de viajes solitarios. El primero fue cuando terminó el colegio y caminó tres o cuatro semanas por Chiloé, fotografiando redes, pescadores, familias, barcos y casas ajenas en las que durmió. Había dado la PAA, pero no sabía qué estudiar. Su padre pensaba en Ingeniería Comercial. El, tal vez, en Geología. Pero dando vueltas por esa isla entendió que en la búsqueda de los lugares a los que lo empujaba a llegar su cámara, podía estar su vida.
-Ahí me comprometí conmigo a seguir esa línea -dice-. Para alguien que tiene que decidir estudiar una carrera, Fotografía es una huevada muy ambigua. Es muy fácil aprender a tomar fotos. Cualquier puede hacerlo. Pero cuando hice esto me di cuenta de que podía ser algo muy profundo. Que podía llegar a ser un documento importante, si es que realmente te dedicabas. Que los grandes fotógrafos eran como los grandes escritores.
Tomás volvió a su casa y contó lo que quería.
-Mi papá no lo podía creer, pero me apoyó. Siempre pensó que me iba a arrepentir. El es ingeniero. quería que yo estudiara Ingeniería Comercial o algo así. Pero fotografía, '¿qué es esa huevada?', me decía. '¿Te van a enseñar a poner el rollo a la cámara?'.
Cuando termina de contarlo, Tomás se ríe.
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Antes de trabajar para la agencia AP en Panamá y Afganistán, el New York Times, la revista Time, ganar el segundo y tercer lugar del World Press Photo en 2005 y 2012, el primer lugar del Oscar Barnack Award 2006 -donde fue premiado con la cámara Leica que hoy ocupa- y el segundo lugar del recién entregado Photograph of the Year, Tomás fue practicante en La Tercera y fotógrafo en El Metropolitano. Allí, dice, descubrió la luz. Porque ese diario, que ya no existe, no tenía equipos para él. Entonces Munita tuvo que ocupar su propia cámara, sin flash, para encontrar sus imágenes. Estaba en tribunales, tratando de fotografiar a un juez que pasaba por un pasillo oscuro, sólo iluminado por una ventana. Munita tiró una ráfaga y la única imagen que resultó fue la que sacó cuando el juez tenía un haz iluminando su rostro.
Ahí supo que esa debía ser su diferencia: manejar la luz.
En la prensa chilena duró un año. Después se fue a viajar por Bolivia y a trabajar, en 2000, para AP. Ese año hizo un curso con ex miembros de las fuerzas especiales inglesas para aprender a evaluar riesgos en zonas hostiles. A saber cómo evitar un secuestro y a nunca entrar a un lugar que no tenga rutas de escape.
Con esa idea, se ha paseado por 50 países, incluyendo Afganistán, donde cubrió la guerra todo el 2005. El 2008 regresó a Chile, después de tres años en Asia y hoy sigue viviendo con una maleta siempre lista. Sólo el 2012 trabajó en 11 países. Entre ellos Siria, donde, recuerda, pudo haber sido secuestrado por seguir a un hombre que no conocía a través de un laberinto de calles, buscando un hospital clandestino de rebeldes que nunca encontró.
Pero Tomás logró escapar, porque es lo que sabe hacer: primero de la vida que no quiso, después del riesgo que no ofrece salida y ahora, al terminar esta entrevista, de la posibilidad de que alguien interrumpa sus vacaciones.
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