El general de las catastrofes
<P>Ricardo Toro lleva 108 días como director de la Onemi. Es uno de los primeros en llegar a la oficina y siempre está pendiente de la prevención de los desastres naturales. Los conoce bien. En enero de 2010 vivió el terremoto de Haití, donde fallecieron sus compañeros de trabajo y su esposa. Un mes y medio después, pasó el terremoto de Chile en el aeropuerto de Santiago, calmando y ayudando a la gente. Ricardo Toro aprendió a darles sentido a las tragedias. </P>
Ricardo Toro estaba sentado en un avión comercial, durante la madrugada del sábado 27 de febrero de 2010. El aparato, de la línea Copa Airlines, tenía como hora de despegue las 3.59 am y en el aeropuerto internacional de Santiago los relojes marcaban las 3.36 am.
Toro volaría a Panamá y desde allí haría conexión para arribar a Haití, cerca del mediodía de ese sábado. La razón del viaje era que iba a entregar su cargo como jefe militar de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití, Minustah, en ese país, puesto que ejerció después del terremoto que sacudió a ese país 46 días antes. Y que le quitó la vida a casi toda la plana mayor de la misión de las Naciones Unidas en Haití, a más de 316 mil haitianos y a su esposa, María Teresa Dowling.
Ese 27 de febrero de 2010, Ricardo Toro viajaba para cerrar su historia con Haití.
Estaba en su asiento en el avión cuando algo extraño, aunque conocido, sucedió: 3.37 de la madrugada.
"La gente estaba nerviosa, pero yo no. Sentía que estaba en la continuación de lo que pasé en Haití. Bajé a ayudar en lo que podía, traté de calmar a la gente, hasta que amaneció".
A las 6 de la mañana, Toro salió del aeropuerto, en Pudahuel, y caminó en dirección a su casa, ubicada en la comuna de Las Condes. Algunos autos pararon y lo acercaron a su destino. Después de cuatro horas logró llegar. Las imágenes de lo que vivió en Haití llegaron a su cabeza.
Un nuevo terremoto cambiaba su destino.
Los abuelos, el padre y dos hermanos de Ricardo Toro Tassara fueron militares. Desde niño aprendió a vivir en el desarraigo; por el Ejército, cada dos años, su familia se cambió de casa: vivieron en San Bernardo, Chillán, Concepción y a los 10 años vivió un tiempo en la India. "Sufrí la contingencia de no tener una raíz, pero tuve buenos amigos. En la Escuela Militar establecí mis bases definitivas".
El camino estaba pavimentado para que él entrara al Ejército, pero, cuando niño, Ricardo Toro pensó que su futuro podría ser otro. El quería estudiar medicina o ser un economista. De todas formas, a los 14 años, ingresó a la Escuela Militar. "En 1974, tres años después de entrar en la Escuela, me cuestioné si quería seguir ahí. Salí un tiempo del Ejército, pero volví a reintegrarme solo", recuerda hoy el general en retiro.
El ascenso en su carrera militar fue rápido: en 1987 fue el único chileno en el curso de infantería en Fort Carson, Estados Unidos, luego fue alumno en la Academia de Guerra del Ejército, alcanzó el grado de coronel y se desempeñó como comandante del Regimiento de Infantería Nº 24 Huamachuco, en Putre. El 2001 fue designado agregado militar y naval de la Embajada de Chile en Sudáfrica. Luego se convirtió en el jefe del Departamento a la Dirección de personal del Ejército.
"En la vida militar eres un empleado público. Uno entra por vocación y no para hacerse millonario. Cuando uno es joven y militar, te casas, tienes gastos y comienzas a tener hijos. Todo pasa rápido", afirma el general. A los 22 años, Ricardo Toro, entonces teniente, se casó con María Teresa Dowling, quien tenía 18. Dos años después nació María Francisca, su primera hija. Cuando Toro tenía 26 fue padre de Macarena y en 1986 nació Ricardo, su hijo menor. Ninguno siguió una carrera militar.
