El heredero del arte de tallar cristal

<P>[artista del vidrio] A los 84 años, Víctor Manuel Valladares es uno de los pocos talladores de cristal que mantienen vivo este delicado arte en Santiago.</P>




SIN QUE le falle nunca el pulso, el tallador de cristal, Víctor Manuel Valladares entresaca con su torno delgadas líneas en una copa. Después de unos minutos van apareciendo sobre el vidrio estrellas, hojas, flores o círculos esmerilados. Valladares, a los 84 años, es uno de los pocos talladores de cristal que siguen ejerciendo su oficio en Santiago.

Se formó en las antiguas Cristales Yungay, famosas por fabricar las copas de tallados más finos que existían en el Santiago de los años 30, 50 y 80, y que nutría a la clase alta capitalina. Emplazada entonces en la Quinta Normal, la fábrica tuvo que cerrar a mediados de los 80, porque en los 50 la industria de vidrio había creado moldes que imprimían diseños y bajorrelieves automáticamente sobre los vasos y porque estaban llegando productos importados a menor precio, que competían fuertemente con los de Cristales Yungay.

Víctor estuvo tres años en esa empresa y aprendió con destreza el oficio. A su casa, en Cerrillos, no paran de llegar vecinos a pedirle que transforme botellas de pisco en elegantes floreros. Y lo que hace Valladares es cortar el tercio superior de la botella, dejando sólo la base gruesa esculpida con flores y pájaros.

Los anticuarios de Av. Providencia con Bucarest son otros que golpean su puerta: entre otras cosas, le piden que restaure antiguos jarrones de cristal avaluados en 500.000 pesos.

Tiene otras clientes particulares, señoras de Las Condes y Providencia, expertas en comprar copas de vidrio liso, sencillo y barato en supermercados para que él se encargue de convertirlas en juegos de fina cristalería. Aunque nada sea de cristal. Todos los diseños los crea en el momento, nunca ha usado plantillas ni ha cobrado más de $ 1.500 por vaso.

A los 14 años se inició en la extinta Cristales Yungay. Ahí trabajaban cientos de artesanos que aprendieron a cortar y esculpir el vidrio con técnicas traídas por maestros checoslovacos e ingleses. "Cuando yo entré, los talladores estaban catalogados como artistas. Es un arte esto", recalca.

La fábrica estaba en la misma comuna donde se crió. "Entré a trabajar porque éramos muy pobres. Mi mamá quedó viuda a los 33 años y yo era el menor de ocho hermanos", cuenta.

Valladares comenzó en el horno de temple, donde se enfriaban los cristales. Ganaba $ 6 al día. "Alcanzaba para comprar 15 panes", recuerda. Después de unos meses, pidió que lo trasladaran al taller de tallado y fue entonces que empezó a aprender este arte de los otros maestros. Luego de salir de la empresa, se empleó en un taller de San Diego, para después convertirse en jefe de los talladores en la Vidriería Pedro Schiavi, de Concepción.

Sólo en 1998 volvió a la capital, donde siguió trabajando con su propio taller independiente. Pese al encanto que siente por el oficio, no quiso que sus hijos y nietos se dedicaran a lo mismo. "No hay un buen futuro laboral ahí. El torno que yo uso tiene 50 años y ya no se fabrica. Los esmeriles para vidrio antes se vendían en cualquier ferretería y ya no existen. Somos contados con una mano los que todavía sabemos tallar cristal".

Pese a ello, sus manos siguen dedicadas a lo mismo y con éxito. A través de Cristalería Cristal Art (empresa de soplados de vidrio), el Ejército y la Armada le encargan que talle las piezas que han sido usadas en eventos protocolares.

Uno de los últimos pedidos fue el tallado de dibujos para las lágrimas de la lámpara del Teatro Municipal. "Ahora existen tornos automáticos que hacen los dibujos por computador, perfectos, idénticos. Pero lo que hago yo no es nunca perfecto. Cada copa es distinta, y ahí se nota lo manual", afirma.

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