El listillo insoportable
<P>A sus 44 años, Alain de Botton ha publicado 14 libros y ha vendido seis millones de copias. Escribe sobre experiencias de la vida actual como el estatus, el amor, el trabajo, el sexo o la religión, y trata de mostrar la importancia que tienen las humanidades y la filosofía para la vida cotidiana. Juan Manuel Vial describe las gracias y desgracias de este autor suizo. </P>
Alain de Botton es un chico listo, no hay dudas. Ha leído más que el resto y por lo mismo puede presumir de un saber extenso y profundo. Luce una calvicie desde muy joven, tiene 44 años, se graduó en Historia en Cambridge, Filosofía en el King's College de Londres y cita bien lo que no es poco (esto último). Y al momento de difundir el conocimiento que ha digerido, se demuestra sólido, a ratos original y casi siempre erudito. Alain de Botton, con sus 14 libros, ha vendido más de seis millones de ejemplares, varios de los cuales ha convertido además en documentales, por lo que en la actualidad también goza de popularidad televisiva.
Sin embargo, en el último tiempo, lo suyo podría definirse como una especie de autoayuda para quienes han accedido a niveles de comprensión un poco más altos que los que ofrecen los tratados de Pilar Sordo. A Alain de Botton le encanta la comida de los aviones, sí, esa mazamorra hirviente que te sirven a 30 mil pies de altura. Y ahora, en su último libro, nos dice que las noticias de la prensa debieran darnos soporte moral y, aún más, debieran enseñarnos a ser mejores personas. El tipo es un optimista y, bueno, cualquier lector que hoy por hoy no desconfíe de un optimista que cita a Proust, está expuesto a caer preso de una moda: la moda que De Botton planeó para encajarle al desprevenido no sólo conceptos bienaventurados, sino, por qué no, una línea de decoración del hogar con inspiración trascendental. Alain de Botton, qué duda cabe, es un listillo.
En algún momento de su vida, digamos 10 o 12 años atrás, De Botton fue un ensayista juguetón y hábil. De esa época viene su gusto por la comida de las aerolíneas y las citas de Proust. El arte de viajar, publicado en 2002, es un libro excelente. Pero ahora, después de haber lanzado títulos como Del amor, Religión para ateos, Miserias y esplendores del trabajo, Las consolaciones de la filosofía, Cómo cambiar tu vida con Proust, La arquitectura de la felicidad, De Botton nos plantea ideas indigeribles. En Las noticias: un manual del usuario, texto aparecido a principios de año, el autor quiere hacernos creer que algo tan vulgar y vil como el periodismo puede efectivamente convertirnos en seres correctos y bondadosos. Ante ello, sólo cabe preguntarse: ¿Cuándo fue que un tipo talentoso pasó a ser un predicador de lo banal?
Educado en Suiza y Oxford, De Botton ciertamente podría haber sido un bueno para nada. El dinero, por ejemplo, nunca le faltó. Al respecto, Wikipedia consigna una anécdota interesante referida a la relación con su padre, quien nació en Alejandría, lugar del que fue expulsado junto al resto de la comunidad judía cuando Nasser accedió al poder (por el lado paterno, De Botton proviene de una familia sefardita establecida siglos atrás en el pueblo de Botón, en Castilla y León; por el lado materno, sus raíces son askenazí). Tras salir de Egipto, Gilbert de Botton emigró a Suiza, donde estableció una firma de inversiones sumamente rentable.
Y, claro, las aspiraciones literarias de su único hijo varón jamás lo convencieron del todo. "Cuando vendí mi primer bestseller (y un millón de dólares eran maní para mi padre) él ni se inmutó y seguía preocupándose de qué diablos iba a hacer yo con mi vida", recuerda el autor. Las aprehensiones pecuniarias resultaron ciertamente infundadas.
Volviendo a la pregunta anterior: muchas personas que en el pasado leyeron y apreciaron los libros de De Botton, entre las que me cuento, hoy en día se espantan ante la trivialidad de los conceptos que el otrora hombre de letras, devenido en negociante de ideas básicas y de un vergonzoso sentido común, esgrime últimamente sin pudor alguno.
Hace poco, el autor escribió en Twitter -donde tiene 440 mil seguidores- algo así como que el primer gurú de la autoayuda fue Platón, ya que el gran aporte del filósofo griego a la humanidad es que los astutos deben ser premiados con fama y un estatus elevado, puesto que incluso los inteligentes necesitan sentirse queridos. Pese a que el comentario fue borrado con prontitud, el daño a la reputación del escritor fue considerable. En Inglaterra, país donde reside, De Botton ya no es visto como un tipo serio. De hecho, la prensa lo ha hecho blanco de un cruel sarcasmo. Y tal vez sea por eso mismo que el profeta del cliché pretenda en su última cruzada transformar el periodismo.
En el mundo soñado que bosqueja en su libro más reciente, Las noticias: un manual del usuario, el optimista nos dice que en las organizaciones periodísticas "ideales" del futuro, los ambiciosos desafíos de la masividad y la contextualización se tomarán tan en serio que las informaciones acerca de los pagos de subsidios a los necesitados serán "igualmente excitantes" que ciertas noticias referidas a caníbales incestuosos de las antípodas.
Si bien por medio de tamaña afirmación De Botton demuestra no conocer demasiado la naturaleza humana, es en algunos titulares que él propone, "los cuales son reales y, sin embargo, serían imposibles de publicar", en donde se demuestra insoportablemente insulso: "Abuelita de 87 años es ayudada a subir tres pisos de una estación de trenes por un joven de 15 a quien no conocía". "Profesor domina sus sentimientos por una estudiante joven". "Hombre abandona el impulso de matar a su esposa tras una breve pausa". "65 millones de personas se acuestan cada noche sin matar o golpear a nadie".
En ese mismo libro, el otrora erudito también comete un error imperdonable: al hablar de John Hanning Speke, el explorador inglés que junto a Richard Burton se afanó en dar con las fuentes del río Nilo a mediados del siglo XIX, De Botton sostiene que Speke escapó de un violento ataque por parte de los nativos con una lanza que le atravesaba ambas mejillas. Falso. El que escapó de la emboscada con una lanza que le atravesó ambas mejillas fue Burton. Y la marca que con tanto orgullo luciría por el resto de su vida -"la cicatriz africana", como la llamó Borges- es uno de los rasgos más famosos en la muy llamativa estampa de aquel singular personaje que fue Burton.
En caso de que alguien le comentara a De Botton el traspié garrafal que involucra a Burton, es probable que el listillo se desentendiera olímpicamente del asunto o, a lo más, intentara desacreditar a quien se lo haga ver. De Botton tiene una excelente opinión de sí mismo y dentro de ella está la infalibilidad. Un amigo inglés que lo conoce y aprecia, me cuenta que en cierta ocasión, durante una comida, lo humilló sin querer al resaltar el hecho de que De Botton no entendía la diferencia entre discreet (discreto) y discrete (específico). "No se lo tomó como un hombre", es la escueta y a la vez elocuente frase con que mi amigo concluye la anécdota.
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