El largo viaje del doctor Oyarzún
<P>Dos muertes provocadas por una negligencia médica pusieron al director del Hospital San José de Melipilla frente a la crisis profesional más grave de su carrera. Apenas tres días después, cuando lo peor parecía haber quedado atrás, un accidente aéreo terminó costándole la vida en su primer vuelo. Pero detrás del abrupto final del doctor Iván Oyarzún se esconde una vida atípica, en la que fue mormón, masón, espadachín y tallador, persiguiendo siempre nuevas lecciones.</P>
Mario Barra se bajó del Cessna 150, matrícula CC-KMF, después de una hora de vuelo. No notó nada raro y escribió "sin observaciones" en el informe. El siguiente turno le correspondía a su amigo, el presidente del Club Aéreo de Melipilla, Luis Fritis (63). Estaban felices. El jueves habían hecho un asado para festejar al hijo homónimo de Barra, que había superado con honores su examen de piloto civil. Ese día terminaron tan entusiasmados que decidieron adquirir una nueva avioneta, que sería la novena de la flota.
Junto a Fritis subiría Iván Oyarzún Pino (52), el director del Hospital San José de Melipilla. Sería su primer vuelo, de "familiarización", según la jerga de los aficionados, después de tres meses de preparación teórica viendo data shows en la sala de clases. Sus puntajes en las pruebas habían sido excepcionales, pero durante esos meses sus compañeros se habían dado cuenta de que el doctor era de carácter reservado. No decía groserías, no fumaba y ni siquiera había tomado una cerveza en el asado de bienvenida a los nuevos alumnos.
Todos sabían que había tenido una semana difícil, pero Oyarzún se veía más callado de lo habitual. Uno de sus compañeros se animó a preguntarle si la situación del hospital lo había afectado mucho. Después de todo, dos personas habían muerto en el recinto que administraba por una negligencia médica.
-Sí, pero... Ahora a relajarnos -replicó.
Fritis cumplió con su ritual: se fumó un cigarrillo, chequeó el Cessna y finalmente invitó a Oyarzún a subir. Alrededor de las 17 horas, la avioneta recorrió la pista de 700 metros y se encumbró en las nubes. Los tres hijos de Oyarzún, Iñaki (14), Aitor (12) e Imanol (11) detuvieron la improvisada pichanga que disputaban alrededor de la pista para ver el despegue.
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En la entrada a la ciudad hay dos letreros gigantes que destacan. Uno es el del Club Aéreo de Melipilla, ubicado a la salida del peaje de la Autopista del Sol; el otro está en la calle Vicuña Mackenna y publicita el nuevo hospital, un proyecto que lleva décadas rondando, pero que sólo en los últimos años ha dado pasos concretos.
El actual Hospital San José de Melipilla está en la calle O'Higgins. Su bandera está a media asta. Dos días atrás, su director fue encontrado muerto en el sector de Cholqui, junto con los restos calcinados del instructor Luis Fritis y los escombros del Cessna. A la entrada del edificio de administración hay una foto de Iván Oyarzún en un pilar y una mesa con dos libros de condolencias con muchas páginas aún por llenar.
El Dr. Jaime Mendoza camina por esos pasillos y recuerda que le había dicho a su amigo que no tomara lecciones de vuelo, pero éste ignoró el consejo. Mendoza trabaja aquí desde 1989 y fue uno de los más cercanos colaboradores que dejó Oyarzún en la institución. "Hicimos turnos juntos desde 1996. Teníamos personalidades muy diferentes, pero inquietudes intelectuales muy similares", dice.
Su primera conversación fue sobre artes marciales, una de las tantas materias que apasionaban a Oyarzún. Este le planteó su interés por el kendo, la esgrima tradicional japonesa con espada de madera. Pocos meses después, ambos fundarían la rama melipillana de la especialidad, una de las pioneras del país. Oyarzún se mantendría activo hasta hace algunos meses, cuando relegó el entrenamiento en pos de sus clases de aeronáutica.
"Creo que Iván rigió su vida en base al bushido, que se traduce como 'el camino del guerrero'. Es un código de honor", explica Mendoza, quien también introdujo a su amigo a la masonería.
