El huracán que no fue

<P>El domingo 28, cuando la tormenta ya había pasado por una Nueva York que se había preparado para el huracán más grande que la golpearía desde 1821, recorrí las calles de la ciudad. Uno de los supermercados que había sido presa de la sicosis de madres sobre station wagons, mostraba una enorme poza de agua. Era parte del apocalipsis que no fue y que tuvo entre sus guionistas al alcalde Michael Bloomberg.</P>




Entre la noche del sábado 27 y la madrugada del domingo 28, por horas y horas, los residentes de Nueva York encerrados puertas adentro alternamos la mirada entre los televisores y la ventana, mientras los canales locales (y también los periódicos) esperaban que la gran historia, la catástrofe con ribetes hollywoodenses, se produjera en vivo.

En la pantalla de mi televisor vi el siguiente diálogo:

-Si el agua sigue subiendo, me va a llegar al tobillo -decía una reportera, mientras se empapaba en una zona de Manhattan donde el mar se asomaba sobre el pavimento, sin ningún peligro serio.

- ¡No te arriesgues! -le respondía el presentador del noticiario- Mejor regresa al estudio.

El huracán Irene nos tuvo por 48 horas escuchando riesgos en potencia, versiones dramáticas de lo que aún no había ocurrido. Días después, sin embargo, Juan Manuel Benítez, el reportero español del canal de cable de 24 horas NY1 Noticias, que rompió sus cifras históricas de audiencia por Irene, dijo: "No creo que hiciéramos una cobertura exagerada del huracán (…). Simplemente, trabajamos con la información que teníamos a mano: los pronósticos meteorológicos y las conferencias de prensa que el alcalde hacía cada tres horas".

La sicosis comenzó a arrasar la ciudad el viernes 26. En el supermercado Trader Joe's de Brooklyn, la fila daba la vuelta a la esquina, mientras sus integrantes se acusaban mutuamente de intentar colarse para conseguir un par de latas de porotos. A pocos kilómetros de ahí, en otro supermercado, las repisas habían sido vaciadas esa misma mañana por una peligrosa turba de madres conductoras de station wagons.

Cien dólares en billetes pequeños. Linterna y pilas de repuesto para varios días. Más de tres litros de agua por día, por persona. Radio a pilas. Comida enlatada. Botiquín. Bolsa a prueba de agua con tus documentos de identidad. Esas eran, más o menos, las cosas que los neoyorquinos intentaban juntar ese viernes, impulsados por el gobierno de la ciudad que colgó la lista junto al instructivo de cómo actuar, en su página web en inglés, español, chino, coreano, creole, ruso, urdú...

¿Por qué tanta locura?

Parte de la respuesta se remonta a ocho meses atrás. Entre el 26 y 27 de diciembre, cayó sobre Nueva York medio metro de nieve, una de las mayores tormentas invernales de la historia, dejando a su alcalde Michael Bloomberg en ridículo. Ahora que el huracán Irene amenazaba con pasearse por Broadway -cosa que no había ocurrido desde 1821-, no había espacio para el error. El viernes 26 por la mañana decretó la evacuación de la llamada "Zona A", obligando a salir a más de 370.000 personas. Como si eso fuera poco, decretó una inédita paralización del sistema de transporte público.

"Esta es la mejor ciudad del mundo y vamos a hacerle frente a esta tormenta", dijo Bloomberg, sin que se le moviera un músculo. "Se trata de un asunto de vida o muerte", agregó, mientras los banqueros de Wall Street que viven en Battery Park City tomaban taxis para instalarse en hoteles de otras zonas de Manhattan y las familias de clase media o trabajadora de Brooklyn y Queens buscaban asilo con familiares o, simplemente, desafiaban a la autoridad quedándose en sus casas.

Los pronósticos no erraron la trayectoria, sino la intensidad de Irene, que llegó a Nueva York convertido en apenas una tormenta tropical. A pesar de inundaciones, caídas de árboles y cortes de luz en ciertos barrios, el mayor daño del fenómeno (al que se atribuyen 40 muertes en una docena de estados y unos US$ 7.000 millones en daños) se produjo lejos de la metrópolis.

Al mediodía del domingo recorrí la ciudad. El viento seguía soplando fuerte, pero el impacto de Irene no era distinto al de las tormentas que azotan a Nueva York cualquier verano o invierno.

Red Hook, un viejo barrio portuario de Brooklyn, poblado en los últimos años por artistas y familias jóvenes, mostraba sobre las planchas de madera con que muchas tiendas habían protegido sus ventanales, irónicos grafitis: "Ven Irene y dámelo todo", o la receta para un trago con nombre de tormenta. Parecía la resaca de una fiesta que nunca se celebró.

Unas cuadras más allá, junto al supermercado donde 48 horas antes las mujeres se habían peleado por la comida, el mayor estrago era una enorme poza de agua creada a lo largo y ancho de una intersección adoquinada.

Caminando bajo el sol de Manhattan, vi que una foto de la intersección de Red Hook -tomada desde el ángulo perfecto para que impactara, para que pareciera que la profecía se había cumplido- llenaba la portada de uno de los principales diarios de la ciudad. La moraleja era más bien clara: el alcalde había salvado su honra, protegiendo a la ciudad. Pero para los medios de comunicación, el camino de regreso desde la histeria era más bien largo.

Entre las muchas cosas que el huracán no se llevó está un personaje: Miguel Blumbito, una cuenta en Twitter creada por una joven puertorriqueña que parodia el español que se le escuchó al alcalde Bloomberg en cada una de sus conferencias. "Sustainador property damagos para el Irene? Relief dinero y helpayudo de disaster es availablando. El surfo el internete a nyc.gov por info", es uno de sus mensajes post tormenta. A cinco días de creada, la cuenta tenía 18.889 seguidores riéndose de buena gana.S

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