El hombre que viste a Evo
<P>Hace cinco años que Manuel Sillerico confecciona los trajes para el presidente boliviano. Tal como lo ha hecho en las últimas cuatro décadas con casi todos los gobernantes del país. En el caso de Evo Morales, mezcla telas finas y diseños indígenas. En su taller en La Paz ya le ha confeccionado más de 30 trajes, el último de los cuales lucirá el 6 de agosto, día nacional. Es la mano detrás del "Evo fashion".</P>
Manuel Sillerico acaba de guardar en un ropero de su sastrería dos nuevos sacos para el Presidente Evo Morales. Está acostumbrado a custodiar la ropa de los hombres más poderosos de Bolivia: los que gobiernan. Y éstos, en un territorio tan convulso, han sido muchos. En más de cuatro décadas como creador, ha visto desfilar por la pasarela del poder a casi 30 gobiernos de diferentes siglas y colores.
Sillerico ha gozado del dudoso honor de ver en paños menores a la mayoría de los presidentes de su país: a los de izquierda y a los de derecha, a los populistas y a los dictadores, a los gordos y a los espigados, a los brutos y a los letrados. Por eso sabe que cuando un mandatario está desnudo se preocupa por la ropa más que por la ideología.
Recuerda que el ex Presidente Gonzalo Sánchez de Lozada escapó del país a fines de 2003 vistiendo un traje con el membrete de su sastrería. El dictador Hugo Banzer fue enterrado en 2001 con otro de sus diseños. Mientras que el Presidente René Barrientos, que murió en 1969, lo llamó para pedirle un atuendo después de que Sillerico lo criticara con dureza en un periódico. Había dicho que el mandatario vestía "sólo ropa de batalla hecha en serie en los Estados Unidos".
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Sillerico vive en una casa-taller-tienda de tres pisos, en pleno centro de La Paz. Allí, en el tejado, una gigantografía muestra a Evo Morales caminando al lado del ex Presidente argentino Néstor Kirchner. "El primero usa un saco mío con apliques de aguayo que representan lo indígena, lo andino", explica.
El aguayo es un material ancestral, cuadriculado y multicolor, típico en muchas mantas del Altiplano. Hasta hace poco, algunos turistas se llevaban tejidos de este tipo para usarlos como tapices o alfombras en sus países. Pero desde que Morales se convirtió en presidente, esa tela inusual se ha hecho notar de manera distinta. El «Evo fashion» se ha lucido al lado de los reyes de España, en Madrid. En el púlpito de la moderna sede de la Organización de las Naciones Unidas. E incluso junto al controvertido Presidente iraní, Mahmud Ahmadinejad. Y seguramente seguirá dando que hablar. Gracias, sobre todo, a los nuevos diseños de Sillerico.
Los dos sacos que acaba de terminar de confeccionar estarán en unos días más en el guardarropa del presidente. Para ello, como es habitual, el sastre en persona deberá llevarlos hasta el Palacio de Gobierno. Pero ambas prendas descansan todavía en su ropero, en la tienda donde se exhiben alrededor de 300 trajes al público.
Junto a ese ropero ilustre, el sastre sólo se permite tener dos catres, un espejo, un televisor, un archivador metálico y varios paños. Semejante austeridad parece responder cualquier pregunta sobre su estado financiero. Estar cerca del poder no lo ha convertido en millonario.
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Sillerico es un hombre de poco más de metro y medio. Presume a veces de su melena canosa, y es tan menudo que no podría llenar ninguno de los trajes que ha puesto a la venta. Es la tarde de un lunes y viste una camisa azul cielo; un pantalón de algodón marrón oscuro; chaleco de lana y zapatos bien lustrados. Una cinta amarilla para medir cuelga de su cuello, donde se balancea mientras él maneja una tijera más grande que sus antebrazos. Corta un patrón para un cliente de talla 60, un hombre atlético. "Evo, en cambio, es 56 y tiene su jorobita", comenta.
Sillerico, que primero fue aprendiz de carpintero y zapatero, dice que se enamoró de su actual oficio gracias a los maestros europeos que llegaron a América Latina después de la Segunda Guerra Mundial. La mayor parte, italianos. La discreción, una cualidad inherente a su carácter, es lo que más aprecian sus clientes. Jamás revelaría lo que conversa con los presidentes mientras se dejan medir de pies a cabeza. "Yo tengo el deber de comportarme como un cura durante una confesión", aclara.