Aquellas creencias no fueron las primeras que Oyarzún abrazó durante su vida. Durante los 60, cuando era un niño, en Cerro Navia, aprendió de su padre, Iván Oyarzún Pérez, que lo mejor que podía hacer para ejercitar el cerebro era leer. Así se hizo fanático de la ciencia ficción y de todo lo que tuviera que ver con el espacio. "Desde entonces soñaba con volar. Cuando era adolescente estaba flaco y se le marcaban los omóplatos. El decía que eran alas de gárgola que le estaban creciendo", recuerda Katia Oyarzún (53), la mayor de sus tres hermanos.
El apetito por nuevos conocimientos hizo que Oyarzún se destacara en el Liceo Juan Antonio Ríos, de Quinta Normal, y que pudiera ingresar a estudiar Medicina a la Universidad de Chile. Justo en ese verano, en 1980, dos muchachos rubios llegaron a golpear la puerta de su casa. Eran misioneros mormones. La primera en acoger su mensaje y en convertirse fue Katia. Luego siguieron Iván e Ivonne, y algunos años después, su madre, María Ester Pino. Con el tiempo seguiría Francisco, el hermano menor, nacido en 1980, y finalmente su padre. Las reglas de esta iglesia marcarían la vida de Oyarzún, quien se cortó el pelo y afeitó la barba.
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Guido Girardi no entendía cómo lo hacía. Durante las horas de clase, Iván Oyarzún se divertía tallando diferentes figuras sobre fósforos y lápices a mina. Era una costumbre que tenía desde el colegio. Para esto se valía sólo de una pequeña hoja de bisturí. Usualmente trazaba gárgolas. Varias de ellas terminaron en manos de Girardi como regalo.
Por esa época, a principios de los años 80, el actual senador PPD estudiaba Medicina en la U. de Chile y lideraba el movimiento estudiantil Pehuén. Oyarzún participaba silenciosamente en el comité de cultura, consiguiendo películas y acarreando el retroproyector de un lado a otro. "Era un tipo muy quitado de bulla. Tenía su opinión política, pero evitaba entrar en conflicto. Como era de Cerro Navia y mi padre era médico allá, desarrollamos una buena relación", dice Girardi.
Tras salir de la universidad en 1986, ambos se perdieron la pista. Durante los dos años siguientes, Oyarzún se fue a Osorno a cumplir con su deber de misionero mormón.
La opción de Melipilla surgió en 1992, luego de pasar por varias postas del surponiente de la Región Metropolitana. Con lo ahorrado se compró una casa en la Ciudad Satélite de Maipú y comenzó a viajar todos los días. Allí se inició como médico general, para luego derivar en cirujano, luego de sacar su especialidad en 1998. A partir de entonces se ganó el particular apodo de "Dios" en el recinto, por su estricta disciplina religiosa y su destreza en la sala de operaciones.
A fines de los 90 y ya como diputado, Girardi se lo volvió a encontrar en una visita al Hospital San José de Melipilla. No había cambiado: "Iván era como un cura, como un pastor. Era un tipo muy conciliador y hasta a veces un poco ingenuo".
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Los problemas para Oyarzún llegaron de la mano con su ascenso en el hospital. En 2010 se cansó de viajar todos los días y se mudó con su familia definitivamente a Melipilla. "Muchas veces se quedaba dormido al volante. Tenía miedo de sufrir un accidente automovilístico", dice Mendoza. Oyarzún se ocupó de cada rincón de la casa, eligió las plantas para el jardín y hasta talló sus propios muebles.
Ese mismo año, el Ministerio de Salud, encabezado por Jaime Mañalich, escogió por Alta Dirección Pública al Dr. Mario Carmona como nuevo director del hospital. La gestión de Carmona recibió diversas acusaciones, desde malos manejos económicos hasta acoso sexual. En enero de 2013, la vacunación errónea de ocho lactantes con un medicamento contra el cáncer de vejiga en vez de la BCG -contra la tuberculosis- le costó el puesto. Por entonces, Oyarzún era subdirector médico y tuvo que hacer frente a la crisis mientras Carmona estaba de vacaciones en Brasil. Todo derivó en un sumario que lo amonestó por haber autorizado la compra de las vacunas contra el cáncer. Estas no figuraban en el inventario, pero Oyarzún había querido evitarle el viaje a Santiago a un par de pacientes.