"Uno tiene que casarse con la persona adecuada, que entienda lo que es la vida militar, mucha entrega, mucha campaña, mucha guardia, mucho tiempo ausente", reflexiona Toro. María Teresa lo acompañó en los lugares en que podían estar juntos, como familia. En 1993 vivieron seis meses en Israel e igual tiempo en Siria, cuando Toro fue designado como observador militar de las Naciones Unidas en Medio Oriente. Toro se las arregló para ser un padre y esposo presente, a pesar de que pasaba tiempo alejado de su familia en Estados Unidos, Africa y Haití. "Aprendí que cuando uno viaja no tiene que llevar sus costumbres, sino que tiene que adaptarse. Esa es la mejor solución para entender todo", reflexiona.
En Haití, las reglas de los hombres y mujeres asignadas a Minustah eran rígidas. Las familias no los acompañaban en la misión. Por eso, Ricardo Toro tuvo que solicitar un permiso especial para que su mujer lo fuera a visitar al hotel Montana.
En 2004, la situación en Haití estaba llegando a un punto crítico. Se inició una revuelta armada en contra del Presidente constitucional, Jean-Bertrand Aristide, y en enero hubo un golpe de Estado que duró 24 días. Cuatro meses después, se estableció la Minustah y en 2005, Ricardo Toro llegaría a ser el jefe de operaciones de 18 batallones en ese país.
"Haití fue un impacto visual. Era un país con una infraestructura precaria, había un calor tremendo, pero empecé a ver a la gente que, a pesar de todas sus dificultades, estaba muy bien vestida, limpios, con una sonrisa. Yo pensaba cómo se podía estar riendo, si estaban en esa situación. Después, yo apliqué lo mismo".
El plan inicial era que el general Toro se quedara en Haití por seis meses, pero Naciones Unidas le solicitó que ampliara su misión por el doble del tiempo. "Tuve que convencer a María Teresa que me iba a quedar por un año, pero ella lo comprendió, ella entendía la problemática militar". A fines de 2005, Toro regresó a Chile.
"Me subí al avión que me llevaría a Santiago y estaba tan lleno de cosas: Haití fue un tiempo de esfuerzo, adrenalina, experiencias fuertes. Me paré en la mitad del avión, miré por una ventana y pensé que quizás nunca más iba a volver. Pero el destino hizo que regresara".
Ricardo Toro está sentado tras una larga mesa, en su oficina en la Onemi. Se ve cómodo, vistiendo un terno azul oscuro y una corbata celeste, sin el traje verde militar que usó por 38 años. El 12 de diciembre de 2012, Toro se retiró del Ejército, con el grado de general de división, y 99 días después fue nombrado como director de la Oficina Nacional de Emergencia del Ministerio del Interior y Seguridad Pública (Onemi), institución que adquirió notoriedad e importancia consular luego del terremoto del 27 de febrero. El ministro del Interior, Andrés Chadwick, le informó sobre su nuevo cargo.
Toro aún mantiene la enseñanza militar. Habla con un tono de voz seco y se sienta erguido. En 2009, Ricardo Toro volvió a Haití, como jefe Adjunto de las Fuerzas Militares de la Minustah y producto de las elecciones presidenciales de 2010, se le solicitó extender su misión. Cuando le pidieron alargar su estadía, por primera vez y como requisito Toro pidió autorización para que su familia lo pudiera visitar: "Me puedo quedar más tiempo, pero si tengo facilidades para que mi familia pueda venir a Haití. Cuando mi señora quiera venir, pueda venir". En Naciones Unidas aceptaron el pedido. Por primera vez su familia pudo conocer el país, María Teresa llegó junto a su hijo, de 23 años. Pasaron juntos Navidad y Año Nuevo.
El 12 de enero de 2010 ocurrió uno de los terremotos más fuertes en la historia de Haití y el más devastador. La magnitud fue de 7,2 grados y comenzó a las 16.53. Dos minutos antes, Ricardo Toro salió del edificio donde tenía su oficina, la sede de la Minustah, para ir a una reunión en la Embajada de Estados Unidos. Todas las personas con las que trabajaba perdieron la vida: 101 personas de la ONU murieron allí, incluidos los jefes máximos de la misión.
"Ese es el día más impactante de mi vida. Más impactante y penoso. Quedé a cargo de todo, era el más antiguo y el general. Horas después, me entero de que mi señora había sido afectada por el terremoto y había desaparecido. Tuve que lidiar con esas dos situaciones. El impacto fue muy grande y siempre esa situación va a estar muy presente en mi vida. Creo que me generó la experiencia y empatía para tener un puesto como el que tengo hoy en la Onemi".
