El marido invisible

<P>Joachim Sauer es un químico cuántico que rehúye los focos. En los siete años que su esposa, Angela Merkel, ha gobernado Alemania, él la ha acompañado en contadísimas ocasiones en actividades oficiales. Ni siquiera fue a la ceremonia en que ella asumió el cargo. Por eso, en el gobierno alemán no adelantan respuesta sobre si él acompañará o no a Merkel en su próxima visita a Santiago. Sauer prefiere los laboratorios de la Universidad de Humboldt, donde es profesor desde 1993. </P>




De repente aparece por la puerta de atrás. Los alumnos se levantan casi reverencialmente, mientras Joachim Sauer (64), vestido de traje gris oscuro y clásico, prosigue su caminar firme, determinado. Sus pasos son enérgicos, pero casi no hacen ruido. Si hay algo que él detesta es llamar la atención. Gesticula lo mínimo, sin ningún movimiento expansivo. No se dirige abiertamente a los estudiantes. Nada de buscar su mirada. Sólo le interesa conducir a una profesora invitada de la universidad de Pisa, Italia, a la sala del edificio de Física y Química de la Universidad de Humbolt, donde va a discurrir un coloquio reservado. Llega muy puntual y tiene prisa por encerrarse con una treintena de jóvenes cerebritos, interesados en cómo modular efectos del medioambiente en procesos de transferencia de energías electrónicas a sistemas de subunidad proteicas.

Antes de meterse dentro echa una última mirada atrás, para controlar al intruso que le ha parecido ver de reojo.

Joachim Sauer, el esposo de la canciller alemana, Angela Merkel, considerada la mujer más influyente del mundo, está acostumbrado a observar su entorno para ponerse a salvo de los desconocidos. Cuando va de vacaciones con su mujer, a caminar o esquiar por las montañas tirolesas está rodeado de personal de seguridad de la Oficina Federal de investigación criminal alemana (BKA). Entre el grupo de trabajo de química cuántica que dirige en la sociedad Max-Planck de Berlín y como profesor, desde 1993, de química teórica en la Universidad Humboldt de la capital de Alemania, en cambio, no necesita mayor protección que la de sus alumnos y colegas. Allí se siente realmente seguro. Es su mundo desde que empezó a estudiar en la Academia de Ciencias de la extinta RDA, la Alemania comunista. Todo lo demás no va con él. Ni siquiera se interesa demasiado en acompañar a su mujer en las actividades protocolares que a él le corresponde como marido.

El próximo viernes y sábado, la canciller alemana será una de los grandes protagonistas de la Cumbre Empresarial de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños y la Unión Europea (Celac-UE), que tendrá lugar en Santiago de Chile. La Cancillería alemana no confirma si el marido de la jefa del gobierno germánico formará parte de la comitiva. Nunca ha sido el caso que se aclare cuándo va a aparecer o, mejor dicho, cuándo se va a ver obligado a aparecer en escena Joachim Sauer al lado de su esposa.

Sauer, que por cierto quiere decir agrio o malhumorado en alemán, tardó ocho meses en acompañar a su mujer a un acto público. Ni siquiera asistió a la investidura de Merkel como jefa de gobierno, aunque el departamento de comunicaciones de gobierno aseguró que él había visto la ceremonia desde un televisor, en su laboratorio.

En los siete años que Merkel lleva en el cargo, a Sauer se le ha visto en contadísimas ocasiones en actividades oficiales. En 2006, por ejemplo, hizo de anfitrión, junto a su esposa, del entonces Presidente de los EE.UU., George W. Bush. En 2007 apareció en actos institucionales por el 50º aniversario de la Unión Europea, ocasión en que lideró a las esposas de los mandatarios europeos en un tour temático por Berlín. También se le vio en la cumbre del G-8 en Heiligendamm (Alemania). En el 2011 se dejó fotografiar con los Obama.

De dar entrevistas sobre su esposa, ni hablar.

Menos autorizados están para hablar del doctor y profesor Sauer sus alumnos.

Dos estudiantes están fuera del moderno edificio universitario de Química en Adlershof, a las afueras de Berlín. El termómetro marca cuatro grados bajo cero, hay nieve, pero los chicos están tan concentrados en sacar de una cuba algún material químico, que parecen tener suficiente con abrigarse con una bata blanca.

