El lado positivo de ser acaballado o morir pollo

<P>Los chilenos somos expertos en usar expresiones que incluyen animales. Y si bien esto refleja nuestra forma oblicua de abordar temas peliagudos, también es síntoma de salud social.</P>




PARECIA que había pronunciado una blasfemia. Me encontraba junto a un grupo de amigos gringos y, para explicar mejor la desubicada actitud de una persona, recurrí a la tan chilena expresión "chancho en misa".

Pasada la impresión inicial y tras explicar la tendencia criolla a usar todo tipo de animales como apodos ("gallo", "pato", "gansa", "pavo", "gato de chalé"), caí en la cuenta de que los chilenos somos maestros en el arte de recurrir a la naturaleza cuando queremos dar a conocer nuestra opinión. Especialmente si lo que vamos a decir resulta conflictivo.

Es cierto que otras culturas también lo hacen. Sin embargo, la amplitud de nuestro animalismo es notable. La zoonimia (nombrar con animales) y las fábulas enriquecen a diario la expresividad de la comunicación nacional. Un fenómeno que está vinculado a nuestra raigambre campesina y que puede enseñarnos mucho sobre nuestra idiosincrasia, según explica la sicóloga social de la U. del Desarrollo, Adriana Palacios.

¿Indirectos, pícaros o simplemente cobardes? "Vamos arando dijo la mosca" y veamos qué nos dicen la biología y las ciencias políticas sobre nuestro bestiario chilensis.

Explicación biológica

La fascinación del hombre por los animales se puede rastrear en nuestros orígenes como vertebrados. Una investigación del Instituto Tecnológico de California y la Universidad de California, Los Angeles, descubrió que las partes primitivas de nuestro sistema nervioso responden más intensamente a las imágenes de animales que a cualquier otra cosa. El estudio, dirigido por Florian Mormann, estaba originalmente diseñado para monitorear la actividad cerebral de 41 pacientes epilépticos a quienes se les mostraron fotos de gente, animales, marcas y objetos.

Para sorpresa de los investigadores, las neuronas del sector derecho de la amígdala (una de las estructuras más antiguas del cerebro ligada a las emociones) se encendían más si se les mostraban gatos o serpientes que edificios o incluso personas. No importaba si las criaturas eran peligrosas como una culebra cascabel o inofensivas como un cordero. ¿Qué significa esto? Pues que en el inicio de nuestra evolución como vertebrados, una parte de nuestro cerebro se especializó en los estímulos inesperados y biológicamente relevantes de nuestro medioambiente.

Pasaron los años -miles de miles de años- y los animales siguieron ocupando un lugar privilegiado en nuestro mapa cerebral. Intuitivamente, los políticos y oradores de la antigua Atenas usaron fábulas para llamar la atención de sus audiencias. Además de captar el interés debido a nuestra disposición evolucionaria, se trataba de una forma indirecta y no demasiado comprometida de presentar los conflictos.

Usted podrá decir que en la era de Pericles había un contacto bastante directo con los animales, tanto domésticos como salvajes. Pero ¿y en Chile?

El lobo y el cordero

Resulta que nuestro pasado campesino está todavía a la vuelta de la esquina y algunas figuras como el chancho, el gallo y la vaca permanecen en nuestro imaginario colectivo "construyendo el lenguaje como sociedad", explica Adriana Palacios.

Edward Clayton, profesor de Ciencia Política de la Universidad Central de Michigan, cree que esta tendencia a "animalear" puede ser un signo de sanidad mental de la sociedad chilena. En su ensayo titulado Esopo, Aristóteles y los animales: el rol de las fábulas en la vida humana, anota que las comparaciones entre ciudadanos y otras criaturas son propias de civilizaciones democráticas como la antigua Atenas.

Además de llamar la atención de la audiencia gracias a las poderosas imágenes que generan los animales en nuestro cerebro, los oradores se referían a cuestiones cruciales como las estrategias de supervivencia de los más débiles (El lobo y el cordero) y la importancia de conocer la naturaleza propia y ajena (El escorpión y la rana).

En Chile tenemos nuestra propia tradición. No hace muchas décadas, Sergio Onofre Jarpa, un político de pura tradición agraria, advirtió a un ministro del Presidente Allende de manera poco elegante, pero efectiva: "No se meta, que esta es pelea de perros grandes y no de quiltros". Pasaron los años y ese momento de la política nacional permanece en nuestra memoria colectiva gracias principalmente a la metáfora perruna.

Pues bien, además de llamar la atención y hacernos reflexionar, el uso de fábulas permite a las personas más débiles, decir verdades de una forma menos comprometida y, por lo tanto, menos riesgosa. Recuerde usted la canción Los pollitos dicen…

"Es un ejercicio sano porque ayuda a las sociedades a mantenerse en contacto con su naturaleza. Es peligroso, en cambio, cuando algunas civilizaciones comienzan a compararse con dioses o máquinas", explica Clayton.

De acuerdo al académico de Michigan, es más inofensivo decir que un líder "es caballo" en lugar de que "es un dios", porque de esta última forma se estaría desnaturalizando la condición humana. Y de ahí a la barbarie hay un paso muy corto, como ocurrió, por ejemplo, con la sociedad alemana durante el Nazismo.

Por eso, la próxima vez que acuse a alguien de "irse al chancho" o de ser "más pesado que consomé de ballena", no sienta que está cometiendo una salvajada. Al revés, está apelando a lo más profundo de nuestro ser que nos recuerda que, después de todo, somos criaturas de carne y hueso con el privilegio de usar, de vez en cuando, la razón.

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