María Teresa Dowling estaba en el gimnasio del Hotel Montana, el más exclusivo del país, cuando comenzó el terremoto. Todas las instalaciones se derrumbaron y ella desapareció. Su hijo estaba en una excursión en el sur de Haití, donde el impacto del terremoto fue menor. Ese día, Ricardo Toro se convirtió en el referente para las organizaciones del país y uno de los más importantes en la Minustah.
La búsqueda de la mujer de Toro duró 10 días, hasta que autoridades de las Naciones Unidas oficializaron la decisión de no buscar más sobrevivientes. Ese mismo día, a las 2 am, la Fuerza de tarea de rescate de Bomberos de Chile, el equipo de rescate de Ecuador, Carabineros y la PDI, hallaron a María Teresa Dowling sin vida.
"Encontramos a María Teresa, la trajimos a Chile y se produce el entierro. Me quedo un par de días con mi familia, reunidos, para vivir el duelo propio de esto. El día en que iba a viajar a Haití para renunciar a mi cargo ocurre el terremoto en Chile. Pero no sentí miedo, después de lo que viví en Haití es difícil volver a sentir miedo".
Después de dos días de espera, Toro viajó. Participó en una ceremonia en honor a su esposa y entregó su cargo. "En un momento pensé que podría seguir en la Minustah, para mantener y cumplir lo que tenía que hacer hasta fin de año, pero hice un análisis racional: viví un desgaste muy grande por el terremoto. Tenía que priorizar mi vida familiar y tratar de vivir con ellos el duelo. Lo más correcto fue haber regresado". Toro renunció a su cargo 10 meses antes de lo estipulado y el general chileno Carlos Mezzano lo reemplazó.
Ricardo Toro Dowling, hijo del general y de su esposa fallecida, estudió arquitectura en la Universidad Mayor y hoy realiza un proyecto para Haití: quiere reconstruir 20 viviendas sociales en las zonas marginales de Puerto Príncipe; casas que se derrumbaron en el terremoto que él también vivió.
Todos los días, uno de los primeros en llegar a la oficina central de la Onemi es Ricardo Toro. A las 7.45 ya está sentado en su oficina. Previo a eso, realiza diariamente una rutina de ejercicios, tal como lo hacía durante su vida militar. Al igual que en su infancia, hoy Ricardo Toro viaja muy seguido. Por su cargo de director en la Onemi, tiene que recorrer constantemente Chile. Pero se ve cómodo con su nuevo trabajo. "En la Onemi controlo los avances: hay que fortalecer las regiones, visitarlas, ver sus problemas. Tengo que ver todo lo preventivo, más allá de lo que está escrito. Mi experiencia me hace ser más empático, porque yo viví una tragedia, sé lo que se siente", afirma Toro. "En la Onemi puedo dar lo mejor de mí, de lo que sé".
A pesar de que un terremoto cambió para siempre su vida, Ricardo Toro aceptó un trabajo donde tendría que hablar y pensar todos los días en sismos y desastres.
"Tengo mucha empatía con las tragedias y tengo las capacidades para gestionar una organización de este tipo. No es un puesto fácil y yo no necesito este puesto. Podría haber optado por una vida más tranquila, tenía otros proyectos. Podría haberme ido a Nueva York a trabajar a Naciones Unidas. Tenía proyectos de desarrollo universitario, pero este es un proyecto importante para el país".
Su nuevo trabajo, el apoyo de su familia y amigos han permitido que hoy Toro se vea tranquilo y que la pena quede en un segundo plano. "El tiempo da calma, permite que uno asuma las cosas que ocurren. Me he tomado las cosas con tranquilidad".
Toro pestañea con rapidez y sus ojos parecen brillar con más intensidad. Pero no se quiebra.
Nunca lo hace.
"Creo en el destino. Las personas tenemos uno. Nunca me sorprendí cuando me ofrecieron el puesto en la Onemi. Quizás me hubiera sorprendido si no me lo hubieran ofrecido. En el ejército aprendí que mientras más sudes en la paz, menos sangras en la guerra".
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