Hay otros alumnos cerca del despacho cerrado de Sauer. Salidas fugaces por pasillos angostos y otra vez al modernísimo laboratorio. Los carteles amedrentan: "Entrar sólo con gafas de protección". "Cuidado que hay fuertes campos magnéticos". En el espacio de buzones de los profesores no hay movimiento. El de Joachim Sauer, el número 35, está vacío. Un estudiante pasa y evita el contacto con el desconocido. La norma aquí es clara: prohibido hablar con cualquier sospechoso de buscar información sobre Sauer.

El concepto "marido-de-Merkel" es tabú en este ambiente científico. Cuentan que hace años había colgado, en una pared cercana al despacho del profesor Sauer, un artículo del sensacionalista periódico Bild en que aparecía la pregunta: ¿Se convertirá en el primer marido de una canciller? Se mantuvo durante un tiempo como advertencia de que si alguien intentaba sonsacar alguna información extra al profesor era mejor que se fuera buscando otra universidad. "Es un tipo que sólo quiere ser reconocido como científico y no como el marido de Merkel", concede un estudiante de 29 años que asegura conocer al químico Sauer desde hace un lustro. Otros testimonios lo describen como un profesor estricto, a la vieja usanza, que prohíbe hablar y llevar comida y bebida a sus clases.

Sobrio en sus actos, Sauer nunca asiste a las fiestas de final de semestre. Sus conferencias tienen fama de ser didácticas y amenas, pero lo que se dice un profesor cercano, tampoco lo es.

En lo suyo, la química cuántica, él es una eminencia de las que puede haber 30 en todo el mundo. "Estaría justo en la categoría por debajo de un candidato a Premio Nobel", analizó hace tiempo su amigo y catedrático de la Universidad de Karlsruhe (al oeste de Alemania), Reinhart Ahlrichs. Sauer acumula 313 publicaciones científicas.

Quienes lo conocen más personalmente aseguran que tiene un humor seco, pero que su afabilidad dista mucho de la imagen esquiva que se ha construido él mismo en la opinión pública. Todos sus conocidos destacan su lucidez mental. No en vano obtuvo el doctorado en química con summa cum laude en 1974, a los 25 años, y poco después fue profesor de la Academia de Ciencias de Adlershof, donde, luego de un intervalo de tiempo fuera y tras la caída del Muro, ha regresado. Sus investigaciones sobre química cuántica (de centros activos e interacciones de dióxido de silicio y superficies zeolitas) fueron tan reputadas que se ganó el permiso a viajar un año antes del derrumbe del Telón de Acero, sin ser miembro del Partido Comunista de la RDA.

También de la extinta Alemania del Este proviene Angela Merkel, estudiante de física cuando se conocieron. Lo poco que se sabe de Sauer ha salido de la boca de su mujer. Por ejemplo, que él revisa los discursos de ella o que tras una intervención de la canciller en el Bundestag (Cámara Baja del Parlamento), su marido la recrimina críticamente si alza constantemente el dedo índice. "Es un hombre excelente y las conversaciones con él se convierten en casi vitales. Sin él no podría hacer mi trabajo", ha elogiado públicamente Merkel. El matrimonio, de segundas nupcias tanto para ella como para él -Sauer tiene dos hijos y al menos un nieto-, se fraguó en el más alto secreto, el 30 de diciembre de 1998. Poco más se sabe de la vida privada conjunta, más allá de la confesión de Merkel de que le prepara cada día el desayuno a Sauer. En la división de tareas domésticas, al marido le toca ir de compras. "Es una persona normal", murmuran vecinos del barrio gubernamental de Berlín donde se halla la casa de la pareja, justo delante de la isla de los Museos.

Algunos de los pocos ciudadanos de a pie que reconocen a Sauer aseguran que se le puede encontrar fácilmente en alguna de las tres óperas de Berlín. Adora la música clásica y el canto. Por ello, concede dejarse ver públicamente de gala junto a Merkel cada verano, para asistir al festival dedicado a Wagner en Bayreuth, al sur del país. Allí ha dicho que él no dirige nunca la palabra a los periodistas: "Mi trabajo no tiene nada que ver con la política, así es que soy aburrido". En esos festivales en Bayreuth fue donde Merkel optó por repetir su vestido -en señal de austeridad, se dice-, lo que le valió la crítica de algunos medios. Y allí, el marido se ganó el sobrenombre de "El fantasma de la ópera".

En Adlershof, en sus laboratorios, Sauer está tranquilo. Allí confirman que le encanta ser tan invisible como las moléculas que estudia.

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