Sillerico asegura no creer en nada. Y posiblemente sea cierto. Sólo un afiche del Che Guevara, como si se tratara de una prenda antigua, cuelga en el dormitorio-cocina-taller que le sirve de refugio.
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En ese espacio tan personal hay más cinta adhesiva que alfileres. El sastre la emplea para sujetar notas de distintos tamaños que se descuelgan del armario, de las paredes, del teléfono... Entre todas, arman un mosaico compuesto por los números de celular de sus amigos, recordatorios, invitaciones, las medidas exactas del cuerpo de sus clientes, las cartas de sus hijos. "Los papelitos son como mi agenda -comenta mientras le da un sorbo pequeño a un vaso de Coca-Cola-. Sin ellos estaría perdido".
Su casa-tienda-taller de tres pisos, en la calle Federico Zuazo, es sobria por fuera y un poco sin gracia. Se levanta en medio de un enjambre de cables eléctricos y está rodeada por el sonido estridente de las bocinas de los autos y por el ruido de los pasos de hombres de negocios, estudiantes y desempleados sobre la acera. No es quizá la carta de presentación más adecuada para alguien que lleva años dedicado a trabajar para los primeros mandatarios de Bolivia. Pero a Sillerico le funciona. El viste gente, no edificios.
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Uno de los sacos que Sillerico ha diseñado recientemente para el presidente está hecho de cuero y lleva una cremallera al medio. Es un tanto informal. El otro es más ceremonioso: una mezcla de cachemir europeo con tejido andino. Un producto de alta costura que sería todo un éxito en cualquier escaparate de Nueva York.
Lo que los periodistas bolivianos llaman ahora el "Evo fashion" comenzó de manera espontánea durante una gira internacional antes de que Morales asumiera la presidencia. En ese viaje, vestía un suéter a rayas como los que solía utilizar cuando era un dirigente cocalero. Y con el tiempo, ese look un tanto informal se ha sofisticado en buena parte gracias a la intervención de Sillerico.
Hace tiempo, en su columna dominical del diario El País, el escritor peruano Mario Vargas Llosa escribió que la apariencia de Evo Morales "parecía programada por un genial asesor de imagen para elevar el entusiasmo de la izquierda boba a extremos orgásmicos". Y poco después, el ya fallecido escritor José Saramago calificó las críticas de Vargas Llosa como una muestra de "la soberbia estúpida de los pueblos civilizados".
Como toda novedad, el estilo adoptado por Morales causaba al principio simpatías y antipatías. Ahora, en cambio, se ha vuelto habitual en cada cita presidencial donde se presenta.
Sillerico estima que durante los más de cinco años de gobierno de Evo le ha debido confeccionar unos 30 sacos. Pero no quiere confesar lo que cuesta cada uno. Lo evade. "A un jefe de Estado no se le cobra -dice-. Siempre me han dado nomás la voluntad".
El defiende la mística del oficio. "Yo no hago esto para enriquecerme. Nunca he pedido un favor a ninguno de los mandatarios, ni siquiera trabajo para mis hijos. Mi conciencia está limpia. Y mi único objetivo sigue siendo la búsqueda del terno perfecto". Para él, algo así como la piedra filosofal.
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Para conseguir sus materiales, el sastre suele recorrer rincones salpicados de adivinos y campesinos que leen la hoja de coca, como la embrujada calle Linares de La Paz o la calle Sagárnaga. En ellas todavía es posible hallar aguayos con decenas de años de antigüedad, los preferidos por Sillerico.
Salimos ya hace un rato de su sastrería y él camina ahora por ese sector de la ciudad a pasos cortos y rápidos. Hasta que en el número 810 de la calle Linares, sus ojos saltan. En anteriores ocasiones ha comprado aquí tejidos para el Presidente Morales y acaba de ver unos cuantos que, cuando menos, le resultan presentables. Pero la encargada del establecimiento, Yomar Ferino, le recuerda que esos aguayos son de colección, que no están a la venta.
-Es una pena -reclama él-, porque son de los que tienen ajayu (espíritu), de los que conservan la fuerza.
-Son como textos -replica la vendedora-. Cada uno cuenta una historia distinta. Cortarlos sería un sacrilegio.
-Claro, pero hay que tener también en cuenta que los utilizaría Evo Morales -dice Sillerico, y se queda esperando nuevamente una respuesta. Pero nada. La negativa se repite.