Luego de la corta dirección de Marcelo Gaete, destituido luego de un mes por procesos judiciales pendientes, Oyarzún postuló al cargo y se lo adjudicó. "Asumió en un momento de crisis, en el que no había forma de hacer gestión. Entró en un contexto difícil", opina el alcalde de Melipilla, Mario Gebauer.
La labor de Oyarzún como director titular comenzó el 12 de agosto de 2013 y se encontró en pocos meses con la oposición del Capítulo Médico de Melipilla -una organización gremial- y de los presidentes comunales de la Nueva Mayoría.
"En una última reunión se sugirió al Dr. Jaime Mendoza que lo que correspondía era que él y el Dr. Oyarzún debían dar un paso al costado, porque su colaboración con el gobierno de la Alianza no sólo había sido técnica, sino política", se lee en una carta del Capítulo Médico de marzo de este año, que luego encontró el apoyo de los partidos de la NM. De acuerdo a Mendoza, Oyarzún "fue cuestionado porque asumió en el tiempo de Piñera, pero entendió que en la Nueva Mayoría a nivel local había mucha hambre y funcionaba el cuoteo político". Para descomprimir el ambiente, Mendoza acordó con Oyarzún renunciar a su cargo administrativo y mantener sus 22 horas clínicas.
La verdadera crisis ocurrió la semana pasada, luego de la muerte de dos adultos mayores, Rosa Céspedes (81) y Luis González (82). Ambos recibieron equivocadamente inyecciones de 1 cc de insulina en vez de 1 cc de heparina por parte de una enfermera en campaña de invierno y de otra practicante. La interna encargada de preparar las ampollas negó toda responsabilidad, tanto en el sumario administrativo como en la investigación de la fiscalía. Otras nueve personas fueron internadas a causa de la negligencia. En respuesta, el diputado UDI Juan Antonio Coloma pidió la renuncia inmediata del director, por haber ocultado la causa de los decesos, pero el Servicio de Salud Occidente lo respaldó, pese a que él estaba dispuesto a dimitir.
Durante esos primeros días se vio abatido, según dicen en el hospital. Tuvo que lidiar con los familiares de las víctimas y con la prensa. De hecho, el viernes por la noche faltó a su habitual reunión con la logia masónica en Santiago.
La gobernadora de Melipilla, Cristina Soto, trabajó con Oyarzún en los últimos meses y terminó trabando amistad con él. "Aquí es difícil trabajar con tan pocos especialistas. Necesitamos el hospital nuevo, que esperamos lleve el nombre del Dr. Oyarzún", cuenta la autoridad local, quien fue justamente una de las últimas personas en hablar con él el viernes, después de la delicada semana. Oyarzún le dijo: "¿Sabías que los vascos son amigos para toda la vida? Yo soy vasco".
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Un avión cruza el cielo de Melipilla en medio del entierro. Muchos no lo pueden creer. Mario Barra, director del Club Aéreo, explicará más tarde que fue una avioneta de afuera y que el tránsito es libre en Chile. Unos minutos después, cerca de 300 personas despiden los restos de Oyarzún con ritos masones y mormones. Sus colegas recuerdan que el martes 12 hubiera cumplido un año como director y su hermana Katia piensa en una reunión que tenían programada para el domingo 10 en su casa, para apoyarlo después de una semana difícil.
El ataúd es enterrado en el sitio 205-1941, poniendo fin a una aventura de 52 años. "Fue una vida corta, pero bien vivida, porque hizo y aprendió muchas cosas", se tranquiliza su hermana mayor.
Al otro lado de la carretera, saliendo del peaje, se ve la pista del Club Aéreo de Melipilla. Oyarzún ahora descansa a unos 300 metros de donde emprendió su último viaje.
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