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Sillerico sabe que cuando debe hacer una entrega en Palacio de Gobierno tiene que armarse de paciencia. A Evo Morales no puede tomarle medidas en condiciones normales desde hace bastante tiempo.
Cuando lo llaman, a través de la secretaría de la oficina presidencial, Sillerico agarra un recatado maletín azul oscuro, mete los trabajos ya acabados envueltos en plástico y sale como una bala. "Da igual que sea a las 12 de la noche o las cinco de la mañana", comenta el sastre. Más de una vez así ha ocurrido. A veces, Morales convoca ruedas de prensa en la madrugada, reúne a su Consejo de Ministros en Semana Santa o Año Nuevo, o soporta jornadas de más de 15 horas. Y Sillerico no tiene más remedio que acomodarse en los renglones vacíos de tan apretada agenda.
Entre sus clientes afines al actual partido de gobierno, Sillerico nombra al Vicepresidente Alvaro García Linera (que viste cortes occidentales) y al canciller David Choquehuanca, quien luce un "estilo Evo" con aguayos menos vistosos.
Pero confiesa que también ha tenido numerosos seguidores entre los rivales del presidente indígena. A Gonzalo Sánchez de Lozada le hizo una infinidad de trajes en sus dos mandatos. "Era muy exigente -recuerda- y conocía todos los pormenores del oficio. Por ejemplo, cómo tenían que ser los hombros o las solapas. Solíamos terminar haciendo los ternos entre los dos". Con Jaime Paz Zamora conversaba mucho sobre arte. De Tuto Quiroga destaca su buen vestir. "El puso de moda las camisas con el cuello rectito", se ríe.
Otro de los clientes de Sillerico con una ideología totalmente distinta a la del actual gobierno fue el dictador Hugo Banzer Suárez. Pese a la aparente consideración que Banzer le tenía al sastre, éste nunca se convirtió en su seguidor. Y es que hasta un oficio tan discreto como el suyo puede ser caldo de cultivo de intrigas palaciegas. "Mientras preparaba las indumentarias para Banzer, regalaba trajes a escondidas a periodistas amigos míos perseguidos por la dictadura. Era para que se los llevaran al exilio", rememora.
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Cuesta comprender que un hombre que ha hecho sacos incluso para el ex Presidente brasileño Lula da Silva se mueva en taxi o caminando -y no en su propio auto-, vista informalmente cuando sale a pasear o a hacer algún mandado y no tenga la ostentación como principio.
Pero Sillerico no es George de París, el sastre que ha diseñado los atuendos de los últimos ocho inquilinos de la Casa Blanca, cuyos trajes están valorados en más de 3.000 dólares. Sillerico es un tipo que comenzó de abajo -sus padres eran migrantes del campo-, que no cursó más que tres años de colegio y que trabajó en un taller de vehículos antes de montar su primera sastrería frente la Plaza Venezuela, en un local de dos por dos, donde apenas entraban una plancha, una mesita y una máquina de coser.
"Empecé nomás con aguja e hilo -dice-. Las cosas para mí se hacen así, por quijotismo, no por lucro".
Con un vistazo rápido a su ropero, donde lo más caro son quizás los sacos que tiene que entregar a Evo Morales, uno enseguida se da cuenta de su voto de pobreza. Además, hace años que no toma vacaciones -sus viajes a Europa y Estados Unidos son para comprar telas, no por placer- y su televisor, a escasos metros de su cama, parece haber vivido mil y una batallas. Pero ese viejo aparato y la música que interpreta para relajarse son para él más que suficiente.
Antes de comenzar a bucear entre sacos, telas y moldes, no es extraño escucharle tocar la guitarra o la concertina. Y lo que su diminuto cuerpo no es capaz de llenar dentro de un traje, lo llena con su música cuando interpreta temas del folclore boliviano.
Tiempo tiene bastante para darse semejantes gustos. Y es que, a pesar de seguir casado, vive solo desde hace cuatro años. "Ya eduqué a mis hijos y cumplí con todas mis obligaciones como marido. Ahora me toca disfrutar de una vida de bohemio, sin ataduras, desordenada", explica.
El sastre comparte su libertad con una paloma marrón y blanca. Todas las tardes enseña a aprendices jóvenes sus trucos de maestro experimentado y confiesa, sin pudor, que quisiera morir dedicado nada más que a cuidar plantas.
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